Capítulo 5: Mismo corazón

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     Semanas tras semanas. Terminaba el año. Y así lo hacían también las clases. En unos días tendré una fiesta de egresados... qué rápido.
     - Ahora entiendo que debo saber disfrutar de cada momento por más insignificante que sea. - Le decía al Dr. Soler.
     - ¿Cómo pensas que viene esto hasta ahora? - preguntó.
     - Hago lo que puedo. Apolo me ayuda. - respondí de manera contundente.
     - Creo que está podría ser nuestra última sesión. Noté una clara mejora, Nicolás. Ese perro fortaleció mucho tu autoestima. - remarcó el doctor.
     - Tiene razón. Es más, justo me hizo acordar que el veterinario debe verlo por unos dolores que estaba sintiendo. - le comenté.
     Lo que le había dicho sobre Apolo me venía consumiendo la cabeza. Verlo pasar por ese dolor. No sabía cómo ayudarlo. Solo lo acariciaba en su cabeza hasta calmarlo. Así se dormía y se aliviaba un poco. Aunque trataba de no tocarlo mucho en su espalda porque le dolía.
     Al salir de allí, noté como una carga importante de mí se había soltado. No quiere decir que me olvidé de Luna. Soltar no significa olvidar. Lo que quiero decir es que ahora la recuerdo de otra forma, con otros sentimientos. Ya no siento aquella misma tristeza de esos días. La recuerdo con alegría, con risas y con todos esos momentos que disfrutamos juntos.
     La mañana se tiñó de una luz sombría cuando llevé a Apolo al veterinario. Su habitual alegría se desvanecía entre quejidos y movimientos incómodos. Cada paso que daba revelaba una incomodidad que antes no estaba presente. A pesar de sus esfuerzos por mantener la cola en alto, sus ojos reflejaban un dolor que me cortaba el alma.
     En la sala de espera, Apolo se recostó, evitando poner presión sobre un lado de su espalda. El tiempo se estiraba mientras esperábamos la consulta. Cada segundo parecía un recordatorio del sufrimiento que mi leal compañero estaba experimentando.
     Finalmente, nos llamaron. El veterinario examinó detenidamente a Apolo. Sus gestos de dolor eran evidentes y la preocupación se profundizó en mi pecho. El hombre, con un tono serio, explicó la gravedad de la situación. La condición y la evolución de su estado de salud presentaban un panorama desafiante.
     El veterinario recetó medicamentos para aliviar el dolor, aunque era consciente de que serían más un paliativo que una solución definitiva. Explicó los cuidados que Apolo necesitaría y la necesidad de llevarlo a casa para seguir monitoreandolo.
     Salir del consultorio con Apolo a mi lado se sintió como caminar sobre un terreno frágil. Cada quejido de dolor resonaba en mis oídos, recordándome la vulnerabilidad de mi leal amigo. Nos dirigimos a casa por la Avenida Santa Fe, con la esperanza de brindarle el mayor consuelo posible en medio de la tormenta que se avecinaba.
     Los días pasaron y yo debía ir a la fiesta de egresados. Llovía, pero iba a ir igual. Caminé hacia el Salón Fomento de Banfield por la calle Vieytes bajo el manto de la noche. Las luces tenues iluminaban el camino, creando una atmósfera diferente a la del día. La lluvia persistente agregaba un toque melancólico a la ocasión. Al llegar, me sumergí en la festividad nocturna de la fiesta de egresados, aunque mi mente seguía enredada en pensamientos sobre Apolo.
     Dentro del salón, las risas y la música resonaban en las paredes. Lo vi a Alex, Lopez, y lo saludé. Tomamos unos tragos con mis compañeros, estuvimos hablando casi toda la noche, pero en silencio, recordaba la situación de Apolo. Me las crucé a las chicas: Paloma, Evangeline y Zoe. Nos saludamos y después me fui al baño.
     A medida que la noche avanzaba, la intensidad de la celebración aumentaba, pero mi conexión con el evento se volvía más tenue. Me retiré momentáneamente para contemplar la lluvia desde un rincón cubierto.
     Se me acerca un chico por la espalda. Era Alex, Alex García. Lo saludé, hace tiempo que no lo veía. Me preguntó dónde quedaba el baño. Le dije que al fondo a la derecha y se fue.
     En un momento, unos chicos empezaron a pelear en medio de la gente. Me metí para intentar separarlos. La vi a Evangeline y Paloma también agitadas por la pelea. La pelea terminó, pero yo recibí unos codazos en mi pecho que me dejaron una marca. Aún así, seguí en la fiesta, no me molestaba mucho. Solo, no quería que se peleen este día. Hablé con Paloma y Eva sobre lo ocurrido. Alex también estaba ahí.
     Bailamos toda la noche y ya se hicieron casi las 5. La fiesta estaba terminando. Salimos con las chicas y Alex al McDonald's que estaba sobre Yrigoyen. Tenía mucha hambre. Lo que pasó me dejó un poco cansado. Comimos y hablamos sobre la fiesta. La música estuvo muy buena.
     Me despedí y volví a casa. Entré y vi como Apolo estaba acostado en el suelo, vi que él me miraba y movía su cola alegre. No podía pararse, pero esperaba que estuviera mejor. Ayer le di sus medicamentos. Me fui para tomar un poco de agua y me senté en el sillón mirando Instagram. Le dejé un poco de comida a Apolo en su plato. Se acercó para comer algo. Lo tuve en mis brazos y me senté en el suelo también. Lo acaricie. Su pelaje era suave. Sentía sus latidos en su pecho mientras respiraba lentamente. Acercó su cabeza hacia mí cara y me lamió todo. Estaba feliz. Dejó de mover su cola y se quedó quieto. Un suspiro salió de su boca y con ello, Apolo se había ido. Mi fiel compañero ya no estaba.
     Allí pensé en cómo todo esto formaba parte de lo que era mi vida, desde el accidente de Luna, hasta hoy. Imágenes pasaron frente a mí. Recordé el día que lo encontré y sentí que no podía recaer nuevamente. Debía estar de pie. Esta vez, más fuerte. No podía dejarme opacar por eventos trágicos nuevamente. Aun así, mis lágrimas en mi rostro no compartían mis pensamientos. Me destruía haber sido el último que estuvo con él. Pareciera que había estado esperándome para decirme su adiós. Mi corazón se partía, pero yo trataba de que sus pedazos no se perdieran. Era como un rompecabezas, lo podía volver a armar si no perdía sus piezas.
     Acariciaba su cabeza. Aquella que alguna vez me lamió, ahora ya no lo haría más. Solo era un cuerpo inerte. Aunque seguía siendo mi Apolo, aquel perrito que se cruzó mi hermana. Aquel que volvió a verme bajo ese árbol. Aquel con el que corríamos en la plaza por las tardes. Aquel que estuvo conmigo mientras lloraba por las noches. Cómo podía dejarlo ir. Qué diría Luna a todo esto.
     La lluvia golpeando mi ventana. Mis lágrimas cayendo sobre su pelo. Amanecía y mamá se levantó. Vio como yo estaba tirado en el piso llorando con Apolo sobre mi. Lo notó de inmediato. Vino y me abrazó también.
     Pasaron varios minutos, que se convirtieron en unas horas. Pensaba en donde podía dejar a Apolo para que estuviera cómodo y en paz. Y pensé que aquella ruta donde lo encontramos sería lo mejor. Justo bajo ese imponente árbol. Y así fue, con delicadeza, lo envolví en una manta que solía usar en las noches frías. Al bajar las escaleras, cada paso resonaba con el peso de la pérdida.
     Las ventanas del auto mojadas, el parabrisas también. La autopista Riccheri mojada, como aquel día. La lluvia comenzó a detenerse hasta que lo hizo totalmente. El rayo del sol entre las nubes iluminó el interior del auto. Si solo pudiera verlo Apolo, pero sabía que ahora podía ver más allá de lo que yo podía. Que estaría con Luna jugando, tal como lo hacía conmigo.
     Lo enterramos junto al árbol, mi fiel compañero. Aquel perrito siempre vivira en mi corazón. Me arrodillé y derramé algunas lágrimas. Ya no sabía por qué eran. El hecho de que Apolo haya muerto me tocó una parte muy profunda. Quizás la misma parte de mí que sentí cuando se fue mi hermana, pero era diferente. Sentí que Apolo ya no sufriría, que ahora podría descansar en paz.
     Días después, regresé al mismo lugar donde la historia comenzó, el árbol florecía con una belleza renovada, como si la esencia de Apolo y Luna hubiera impregnado sus raíces. El atardecer pintaba el cielo con tonos cálidos, una despedida llena de colores que hablaban de restauración y renovación.
     La luna, testigo silente, iluminaba el árbol majestuoso que presenciara tragedias y ahora, una despedida. La tierra húmeda recibió a Apolo, un eco de la conexión eterna entre compañeros de vida. Bajo el manto de aquel árbol con esas flores llamativas, clavé un cartel con una frase simple pero cargada de significado: "Apolo y Luna, juntos bajo el mismo cielo estrellado".
     Sentado junto al árbol, observé el horizonte mientras el sol se sumergía lentamente. En ese instante, comprendí que la aceptación no significaba olvido, sino la capacidad de abrazar los recuerdos con gratitud. La historia encontró su cierre, pero el legado de Apolo y Luna perduraría, floreciendo en cada nueva temporada bajo el árbol de la autopista.

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⏰ Última actualización: Dec 01, 2023 ⏰

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