Capítulo I

8.3K 604 190
                                    

El grito que rompió la noche recorrio la espina dorsal de Max Verstappen como un río de agua helada. Con todos sus sentidos alerta, miro alrededor de la Plaza Roja, el suelo empedrado cubierto por una ligera nevada.

A la derecha el muro del Kremlin bordeaba la plaza, al final, la torre Spassky, con su reloj gigante como el BigBen de londres y las coloridas cúpulas de la basílica de San basilio.

Pero era tarde y no había movimiento en la plaza. Hasta que volvio a escuchar el grito.
Max murmuró una maldición. Estaba escondido entre las sombras del museo de historia rusa esperando que llegara su contacto, pero no podía ignorar los gritos. Aunque seguramente sería alguna pelea en alguna discoteca de los alrededores, si había alguien en peligro tenia que hacer algo.

Iba a costarle una valiosa información, ya que su contacto no esperaría cuando descubriera que no estaba en el lugar indicado, pero llevaba media hora esperando y el hombre no llegaba. En realidad comenzaba a preguntarse si aparecería.
Era posible.

Si su adversario había descubierto sus intenciones tal vez había pagado más al informador... aunque Max estaba dispuesto a pagarle una fortuna.
Pero no podía quedarse de brazos cruzados mientras escuchaba gritar a alguien.

Era una maldición ser tan noble, incluso a expensas de sus propios intereses, pensó, con cierta ironía. Él era despiadado en todo lo que hacía, salvo cuando alguien estaba en peligro.

Frente al Kremlin, las luces de los grandes almacenes GUM estaban encendidas y Max se dirigió en esa dirección, pero se detuvo al escuchar un ruido.
¿Pasos? El eco en la plaza vacía hacía difícil señalar la dirección desde la que llegaban.

Antes de que pudiera averiguarlo, un hombre apareció de repente en medio de la oscuridad y choco contra él con tal violencia que estuvo a punto de tirarlos a ambos al piso.
Max lo sujeto por la cintura mientras daba un paso hacía atrás para mantener el equilibrio. Era como intenter sujetar a un león.

Él no emitó ruido alguno, pero lo empujo con todas sus fuerzas, levantando el codo hacia su cara. Instintuvamente Max se apartó y le dio la vuelta hasta tenerlo de espaldas a él, poniendo una mano sobre su boca.
Si lo soltaba le destrozaría los tímpanos.

Si vuelves a gritar–Le dijo en voz baja–Quien te está persiguiendo te encontrará. Y no pienso meterme en una pelea de enamorados.
¿Por qué no podía, por una vez meterse en sus asuntos?

Era tarde, pero su informador aún podía llegar. Había en juego un importante asunto de negocios, por no mencionar años trabajando con un solo objetivo que estaba a punto de conseguir.

Perder ese encuentro con un informador por lo que parecía una pelea entre borrachos no era parte de su plan. Debería darse la vuelta y volver a la puerta del museo...

El hombre sacudió la cabeza y Max entonces vio que podría ser un turista. Había muchos turistas en Moscú últimante, al contrario que cuando él era joven. Y repitió la frase en ingles, por si acaso.

Al notar que contenia el aliento, supo que había acertado. Tambien hablaba alemán, frances y polaco pero el inglés le había parecido lo más sencillo ya que casí todo el mundo conocía ese idioma.
–No voy a hacerte daño–Le dijo–Pero si gritas te dejare solo ¿De acuerdo?

Él asintió con la cabeza y Max le dio la vuelta. La capucha del abrigo había caído hacía abajo, revelando un cabello oscuro peinado con una franja al costado, sus facciones eran delicadas... aunque el codo que había lanzado contra su cara había sido todo menos delicado. Era un hombre fuerte. Fuerte y frágil al mismo tiempo.

Max aparto la mano de su boca y él lo miró con una expresión recelosa, pero no volvió a gritar.
–Por favor, ayudeme–Le pidió, abrazandose a si mismo para contener el frío del mes de abril–No deje que me hagan nada.
Por su acento, no era estadounidense.

El Príncipe Ruso.  ❉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora