II. Esta mansión embrujada

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Esta mansión embrujada
se ha estado burlando de mí.

Cuando el reloj marca la medianoche,
frena sus manecillas
y sin pudor alguno revive aquellos recuerdos que me desquician.

Porque esta mansión embrujada
se ha estado riendo de mí.

Se ríe a carcajadas infernales,
abre su boca y muestra sus colmillos,
que, burlones, amenazan con tragarme,
y escupirme en una camisa de fuerza.

Maldita mansión embrujada,
¡Cómo se ha estado mofando de mí!

Acarrea el viento frío y me adormece,
convierte los sueños en pesadillas,
asesina a los ángeles y los vomita
en el jardín donde los demonios duermen.

Y los demonios escavan, como perros,
removiendo la tierra del jardín,
saboreando, sin culpa, tus restos
que me encargué de enterrar por ahí.

Debí haberte dejado fuera,
cremando sin temor tu cuerpo,
y arrojando tus cenizas al océano
para que seas comida de tiburones,
pero te enterré con delicadeza en la mansión,
pensando que mi cariño
ayudaría a conservar tus huesos.

Pero la esperanza nunca revivió ningún muerto.
El cariño se putrefactó,
pudriendo las paredes de la mansión,
nublando la belleza de tus recuerdos.

Si fui capaz de matarte,
¿por qué no soy capaz de
deshacerme del cuerpo?

Supongo que nada habrá terminado,
hasta que saque tu cuerpo de aquí.
Despida nuestro último adiós
y deje morir el repulsivo deseo de que
abras tus ojos y vuelvas a mí.

Pero mientras más tiempo siga aferrada,
me quedará intentar resistir,
corriendo en laberintos sin salida,
tapando estos retratos que me miran,
y deshaciéndome de ese ramo de flores marchitas
que alguna vez me regalaste a mí.

Porque esta mansión de los espantos
está embrujada,
y con sorna, cada noche,
se burla despiadada de mí.

AMORE, DOLCE MORTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora