Capítulo 2

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Mientras Leah se dirigía hacia el templo de la diosa Atenea, en el Olimpo la tensión se palpaba en el aire. En la majestuosa sala, los dioses se congregaban en una discusión acalorada. El aire estaba cargado de tensión y preocupación, ya que Ares, el dios de la guerra, había estado sembrando conflictos y violencia entre los hombres de la Tierra.

Zeus, el rey de los dioses, presidía la reunión con una mirada airada. "¡Esta situación es inaceptable! Ares ha cruzado los límites una vez más, su sed de sangre y caos amenaza con desatar un cataclismo en Grecia", proclamó con voz atronadora.

Todos los dioses presentes asintieron en acuerdo, expresando su disgusto y preocupación por el accionar de Ares.

En medio de las acaloradas discusiones, una diosa permanecía en silencio. Atenea, la diosa de la justicia, la guerra y la sabiduría, había estado perdida en sus pensamientos desde el inicio de la reunión. Su mirada se desviaba hacia la Tierra, donde el sufrimiento de los mortales aumentaba con cada conflicto provocado por Ares.

Atenea se levantó lentamente de su asiento, silenciando las voces y llamando la atención de todos los dioses presentes. Su presencia imponente y sabia impregnaba la sala, generando un respetuoso silencio.

"Zeus, hermano mío", comenzó Atenea con voz serena pero firme. "La guerra inminente amenaza con arrebatar vidas inocentes y sumir a Grecia en el caos. Ares ha perdido el sentido de su propósito divino y debe ser detenido antes de que cause mayor destrucción".

Zeus asintió, reconociendo la sabiduría y preocupación de su hija. "Atenea tiene razón, Ares debe rendir cuentas por sus actos imprudentes y mortales", afirmó, su expresión severa reflejando su enojo contenido.

Mientras los dioses discutían sobre cómo confrontar a Ares, Atenea permanecía inmersa en sus pensamientos. Su mente se enfocaba en elaborar un plan que permitiera detener el derramamiento de sangre y preservar la justicia en el mundo mortal.

Finalmente, Atenea habló con convicción y resolución. "Propongo que formemos una alianza, hermanos y hermanas divinos. Unamos nuestras fuerzas para enfrentar a Ares y restaurar el equilibrio y la paz que tanto necesitan los hombres. Juntos, podemos guiar a Atenas y a Grecia hacia un futuro mejor".

Los dioses escucharon las palabras de Atenea con atención, reconociendo la valentía y sabiduría que emanaban de sus labios. Las voces de disensión se extinguieron poco a poco y un aire de colaboración y determinación llenó la sala.

Conscientes del desafío que enfrentaban, los dioses se prepararon para aliarse bajo el liderazgo de Atenea y poner fin a la influencia destructiva de Ares. La diosa de la justicia y la guerra se convertiría en la voz de la razón y la esperanza en un mundo sumido en la oscuridad.

Mientras la reunión llegaba a su fin, Atenea sabía que la batalla por la paz apenas comenzaba. Su mente se llenó de estrategias y planes, decidida a luchar contra la injusticia y a proteger a los inocentes del terrible destino que Ares había desatado en Grecia.

La diosa de la sabiduría se despidió de sus hermanos y hermanas divinos con determinación en los ojos. El futuro de los mortales estaba en juego, y Atenea estaba dispuesta a sacrificarse y luchar por el destino de Atenas, las almas inocentes y por el equilibrio en el mundo.

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La carroza avanzaba con elegancia y rapidez por las calles de Atenas. El ruido ensordecedor de los cascos de los caballos resonaba en los oídos de Leah, quien iba sentada en el interior, observando el paisaje pasar rápidamente. El corazón de la joven latía con fuerza, pues sentía la urgencia de llegar al templo de Atenea antes de que fuera demasiado tarde.

El sol ardiente del medio día iluminaba la ciudad, mientras el aire vibraba con la anticipación y el miedo. Los soldados que escoltaban a Leah en sus caballos galopaban alrededor de la carroza, protegiendo a su preciosa carga con celo y determinación. A medida que avanzaban, las calles se volvían cada vez más caóticas, llenas de ciudadanos que intentaban prepararse para la inminente invasión.

Leah miraba con tristeza las caras preocupadas que veía a su paso. Los comerciantes una vez prósperos ahora estaban cerrando sus tiendas y asegurando sus pertenencias. Las madres abrazaban a sus hijos con fuerza, tratando de transmitirles un poco de seguridad en medio del caos. Los ancianos se ayudaban mutuamente a moverse por las calles, mientras los jóvenes se alistaban para unirse a las filas del ejército.

A medida que la carroza se acercaba al templo de Atenea, Leah podía ver a lo lejos las columnas majestuosas y la imponente estatua de la diosa en la entrada. Su corazón se llenó de esperanza y convicción. Sabía que su viaje no había sido en vano y que su misión de buscar la ayuda divina estaba cerca de ser cumplida.

La carroza se detuvo frente al templo y Leah salió apresuradamente. Apenas tenía tiempo para agradecer a los soldados que la habían escoltado antes de adentrarse en el santuario. Al abrir las imponentes puertas de mármol, Leah fue recibida por una luz cegadora y un ambiente lleno de solemnidad. El suave aroma de incienso llenaba el aire y los murmullos de las plegarias se oían a lo lejos. Recorriendo el majestuoso templo, Leah pudo admirar las decoraciones elaboradas y los altares dedicados a Atenea.

Finalmente, llegó al corazón del templo, donde se encontraba la estatua de la diosa. Atenea, tallada en mármol blanco, parecía emanar una energía poderosa y sabia. Sus ojos grises parecían fijarse en Leah, como si estuviera en verdad allí mirándola directamente.

𝑳𝑬𝑨𝑯  ⸙͎  𝐀𝐭𝐞𝐧𝐞𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora