「 En el esplendor de Atenas, Leah, la hija de Pericles, encuentra su refugio en el templo de Atenea. Una conexión profunda y un amor prohibido florecen entre ambas, mientras la invasión persa amenaza su mundo, el destino de Atenas y un amor prohibid...
En la próspera ciudad de Atenas, en el año 480 a.C, vivía una adolescente llamada Leah. A sus dulces dieciséis años, Leah era conocida tanto por su belleza deslumbrante como por su astucia intelectual. Con ojos azules como el mar Egeo, cabello castaño oscuro ondeando como los campos de trigo en verano, y pecas como constelaciones en su piel pálida. Leah era un fiel reflejo de la herencia familiar que poseía.
La ciudad se preparaba para enfrentar la invasión del poderoso Imperio Persa, pero Leah no compartía el entusiasmo por la guerra. A ella le parecía que no había razón para pelear por una tierra que, según sus creencias, acabaría siendo un lugar sin dueño, que luego sería ocupado por otras generaciones, creía que las almas regresarían a los dioses una vez fallecieran, pero sin ninguna posesión material.
Pero a pesar de su negativa hacia la guerra, su padre la había instruido sobre combate cuerpo a cuerpo, y diferentes tipos de luchas. El creía firmemente que era necesario que se supiera defender en caso de que el faltará algún día y ella se encontrará desamparada. Debido a su exigencia ella era muy buena en combate, por petición de su padre lo acompaño en diversas batallas, aunque nunca de cerca pero siempre se mantuvo a su lado, así que conocía muy bien el campo de batalla.
Leah provenía de una familia de renombre en Atenas. Su padre, el respetado estratega Pericles, gobernaba con sabiduría y liderazgo, siendo uno de los principales defensores de la democracia en la ciudad. A pesar de su destacada posición en la sociedad, Leah no compartía el interés de su padre por la política y no estaba involucrada activamente en ese ámbito. Sin embargo, siempre se mantenía informada, consciente de la importancia histórica de los eventos que se avecinaban.
Leah era hija de Aspasia, la segunda esposa de Pericles, y tenía dos hermanos: Jantipo, de 17 años, y Paralus que tenía 15 años al momento de su muerte, cuando Leah tenía 10 años debido a una emboscada en su regreso a Athenas. La muerte de Paraulus marcó profundamente a la familia, dejando una sombra de tristeza sobre sus vidas.
A pesar de su prestigio, Leah no encajaba en los convencionalismos sociales de su época. Su corazón anhelaba una conexión profunda y significativa que trascendiera las fronteras de la política y la guerra. En lugar de verse envuelta en los asuntos del Estado, su pasión residía en la mitología griega y en entender la esencia de los dioses.
Entre todos los dioses olímpicos, su preferida, su musa inspiradora, era Atenea, la diosa de la sabiduría y la estrategia, la patrona de Atenas. Su amor y admiración por Atenea nacían de un deseo innato de emular los valores y la grandeza de su diosa favorita. Cada relato que leía, cada fragmento de información sobre Atenea, hacía que su corazón latiera con entusiasmo desbordante. Aunque nunca había visto a la diosa en persona, Leah estaba convencida de que Atenea debía ser tan hermosa y poderosa como se decía en las leyendas.
Leah no solo se destacaba por su hermosa apariencia, sino también por su inteligencia excepcional. A medida que crecía, demostraba una sabiduría y una curiosidad innatas, superando incluso las expectativas más altas que su padre tenía para ella.
Atenas se preparaba para la batalla contra los persas. El gobernante de Persia, el poderoso Jerjes I, estaba decidido a conquistar Grecia y someterla a su imperio. La ciudad de Atenas, encabezada por líderes como Pericles, se preparaba para enfrentar su destino con valentía y determinación.
Leah, consciente del peligro y la anarquía a la que se sometería Atenas, debido a el combate. Sentía que debía hacer algo para evitar que todo lo que amaba se viera en peligro. No podía aceptar estar solo en las sombras de su padre; Tenía una misión personal, mientras ella viviera haría lo que estuviera en sus manos por proteger a su familia.
La joven se deleitaba en la exploración de los textos antiguos, en la lectura exhaustiva sobre los dioses del Olimpo y en la conexión íntima que sentía con Atenea. Cada párrafo leído, cada palabra analizada, la acercaba un paso más hacia el conocimiento y la trascendencia. Su corazón anhelaba revelar el rostro divino de su diosa, y estaba dispuesta a enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino.
A medida que los días pasaban y la tensión en Atenas se palpaba en el aire, Leah quería ponerse al servicio de la diosa Atenea. Estaba decidida a viajar al mítico templo de la diosa, ubicado en las afueras de la ciudad, para pedir por su padre y su familia.
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La mesa familiar estaba preparada con exuberantes platos de comida, pero un aire de solemnidad permeaba el ambiente. El corazón de Leah latía con fuerza mientras miraba a su padre, Pericles, sentado al extremo de la mesa, su aspecto cansado pero determinado.
"Leah, mi querida hija", comenzó Pericles con voz profunda. "Sabes que el destino ha puesto un gran desafío frente a nosotros. La libertad y el destino de nuestra amada Atenas están en juego. Debemos protegerla a toda costa".
Leah asintió con tristeza, sabiendo que su padre hablaría de los peligros que enfrentarían y cómo debía cuidarse durante su viaje al templo de Atenea.
"Sé que deseas estar junto a mí en la batalla, mi valiente guerrera", dijo Pericles con una mezcla de orgullo y dolor en sus ojos. "Pero tu misión es sagrada. Debes ir al templo y suplicarle a Atenea que nos otorgue su protección. Cuídala como cuidarías de mí, Leah. Confío en tu valor y sabiduría".
Leah luchaba por contener las lágrimas mientras asentía nuevamente. El amor y la preocupación en los ojos de su padre la llenaban de fuerza, pero también sentía el peso de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros.
"Padre, te prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para proteger a nuestra ciudad y a nuestra gente", respondió Leah con determinación. "Atenea será testigo de mis plegarias y las escuchará padre".
Aspasia, la madre de Leah, intervino suavemente, buscando calmar los temores y la tristeza que llenaban la habitación.
"Oh, mi querida Leah", susurró Aspasia, tomando la mano de su hija. "Cómo desearía poder acompañarte en tu viaje. Pero alguien debe mantener la calma en nuestra querida Atenas. Prométeme que cuidarás de ti misma y que volverás a nosotros sana y salva".
Con una sonrisa triste, Leah acarició la mano de su madre y respondió: "Madre, siempre estaré alerta y me mantendré segura. Regresaré a tu lado tan pronto como sea posible".
Pericles se levantó de su asiento y colocó su mano en el hombro de Leah con firmeza y cariño. "Ten en cuenta, mi valiente hija, que no estarás sola en tu viaje. He asignado a los soldados más leales y capacitados para que te escolten y protejan. No permitas que el miedo te consuma. Los dioses estaran a tu lado".
Leah miró a su padre con gratitud y determinación. Sabía que su deber estaba trazado y que debía partir lo antes posible.
Con una despedida cargada de abrazos y besos, Leah emprendió su camino hacia el templo de Atenea. La población clamaba y mostraba su preocupación por la inminente invasión persa, pero Aspasia permaneció firme, brindando palabras de aliento y tranquilidad a quienes se encontraban cerca.
El camino hacia el templo estaba lleno de peligros y desafíos, pero Leah se preparaba para enfrentarlos con valentía y determinación. Con cada paso, su amor y devoción hacia Atenea se profundizaban, al igual que su anhelo por mantener a su familia y a Atenas a salvo.