Capítulo Tres

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Edith entró a la sala del trono, donde casi todo era de oro y plata, y lo que no, era el rey Alexander y su consejero. La manera en la que la miraban, de forma despectiva, le recordaba mucho a aquellas personas...

Los gritos, los golpes, el dolor y la oscuridad. Todos aquellos recuerdos que había sofocado años atrás volvieron a ella para atormentarla. Y aquello la molestó.

-Señorita- El viejo consejero la sacó de un ensueño donde todo lo que odiaba estaba envuelto por las llamas.- Adelante.

-Puede ponerse de pie- dijo al ver que la chica se arrodillaba rápidamente ante él-. De todas maneras, ya nos conocemos.

Ella alzó la mirada hacia Alexander, que le sonreía amablemente. Él se puso de pie y le extendió una mano, que Edith aceptó para ayudarse a levantarse del suelo.

-¿Hay algo que la inquiete?- Edith negó con la cabeza, forzando una sonrisa.

-Solo el hecho de que soy una campesina pobre y su Majestad me ha citado a su palacio. ¿Qué necesita de mí?

-Acompáñeme.- Alexander tiró de su mano levemente para que lo acompañase a una puerta detrás de él, pero Edith dudó y se estancó en su lugar. Él sonrió más, como si su desconfianza le divirtiese.- Vamos.

Eso había sonado como una orden, y Edith lo notó. Por ello, decidió al final seguirlo.

Aquella habitación era lo más lujoso que ella había visto jamás. Las paredes blancas adornadas con diseños hermosos, el candelabro de oro en el techo, las ventanas con cortinas de terciopelo, la cama de dosel...

-¿Por qué me trajo aquí?

-Voy a hacerle una propuesta. Viva en mi castillo.- Edith lo miró incrédula. -Puedo ofrecerle esta habitación, dinero, una buena posición social, una vida llena de lujos. Todo lo contrario a lo que vive ahora. Pero con una condición.

La chica frunció el ceño. Con que a eso venía todo.

-¿Cuál es?

-¿Sabe lo que les pasó a mis padres?

-Escuché que se enfermaron.

-¿Y de cómo eran en vida?

-...No gobernaban con ningún tipo de justicia, inteligencia o responsabilidad. Nos moríamos de hambre.

-Exacto. La gente estaba loca por la ira. Luego se incendió un pueblo protestante, de lo que se los culpó descaradamente, y seguramente estuvieron a punto de derrocarlos. Las revueltas eran cada vez más.- Alexander miró en lo profundo de los ojos de Edith como si quisiera saber en qué estaba pensando. -Nadie puede vivir con ese odio, ¿sabe? Ni siquiera personas como ellos. No murieron por una enfermedad.

-¿Cómo murieron?

Alexander se dio media vuelta hacia el cuadro de sus padres que descansaba en la pared de la habitación, dándole la espalda a Edith, y se mantuvo silencioso un segundo. Su padre tenía una expresión de gentileza pura, barba y ojos tan claros como los de su hijo; y su madre tenía el aspecto de una ninfa, tan hermosa y delicada como una flor. Nadie imaginaría que el dicho de no creer en las apariencias pudiera llegar tan lejos.

-Ellos se envenenaron.

-Mis condolencias.- Tras una pausa, agregó:- ¿Pero qué tiene que ver eso conmigo?

-A cambio de todos los lujos que voy a darle- dijo, volviéndose hacia ella-, quiero que queme los campos de los campesinos. Quiero que ardan como aquel pueblo en el incendio que arruinó la vida de mis padres. Y la mía.

Edith no podía estar más indignada por las palabras del rey. Quería gritar que estaba loco. Esas personas no merecían que la razón de sus vidas, su única fuente de alimento, se les fuera arrebatada.

Pero entonces algo se quebró dentro de su corazón. Recordó que si lo hacía, iba a conseguir la vida más lujosa que se podría tener. Tal vez fue un pedazo de alma que volvió a su interior guiada por la codicia.

-Por supuesto.- Esa palabra salió de su boca antes de que pudiera evitarlo.

-Acaba de hacer una promesa.

Cuando Alexander salió de la sala con una gran sonrisa en la cara y cerró la puerta tras él, Edith dio un respingo y empezó a llorar por la terrible elección que había tomado.

Ahora su pasado la hacía sentirse impotente.

-¡Solo sirves para ser despreciada! ¿¡Por qué demonios existes!?

Si creía que toda su vida había vivido en la oscuridad, acababa de caer en un abismo.

-Tranquila, yo siempre voy a estar contigo.

El sollozo se hizo más fuerte.

The Evil King & The Heartless PrincessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora