Estoy caminando por un campo bañado por la luz de la luna, mis pasos resonando como susurros melancólicos. A mi lado, Luna, la hermana que se desvaneció en la penumbra del pasado, sonríe con ojos llenos de estrellas. Apolo, nuestro fiel compañero de cuatro patas, juega alegremente a nuestro alrededor. El aire está impregnado de risas y ladridos, una sinfonía familiar que había olvidado. Nos acercamos a un antiguo árbol. Acá, la tierra guarda nuestras huellas, marcadas por el tiempo y la ternura. La luna observa con complicidad, susurra promesas que solo el corazón puede entender.
Un destello de conciencia se filtraba entre los pliegues del sueño, y mis ojos se abrían al mundo que me arrancó la hermosa ilusión.
La habitación oscura me envolvía, la almohada llevaba el peso de mis pensamientos. Luna seguía siendo una sombra en el espejo de la memoria. Apolo descansaba junto a mi cama, ajeno a la tristeza que se aferraba a mi alma.
La línea entre sueños y la realidad se desvanecía, y en ese limbo, encontraba la fuerza para enfrentar un nuevo amanecer, llevando conmigo las imágenes que el corazón se negaba a olvidar.
La alarma que debía sonar a la misma hora de siempre, se escuchaba 3 horas más tarde. Hoy no iría al colegio. Ya había hablado con mamá para llevarlo a Apolo al veterinario para que vean cómo iba su “silla de ruedas”.
Habían pasado varios días desde el funeral de Luna. El día se nubló, parecía que una tormenta se estaba acercando. Bajé a desayunar con mamá. Luego de eso, nos fuimos con Apolo al veterinario.
Allí, nos dijeron que debían llevárselo a una sala para verlo con más detalles. Por lo que se fueron con el perro. Pasados unos minutos, regresaron con Apolo. La noticia: ya caminaba normal. Le habían sacado sus “rueditas”. Vino casi corriendo a donde estaba yo. Me agaché para abrazarlo y sentir su euforia. Me lamió todo la cara y estaba contento, pareciera que esos minutos fueron horas para él.
Ya en casa, mamá dijo que tenía que salir de compras y que en un rato volvía. Yo subí a mi habitación y me acosté en mi cama. Me puse mis auriculares y me quedé escuchándo mi playlist. "Tan lejos" de NTVG sonaba en la infinidad de mis recuerdos. Las horas pasaron a la rapidez de un rayo.
- Apolo se llama - le decía al Dr. Soler.
- Y este perro, ¿cómo te hace sentir? - preguntó.
Miré a la ventana del consultorio. El sol entraba por los cristales e inundaba la sala con su destello.
- Me ayuda mucho. Siento una fuerte conexión con él luego de lo de Luna. - mi mente divagaba entre emociones y recuerdos.
Le conté que días atrás me encontré con Alex en la plaza y le dije lo que él me había revelado. No pensaba en conocerlo. No quería.
Años pasados, Julian, quien era mi papá, había discutido con mi mamá. Creo que porque usó una blusa que a él no le gustó. Él le pegó a mamá. Mi hermana y yo estábamos encerrados en la habitación, escuchando música por los parlantes que ella tenía. Era chiquito. Luna me dijo que me quedé allí. Ella bajó. Escuché ruido abajo, pero me quedé escuchando la música como me había dicho.
Después de unos minutos, el sonido de la puerta cerrándose retumbaba en mi mente. Papá se había ido. No volvió jamás. Me enteré que también le pegó a Luna. Tiempo después me dijo que si ella no bajaba a tiempo, papá la mataba a patadas a mamá. Tenía unos 6 años. Se lo dije también a Alex. Para que lo sepa y que no le vuelva a pasar.
Me tuve que ir. Ya me pasaron a buscar. Con mamá estábamos yendo a casa. La lluvia golpeaba el parabrisas con fuerza. Sin embargo, bajé un poco la ventanilla. Esta vez, pude sentir la lluvia. Era real. Las gotas de agua mojando mi brazo. Estaba fría, pero me recordaba al mismo día. Aquel día.
Llegamos y subimos arriba con Apolo. Me quedé un rato en la compu. Bajé para comer. Se escuchaba la lluvia afuera. Terminamos y me fui a la cama. Prender la tele. No suelo hacerlo, pero tenía ganas de ver una película. Cambiando de canales, encontré una que recién estaba por comenzar: se llamaba “Siempre a tu lado”.
Acostado con Apolo en la cama miramos la película. Contaba la historia real de un perro, Hachi, que había sido encontrado por un hombre en la estación de tren. Este señor terminó adoptando al perro y debía viajar en ese tren al trabajo. Hachi lo esperaba siempre en una plaza fuera de la estación. Todos los días. Siempre.
Apolo movía su cabeza cuando escuchaba ladrar a Hachi. Yo lo acariciaba. Su pelaje era muy suave. Noté que la historia de este perro me hizo sentir una fuerte conexión. Había pasado todos los días esperando a un dueño que nunca volvería. Frío. Me emocioné cuando terminó. Lloraba. Lágrimas caían sobre Apolo y él lo notaba. Trataba de consolarme. Yo lo abrazaba con fuerza. No quería que se alejara nunca de mí. Quería cuidarlo y darle la mejor vida que pueda. Que película, siempre a tu lado Apolo.
Ya era de noche y la luz de la luna se dejaba ver por la ventana entreabierta. Salí con Apolo. Había parado de llover. Nos sentamos sobre unas sillas que estaban afuera. Miramos la luna. Podía ver su reflejo, el vil rostro del recuerdo. Brillaba. Había algunas nubes. La brisa nocturna golpeaba con fuerza mi piel. Saqué mi cámara, la enfoque y le tomé una foto. Se veía tan brillante y redonda. Aquel astro iluminaba mi patio cual faro en la completa oscuridad del atlántico. Sabía que siempre estaría a mi lado, Luna. Que cada noche podría mirar al cielo y verla. A veces más brillante, a veces menos. Pero siempre… estaría ahí.
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Dos Cuerpos, Mismo Corazón
Non-FictionLuego de un terrible accidente, Nicolas se embarca en un viaje interno de sanación y redescubrimiento. Donde buscará el camino para salir de su laberinto emocional, lleno de un vacío de recuerdos y emociones rotas.