I - Una Bienvenida Particular.

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Creo que no voy a pasar de esta semana. Maia relee esa corta línea una y otra vez antes de cerrar los ojos y respirar profundo debido al breve movimiento brusco que sacude a todos. Con estas turbulencias teme que tampoco yo logre pasarla, se dice. Sostiene la carta, o más bien pequeño telegrama que el abuelo Alan le envió y que llegó ayer por la mañana. La ha tenido en vilo desde que la abrió y, en lugar de llamar a su familia y comentarles del suceso, optó por ir al aeropuerto de Ringway y sacar un pasaje directo a Glasgow para luego dirigirse a Dumfries. No ha estado ahí en mucho años, cinco para ser exactos, pero sabe con exactitud el camino a casa de su abuelo.

El aire escocés a principios de noviembre es pesado y muy frío, aunque un poco más soportable que la humedad atroz de Manchester. Apenas toca el suelo una molestia conocida ataca a Maia la cual tiene nombre y apellido, pero ella le decía a modo de cariño Lala, su abuela. Una de sus compañeras de clase se había mudado de Hawaii y su nombre era Lala. Cuando la maestra le preguntó si tenía algún significado, ella le contestó con una sonrisa que significaba alegre. Desde ese momento llamó a su abuela de esa forma, ya que era la persona más risueña y que daba la apariencia de ser una mujer dichosa en todo momento.

Maia se dirige al mismo lugar al que siempre venía junto a su familia para alquilar un auto hacia el área de residencia de Alan y diez minutos más tarde se encuentra en el asiento de atrás escuchando una melodía relajante y propia de la zona, proveniente de la radio que es manipulada por el conductor. Un chico joven que parece no llevar mucho tiempo en el negocio.

No había notado lo mucho que extrañaba este lugar hasta que empezó a mirar los paisajes a través de la ventana. Escocia resulta tan hermosa durante el otoño. Se pregunta cómo la recibirá el hombre cuando toque a su puerta. Desde que Lala falleció cuando Maia tenía quince no ha vuelto a este sitio por la cantidad de recuerdos y sensaciones dolorosas que le evocaban. Espero que el abuelo no se haya tomado ese de forma personal. Tampoco sabe qué le dirá cuando lo vea o si se pondrá a llorar efusivamente. La idea de perderlo a él también empieza a hacer peso en su pecho y de repente siente un gran remordimiento al no haberle puesto la atención que se merece.

Soy una idiota, se reprende en voz baja.

Una vez llegada a su destino, toma la maleta y el bolso de mano aferrándose a ambos con nervios crecientes a medida que recorre las calles de Dumfries en busca del pequeño edificio gris de dos pisos y un buzón azul chueco empotrado a la pared.

Cuando lo visualiza desde una esquina su corazón empieza a latir con fuerza. Una vez más, toma la nota que escondió en el bolsillo delantero de su pantalón y debajo de sus dos abrigos para volver a leerla, temiendo que las palabras hayan cambiado. Pero ahí están. Sin pensarlo demasiado, camina hacia la puerta pretendiendo seguridad pero ni siquiera llega a golpear cuando un hombre de edad avanzada sale disparado hacia ella para rodearla con sus brazos.

Maia está tan sorprendida que tarda unos segundos en responderle, pero cuando lo hace cierra sus ojos con fuerza, aspirando el perfume amargo tan típico de Alan. El hombre se toma su tiempo convenciéndose que no se trata de una mera alucinación causada por sus años y la locura de volver a ver a su familia luego de unos años duros.

Alan es el primero en separarse solo para tomar el rostro de su nieta y observarlo con atención. "Has crecido," dice en un susurro, "pero estás tan hermosa como siempre."

"Tu cabello se ve bien, ¿nuevo corte?" pregunta Maia haciéndolo sonreír. Ambos se adentran al lugar y el cambio de temperaturas resulta un minúsculo disfrute para Maia cuando la calidez de la chimenea encendida aplaca el frío que siente en sus facciones. "¿Cómo supiste que estaba afuera?" Alan toma su bolso y lo coloca con cuidado sobre una pequeña mesa junto a la entrada.

El Alquimista de Almas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora