XXI - El Inicio de Todo.

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Si guardara las advertencias en forma de oro a este paso sería la persona con más riqueza en el universo.

Evina camina a través del bosque pisando piedras y ensuciando el dobles de su vestido que le resulta muy incómodo al ser tan largo, sin embargo no había otro y no estaba de ánimos para arreglarlo. Si la Widna estuviera aquí ya le habría reprochado eso, se supone que debería mantener cierta presentación al ser una Sabreem, pero eso no le importa. Aprieta los puños recordando la discusión de esta mañana, si no puede usar sus poderes dentro del castillo entonces cual es el punto, es una bruja por todos los cielos, está en su naturaleza así que no le ve nada malo.

¿Qué si la usó en contra de una de sus hermanas? Ese es un tema aparte, Frannie se lo merecía, estuvo jugando con sus cosas cuando ya le había advertido que no lo hiciera, Evina odia que toquen lo que es de su propiedad y espera el mismo respeto que ella les da a ellas.

"Le hubiera arrancado las manos, así sería más fácil," murmura pateando una rama. "No pienso volver ahí, voy a irme de este lugar y nunca volver, de todas formas no me necesitan se creen mejores que yo."

"¿Qué tanto balbuceas?" Una voz masculina la saca de su eje por un segundo trastabillando hacia un lado.

Evina aprieta su mandíbula y observa al joven con evidente molestia. "Escuchar conversaciones ajenas es de mala educación," asegura.

El chico entrecierra sus ojos y mira a su alrededor. "¿Con quién conversas?" Pregunta como si se estuviera perdiendo de algo.

La chica suelta un bufido y acomoda su vestido. "Conmigo misma, soy más interesante."

El recién llegado asiente y observa el cielo, la copa de los altos árboles antes de volver su atención a ella.

"No deberías estar aquí sola, pronto anochecerá," comenta haciéndola enojar un poco más.

"¿Dices que no me veo capaz de defenderme de un posible peligro?" Evina cruza sus brazos intentando controlar su boca, podría decirle muchas cosas pero se dice que solo debe respirar profundo. Si hay algo que detesta es que la subestimen. Toda su vida ha sido así pero ella es capaz de muchas cosas, es ágil, es fuerte, es inteligente y no necesita que nadie se lo haga saber porque ella ya lo sabe.

El joven sonríe y niega. "Presiento que eres muy capaz," responde diciéndolo en serio. Puede ver la fuerte personalidad que carga esa joven y lo admira, no muchos se han atrevido a hablarle de esa forma a excepción de sus superiores pero aun así siempre fueron respuestas educadas. Ella es diferente y eso le gusta.

"Tú no deberías estar solo por aquí a estas horas," señala Evina, "no pareces ser del pueblo."

Ese comentario le da curiosidad, haciendo que el joven la observe con atención. "¿Qué te da esa pista?"

La pelinegra lo mira de pies a cabeza sin descaro alguno. "Tu cabello está demasiado arreglado y tu ropa cuidadosamente confeccionada, puedo reconocer un buen pedazo de tela donde sea." El pelo corto y rubio está peinado hacia atrás de una forma elegante con un mechón suelto en el frente, su rostro varonil tiene apenas una sombra de vello facial. Su sobretodo largo, marrón esconde un traje impoluto debajo, el chaleco es azul oscuro, la camisa es blanca y sus pantalones negros. Su cuello está rodeado por una cadena que se pierde bajo la tela blanquecina y lleva unas botas lustradas que poco a poco se van ensuciando con el terreno del bosque.

"¿Eres una buena costurera?" Inquiere el chico.

La bruja mira hacia un lado con una actitud altanera. "Tengo talento." El joven mira hacia abajo específicamente el borde de su falda. Cuando la chica capta eso, tira el vestido hacia atrás para desviarlo de su atención.

"Es un acto de rebeldía," afirma.

El rubio lleva una mano a su cabeza, pasa los dedos por el cabello asentado con gel y hace el amague de despeinarlo un poco antes de mirarla para pedir su aprobación.

"¿Se ve mejor?" Pregunta. "¿Ahora puedo encajar en este lugar?"

Evina se endereza y lo mira distraídamente. "Te ves ridículo, puede que te hagan preguntas pero te dejarán vivir." Dicho eso vuelve al sendero por el que iba dejándolo atrás. El joven sonríe observando su espalda y la sigue sin perder sus pasos.

La joven se da cuenta de eso y le da una rápida mirada. "¿No tienes nada mejor que seguir a una desconocida?"

El chico se adelanta interponiéndose en el camino de la pelinegra y levanta su mano. "Mi nombre es Adrien."

La bruja mira la mano en el aire y la estrecha no muy convencida. "Evina," pronuncia evitando reaccionar al cálido toque del rubio quien se siente de la misma manera.

"Ya no somos desconocidos," remarca haciendo una mueca con sus ojos. Con educación, se abre paso para dejarla pasar primero y liderar el camino. "Ahora, Evina, ¿vas a decirme por qué estabas tan molesta?"

La joven se debate en responder pero termina por darle con el gusto. "Es solo un asunto familiar, si se le puede decir así." Su familia biológica era una mierda y ahora debe tratar con personas que no tienen su misma sangre pero que por alguna razón debe tratarlas como si la tuvieran.

"No hay asunto tan grande que no pueda arreglarse, excepto la muerte," recita el chico mirando hacia el frente.

Evina le da un rápido vistazo. "¿Vas a darme frases motivacionales para hacerme sentir mal y que vuelva a mi hogar?"

Adrien sonríe y mueve su cabeza en negación. "Estoy seguro que eso no funciona en ti."

"Estás en lo cierto," contesta la chica al instante.

"Entonces, ¿qué si lo hace?" Pregunta con interés. "¿Qué puedo decir para hacerte sentir mejor?"

La pelinegra no tiene que pensarlo mucho antes de responder. "Decir que tengo la razón."

Eso hace que Adrien suelte una risita, satisfecho, ya que es algo que en definitiva esperaba de ella. "Primero debería escuchar tu lado de la historia luego daré mi veredicto," menciona.

Evina muerde apenas su labio interior antes de contestar. "Mi hermana es una molestia, sigue metiéndose con mis cosas y lo detesto."

"¿Y qué le hiciste?"

"Cambié de color su cabello," confiesa.

Adrien la observa con atención pero no logra guardar la risa emergente que se formaba en su pecho. Claro que Evina no iba a decirle la parte donde también convirtió su rostro en la de un jabalí, no se supone que divulgue cosas así. Si hay una regla que Evina tiene muy en claro que debe acatar es la de esconder su pertenencia al clan Sabreem, más que nada por la seguridad de su grupo.

Coloca una mano sobre su boca. "Lo siento, no es gracioso," dice el joven pero Evina le da una sonrisa.

"Sí lo es, me divertí mucho haciéndolo." Vaya que lo hizo, no hay nada que le haya dado más felicidad que escucharla gritar al verse al espejo apenas se levantó esta mañana.

Adrien capta un pequeño dibujo a un lado de su rostro cuando el cabello se corrió de lugar. "Curioso símbolo," comenta.

La joven la esconde con sus dedos. "Es una marca de nacimiento," dice al instante antes de volver a cubrirla con su cabello largo y lacio. "Nunca me gustó," asegura.

"Pero te hace única," responde Adrien, "no recuerdo haberla visto en alguien más, deberías mostrarla con orgullo. La ayuda a bajar en una desnivelación del terreno, tomando su mano y tomándose la libertad de acomodar ese mechón de cabello detrás de su oreja. "Hace a la persona aún más hermosa." Ahora la marca de Evina es visible y su corazón late desbocado por primera vez en su vida.


El Alquimista de Almas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora