Capítulo IV

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La tensión en la sala de juntas no era niguna sorpresa, Max observaba a Sergio mientras Lewis Hamilton hablaba en ruso con Vettel...quería que lo mirara pero Sergio estaba concentrado en la pantalla de su ordenador portátil, no había podido dejar de pensar en él desde que salió de su coche esa mañana, era un hombre extraño, hermoso, pero totalmente inconsiente.

E inocente, eso era lo que le atraía, le recordaba a Lando en cierto modo, Lando solo tenía dieciocho años cuando murió y hasta el final había tenido ese aire de inociencia, la leucemia y la pobreza en la que estaban sumidos no habían podido robarsela.

Pensar en Lando hizo que volviera a mirar a Lewis, habían pasado quince años desde que su hermano murió y sabía que no debía culpar a Lewis por la crueldad de su padre, pero no podía evitarlo. No había entendido hasta ese momento, quince años antes, cuando estaba enfrente de Anthonie Hamilton por qué el hombre odiaba tanto a los Verstappen. Y aunque sabía con toda seguridad que su hijo seguiría sus pasos, le seguía resultando difícil de creer.

Al fin y al cabo Lewis era también un Verstappen. Pero, por eso, lo que tenía que hacer resultaba más fácil. Si Lewis hubiera sido un tipo encantador, Max podría haber olvidado su deseo de destruir la empresa Hamilton.

Entonces miró a Sergio de nuevo, era una pena que tuviera que utilizarlo, pero se encargaría de que recibiera una recompensa, pensó, intentando olvidar ua punzada de remordimiento para concentrarse en la discusión.

Max miró a su primo gesticulando en su intento de impresionar a Vettel con sus planes de prospección para los pozos de Siberia y el Báltico. Lewis era medio ruso, pero eso no sería suficiente para convencer al viejo que estaba estoicamente sentado al otro lado de la mesa.

Aunque Elena, la madre de Lewis y tía de Max, le había enseñado el idioma, el padre de Lewis se había encargado de que su hijo fuera cien por ciento estadounidense.
Y Sebastian Vettel era lo bastante viejo como para recordar el odio y la desconfianza hacía los estadounidenses.

Peor aún, Lewis parecía el típico petrolero Texano, con botas de de vaquero y un sombrero Stetson blanco que había dejado sobre la mesa de juntas. No ésa no era la mejor manera de impresionar a un hombre ruso.
Vettel levantó la mano de repente para pedir silencio y Lewis se quedo callado.

–Tomaré en consideración la propuesta–Le dijo–Ambas propuestas–Dijo mirando a Max–Y ahora si me perdonan, tengo que acudir a otra reunión.
Seguido de un ejército de ayudantes y abogados, el hombre salio de la sala de juntas y Max observó con interés la reacción de Lewis, que pareció doblarse sobre sí mismo durante un segundo, antes de volverse para si mismo con expresión beligerante.

–Parece que vas a pasar más tiempo del que pensabas en nuestro país–Lo retó Max, levántandose de la silla–Tal vez deberías aprovechar para visitarlo San Petersburgo está particularmente bonito en esta época del año.

Como esperaba, Sergio levantó la cabeza al oír eso, las gafas se le había deslizado por el puente de la naríz y tuvo que volver a colocárselas con un dedo, en un gesto que le pareció enternecedor.

Le gustaría darle un beso en la nariz, no sabía por qué, ya que él no solía pensar esas tonterías románticas. Era un hombre muy atractivo y posiblemente tenía información que le interesaba. Ese era su único interes en él.

–No voy a ir a San Petersburgo, príncipe Verstappen–Replicó Lewis–Voy a quedarme hasta que tenga ese contrato en el bolsillo.
–No vas a conseguir el contrato.
–No esté tan seguro–Exudando odio por todos sus poros, Lewis se volvió hacía el hombre que estaba a su lado–Recógelo todo, nos vemos en el vestibulo , tengo que hacer una llamada urgente.

El Príncipe Ruso.  ❉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora