Capítulo 3: Apolo

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     Allí estábamos. Él y yo. Sus ojos me miraban. Yo lo miraba. Caminé hasta donde estaba él y lo acaricié. Estaba lastimado en una de sus patas. Por lo que llamé a mamá para decirle si podíamos llevarlo al veterinario. Me dijo que habría que subirlo dentro del auto y ella nos llevaba. Así que lo levanté con mis brazos y lo llevé al coche. Movía su cola, estaba contento. Quizás porque yo fui el único que paró en esa parte de la autopista o porque, tal vez, él ya me conocía.
     Se hizo tarde y nosotros estábamos con este perro esperando que lo atiendan. Un doctor nos llamó y entramos a su sala. Nos preguntó qué le había pasado y le dije que lo encontramos en la calle. Iba a hacerle una radiografía para ver como estaba. Se lo llevó. Cuando regresó, nos dijo que debíamos dejarlo allí porque habría que operarlo, ya que tenía una fractura en su pata izquierda. Nos comentó que con unos medicamentos luego de la cirugía le ayudaría a mejorar. Nos recetó las pastillas y fuimos a la farmacia a buscarlas. Mamá entró, pero yo me quedé en el auto esperando. Después, ella me dijo que podía ir hasta el super y comprarle comida para tener en casa. Volvimos, ya de noche.
     Pasaron algunos minutos y escuche el llamado a comer. Había pedido pizzas. Hablé con mamá sobre Luna, me había dicho que estaba ocupada por lo del funeral. Que teníamos que ir a despedirla el domingo. Me parecía algo triste, pero sentía que podía sacarme este peso de encima y permitirme sanar. Terminamos de cenar y nos fuimos a dormir.
     Ya era de mañana. Día soleado, sábado. Me fui al baño. Abajo, me preparé el desayuno. Hoy íbamos a ir a la clínica a ver al perro. Ya debería estar operado. El sol entraba por la ventana. Mamá ya estaba despierta. Me preguntó si quería ir ahora a ver cómo estaba el animal. Yo le dije que sí, que vayamos ahora. Por lo que fuimos a verlo.
     En el veterinario, esperaba las noticias sobre la operación. Finalmente, el doctor nos llamó explicando los detalles de la cirugía y las expectativas de recuperación. Me sentí aliviado al escuchar que todo fue un éxito. Me dijo que tuvieron que ponerle un dispositivo auxiliar con ruedas para que pueda caminar, temporalmente. Lo fui a buscar. Que contento se puso cuando me vio. Fuimos a casa.
     Las horas pasaron rápido y yo me había quedado con el perro en el patio. Pensaba en qué nombre podría ponerle, no me gustaba que no tuviera uno. Mamá salió donde estábamos nosotros:
     - ¿Qué te parece Apolo? - dijo de modo sorpresivo.
     - ¿Quién? - le pregunté.
     - Apolo, el nombre para el perro - decía sin que yo entendiera.
     - ¿Apolo? - el perro se acercó a lamerme la cara mientras agitaba su cola.
     - Viste... - lo había encontrado. Su nombre, a él.
     - Apolo, me gusta. - lo volví a llamar. Que contento se puso. Sabía que era él.
     El veterinario nos comentó que debía sacarlo a caminar casi que todos los días si quería que mejore su pata. Tenía que fortalecer sus músculos moviéndose. Por lo que decidí salir a pasear con él por mi barrio. Capaz hasta la plaza, si llegábamos. Le puse una correa y salimos. Aunque estuviera en recuperación, Apolo caminaba sus buenas cuadras y yo estaba detrás de él.
     La tarde pasó rápido y el día iba llegando a su fin. El paseo ya había culminado, regresamos a casa. Lo subí por las escaleras. Lo acosté en mi pieza y le dejé un poco de agua y comida. Mi mamá le iba a dar sus pastillas. Lo miré y pude ver algo más que un perro. Podía sentir una leve, pero profunda conexión con Luna.
     Me fui al baño y cuando salí lo ví a Apolo afuera de mi habitación. Caminaba algo lento, quizás por el paseo, arriba note algo que me dejó pensando: Apolo se sentó en la puerta de la habitación de mi hermana, mirando adentro. Estaba algo abierta y me acerqué a prender la luz. Él entró, olfateó un poco y se recostó mirándome a mí. Vi sus ojos. ¿Qué querría decirme? Me agaché solo para darle un abrazo. Podía sentirla, a Luna. Ese perro me hacía sentir mejor. Me levanté y me senté en la cama de Luna. Vi como un destello bajo el escritorio. Me acerqué y vi que era el lente de la cámara. Era la que usaba mi hermana. La agarré y pensé en usarla, aunque no hoy. Salimos de allí y me fui a mi cama. Estaba cansado. Mis párpados se cerraron casi por sí solos. Me dormí.
     Domingo y sabía lo que iríamos a hacer. Mamá me había dicho que me preparé. Era temprano. Vi a Apolo mover su cola mientras me levantaba. Pensé en llevarlo. Ya era parte de nosotros, así que no podía dejarlo. Lo subí al auto.
     En la funeraria, que estaba frente a la plaza Grigera, pude ver mucha gente. A algunas ya las conocía, a otras no. Lo que sabía era que estaban allí por Luna. Apolo estaba conmigo. Algunos me preguntaron cómo lo había encontrado, yo les contaba lo que pasó. La vi a Luna, parecía un ángel. Estaba recostada en su ataúd. Me acerqué a darle la mano. Estaba fría. Lloraba.
     Más tarde la llevaron a enterrar. Junto a mi perro nos quedamos viendo a Luna por última vez. Después, estaría para siempre bajo tierra. Me sentía algo aliviado, el saber que ya podía descansar en paz, pero aún así sentía un profundo dolor, el dolor de su ausencia.
     Este día fue duro. Para todos. Con mamá nos quedamos últimos. Ya se hizo de tarde y debíamos estar en casa. Las horas pasaron rápido y la noche llegaba tan pronto como Luna se había ido de nuestras vidas.
     La alarma sonando, tenía que ir a la escuela. No me molestaba, es más, intentaba volver a la normalidad. Por lo que me fui al colegio. Hoy no salíamos muy tarde y esas clases casi no duraron mucho.
     Ya en casa, lo saludé a Apolo mientras venía corriendo en su "silla de ruedas", le bauticé sus rueditas. Le dije que hoy íbamos a ir a la plaza, también teníamos que caminar. Comimos primero y me despedí de mi mamá. Eran como las 2 o 3 de la tarde y el día estaba a puro sol.
     Caminamos hasta la plaza y vi como había gente disfrutando la tarde. De pronto, Apolo se desesperó y caminó más rápido de lo normal. Habíamos pasado cerca de un chico que estaba comiendo un helado. Me reía por dentro, pero me sentía mal, había visto el helado y se lo comió cuando estaba distraído. El chico se enojó conmigo. Yo le pedí disculpas. Le dije que le compraba otro, ya que la heladería estaba cerca. Me dijo que no hacía falta, pero yo insistí y fuimos a comprar. Cuando llegamos, adentro escuché que estaba sonando música. Por los parlantes se escuchaba "De música ligera" de Soda.
     El chico se llamaba Alex. Nos quedamos hablando de muchas cosas. Me caía bien. Me pidió mi Instagram y yo se lo dí. El se sorprendió cuando se lo dije. Me comentó que ya conocía a otro Cortés. Julian Cortes. Que era el nuevo novio de su mamá. Yo me quedé impactado, aunque no se lo dije. Ese era mi papá.
     Tiempo después, me despedí de Alex y le dije que podíamos vernos mañana, quizás para tomar unos mates. Ya íbamos a hablar por instagram. Desvié mi mirada hacia arriba. Sobre un árbol vi una paloma, una paloma blanca. Me quedé absorto en ella. Tenía la cámara en la mochila. Pensé que debería estar preparado para momentos como estos. Saqué la cámara y le tomé un foto. Me encantó. Sentí por un instante que significaba algo más. Apolo se sentó, fijando su mirada en el ave. La paloma se fue volando. La vimos irse. Pensaba. Luna también.

 Luna también

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Dos Cuerpos, Mismo CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora