Capítulo 1: Cuando pase el temblor

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- Nico, ya está la comida - escuché desde el comedor de mi casa. Era mamá. Podía sentir el olor a pastel de papa desde mi pieza. Me encantaba cuando cocinaba eso. Bajé a comer.
- ¿Qué estabas haciendo ahí metido?- dijo mi hermana.
- Estaba haciendo un curso de programación - le dije. Aprender esas cosas me gustaba mucho, es algo que me gustaría seguir más adelante.
Bien ahí - me respondió con orgullo.
Nos llevábamos bien como familia, obvio que a veces teníamos discusiones pero no creo que sean algo que nos afectara mucho. Sabíamos estar juntos, en las buenas y en las malas. Aunque más en las buenas. Desde que papá nos abandonó supimos que era una necesidad estar unidos como familia.
Terminamos de cenar y me fui hasta mi pieza. Luna, mi hermana, me había dicho que el domingo íbamos a ir hasta Vicente Lopez al Cirque du soleil. Y recordé que era mañana. Mamá me dijo que no iba con nosotros porque tenía unos trámites que hacer.

 Mamá me dijo que no iba con nosotros porque tenía unos trámites que hacer

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Se nubló el cielo. Creo que daban un pronóstico de lluvia y, aunque era domingo, el agua cambiaría los planes de algunos que también viajaban como nosotros. Me quedé con el celular acostado un rato. Empezó a llover y tuve que cerrar las ventanas un poco porque estaban completamente abiertas. Pero me gustaba el frío que todavía entraba con un vientito que refrescaba el ambiente. Ya era tarde y no había nadie abajo. Fui a buscar algo que me encantaba a esta hora: helado. Lo terminé tan rápido que me tentaba a seguir comiendo, pero lo guardé porque sabía que iban a comer mañana. Ya me pesaban los párpados. Fui al baño y me lavé los dientes. En mi pieza, frente a mí cama, caí como un árbol siendo talado sobre mis sábanas. Revisé mi instagram antes de dormir, pero me dormí casi antes de revisarlo.

Cuando desperté, busqué mi celular. Se había caído al piso desde mi cama. Ya era de día, como las 9 de la mañana. Todavía llovía, solo que más fuerte que anoche. Igualmente íbamos a ir en auto, era el auto de mi hermana: un Peugeot 208 gris. Bajé a prepararme el desayuno. Un café por la mañana es un cálido compañero de la rutina. Sosteniendo mi taza de café, le di un sorbo parado frente a la ventana. Miraba la lluvia. Pensaba. Me sentía hipnotizado por el agua cayendo en el patio. Vi el destello de un relámpago. Hermoso como iluminaba gran parte de la mañana, bajo la tormenta. Se escuchó el trueno.
Ya terminando mi desayuno, la ví a Lu. La saludé y subí para cambiarme de ropa. Mamá ya se había ido. Me preparé. Mi hermana ya estaba lista. Bajé para subir al auto. El viaje no sería muy largo. Como una hora y algo, ya que estábamos algo alejados de Capital, en Ezeiza para ser más precisos. Me hubiese gustado que el circo viniera hasta el lugar donde vivo.
La autopista Riccheri no tenía tanto tránsito, se veía algo normal. Solamente había algunos avisos de precaución por la lluvia. Lluvia, que se convertía de a poco en una cortina de agua densa que dificultaba la visibilidad. Lu puso su canción favorita, "Cuando pase el temblor" de Soda Stereo. Me gustaba a mí también. Aunque lentamente parecía como si se fuera apagando. El sonido de las gotas golpeando el techo del auto nos iba envolviendo en un profundo océano que asemejaba al sonido de las olas chocando contra los lados de un barco.
De pronto, como un destello. Vi cómo la mirada de Lu se centraba en algo. Era un perro que había aparecido de la nada en medio de la ruta. Giró el volante bruscamente para evitar chocarlo y en ese momento todo se volvió confuso. Sentí el auto perder el control, el chirrido de las ruedas contra el asfalto y luego un fuerte impacto.
Desperté en un hospital, mi cuerpo débil y dolorido, con el sonido constante del monitor de signos vitales como único compañero. En ese momento, escuché un ruido que lo cambió todo. Ese sonido constante que anunciaba una pérdida inimaginable: mi hermana ya no estaba. Sus risas, sus palabras de ánimo, sus broncas y risueñas peleas, todo se había esfumado en un trágico giro del destino. Las palabras de los médicos se volvían solo un murmullo en mi mente y la realidad comenzaba a adquirir un matiz difuso. No podía creerlo. Mi hermana, mi amiga, Luna se había ido.
El chirriar de los neumáticos en la autopista, la lluvia torrencial que parecía nunca terminar, se mezclaba con el eco de las risas de mi hermana. El mismo eco que me hacía sentir que todo era parte de un mal sueño, que al despertar, estaría en casa, listo para ir juntos al Cirque du Soleil como habíamos planeado. Pero no, la dura realidad se imponía. Estaba en una habitación de hospital, conectado a una maraña de cables y tubos. No podía moverme. Mi cuerpo dolía, pero mi corazón dolía todavía más. Los médicos hablaban despacio mientras sostenían una especie de libreta, anotando escuché que leían: "Luna Cortés, 23 años. Hora de deceso: 22:43. Causa de muerte: traumatismo cerebral ". Y miraron mi camilla y dijeron: "Hermano menor. Nicolás Cortés. 17 años. Leves contusiones y abrasiones en el torso, sin signos de fracturas. Signos vitales estables". Parecía tan simple, solo unos datos en una hoja, pero era más que eso. Allí estaba escrito parte de mi hermana, su vida. Y el final abrupto.
Las horas pasaron sin sentido y en mi mente los recuerdos de los momentos felices con mi hermana se desplegaron como un filme. Cada risa, cada aventura compartida, cada secreto confiado. Eran tesoros que ya no podíamos crear juntos.
La lluvia seguía cayendo, como si el cielo también compartiera mi pena. Cerré los ojos con fuerza, tratando de bloquear el sonido del monitor que marcaba el final de mi hermana. La lluvia, que antes me había parecido tan agradable, ahora me parecía cruel y despiadada. Cambió todo. Cambió mi vida. Ahora que ella no estaba era como si pasara nuevamente por lo de papá. Se fue.
Era de noche y mamá llegó. La vi llorando. Vino hacia mi a abrazarme. Sus lágrimas caían sobre mí. Y yo también derramaba las mías. Luna ya no estaba en la habitación. Se la habían llevado. Solo pude ver su cama vacía. Sin nadie ahí. Como pude, moví mis brazos para abrazarla. Trataba de hacer que se calme, pero yo sabía que era inútil. Si yo también sentía lo mismo.
Pasaron varios días, hasta que me dieron el alta. Ya podía volver a casa. Los médicos me dijeron que no podría afrontar esta pérdida solo. Y que me comunicara con el Dr. León Soler, el terapeuta que podría ayudarme en mi proceso de duelo.
Volví con mi mamá a casa. Estaba vendado en algunas partes, pero podía moverme. Pensaba y pensaba. Sin llegar a aceptarlo totalmente. Su ausencia era abrumadora. Su pieza estaba llena de sus cosas, pero se sentía profundamente vacía. Todavía podía sentir su perfume. Me quedé en el marco de su puerta sentado en el piso. Recuerdos. Lágrimas. Cerré mis ojos. Pensaba que estaba ahí, que no se había ido. Sabía que mañana tendría que ir con el doctor Soler. Tenia miedo de olvidarla. Por lo que apreté mis ojos con más fuerza, tratando de no ver la realidad. Lágrimas. Más lágrimas.

Dos Cuerpos, Mismo CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora