Uno: La habitación de Laura

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El amanecer resplandeció soleado como si fueran las cuatro de la tarde en ese diciembre. Las clases no habían terminado aún, pero el chico que exprimía el saquito de té en la cuchara ya había dejado el colegio por el trabajo hace una semana.

Su cumpleaños se aproximaba el 24 de diciembre, en nochebuena. Veintitrés días faltaban para aquella fecha. Y con pensar en ella ya podía oler el Mantecol y el pan dulce, escuchar el sonido de las bombuchas estrellándose contra el asfalto caliente y el de las chicharras. Sentir el sudor por su pecho y espalda desnudos jugando a la pelota y el petardo explotar en la suela de su zapatilla.

Sin embargo todos esos recuerdos y sensaciones se derrumbaron y empezaron a sentirse distantes. Sus primos y amigos con quienes solía jugar cambiaron mucho y para mal. Lo que habrá pasado fue que empezaron a salir mucho de fiesta dejando la pelota tirada y las bombuchas en el paquete. Y empezarían a juntarse solo con chicos y chicas del rango de ellos. Tal vez unos trescientos seguidores en redes sociales (número que los haría sentirse importantísimos ya).

El chico puso el té en un plato junto con unas galletitas saladas y cruzó la cocina dirigiéndose al cuarto de su mamá. La puerta se impuso ante él como una gran muralla. Pero solamente es una puerta entreabierta que abrió del todo con una patada. Tal vez fuera una ilusión suya que parezca que los muebles de esa casa intenten frenarlo de algún modo de entrar en esa habitación. Las sillas se ubicaban justo en un lugar que le hacía pasar el living en zigzag. Y la mesa estaba tal vez tan pegada a la pared que siempre que el muchacho pasa golpea su cadera contra el borde de ella. Podría ser simplemente cuestión de quitar todo de esa posición tan antinatural. Colgar de nuevo los cuadros rotos y poner las sillas donde deben.

Al entrar en la habitación parecían callarse los pajaritos y el mismísimo viento solamente para escuchar lo que pasaba ahí dentro. No llegaba el ruido de afuera de la puerta. Puerta que el chico no cierra y no tiene pensado cerrar. Por eso deja apoyado una maceta contra ella, una muy buena elección porque su madre ama las plantas.

Un frío antinatural cayó tan rápido como el silencio en la habitación al ver a la mujer apoyada contra el respaldar de la cama. Una señora cuarentona que ocupaba muy poco de su parte de la cama. Se veía muy rígida entre sus sábanas con su mirada perdida.

—Buen día mamá—anunció así su llegada el muchacho dejando el desayuno en la mesita de luz con la cabeza baja, evitando mirar el blanco de las canas que se adueñaba del pelo de su madre. No quería ver ese color en su pelo, que anunciaba una batalla perdida. Su mamá solía cuidar mucho su pelo y nunca dejó que las canas lo toquen, porque siempre se lo teñia para evitarlo. Un día simplemente aparecieron esos mechones dorados, y no hizo nada al respecto.

Corrió las cortinas de la ventana y la luz del sol cayó sobre el borde de la cama entrecortado por los barrotes de hierro. Se sentó ahí mismo para presenciar hacia el Este donde el sol acariciaba los árboles y el pasto verde y prolijo con sus primeros rayos de luz. Pero la imagen parecía estar paralizada. En su lugar miró hacia la mesita de luz repleta de medicamentos, donde tuvo que hacer espacio para poner el desayuno.

—Te voy a dejar el aire prendido cuando vuelva del supermercado y vaya a repartir bidones. Puede que hoy haga mucho calor y haya varios mosquitos así que voy a dejar todo cerrado.

No hubo respuesta a la oración que citó el muchacho sin ver a su madre.

—Cuidate, ma. Si me necesitas llamá al súper. Y cuando estoy acá podes usar esa campanita —Apuntó hacia la campana de su bicicleta en la mesita—. Te quiero Laura, chau.

Sin más rodeos el chico abandonó la pieza sin ánimos y con un nudo en la garganta. Pero no sin antes echar un último vistazo hacia la mirada perdida y somnolienta de su madre, el bulto de su cuerpo dentro de las sábanas y la habitación en sí, que parecía una imagen o pintura y no un lugar real. Una habitación que parece no ser parte de la casa y que cuando salís de ella todo lo que está ahí dentro desaparece hasta que volvés a entrar en ella. Una sensación similar a cuando cerrás un libro, y todos esos personajes y mundos se paralizan y no vuelven a andar hasta que lo abrís de nuevo. O como cuando entrás en una nueva habitación en un videojuego, y el anterior escenario desaparece completamente del mapa y no vuelve a crearse hasta que estás de nuevo en él. Es por eso que el chico se fue dejando la puerta entreabierta con la maceta. Porque se siente como si la pieza y el resto del mundo no son de la misma realidad. En cambio dejando la puerta entreabierta, estas dos realidades pueden mezclarse y ser una sola.

El muchacho se niega aceptar que esa habitación ya no forma parte de la casa.

...

Desde su puesto, Marla vio entrar a su compañero de trabajo. Ese chico que solía ir a su clase, cuando aún mantenía su aspecto prolijo y su aire radiante. Él se peinaba con una pequeña cresta hacia arriba alzada por el gel. Dando la sensación de ser el tipo de persona que pone los pies encima del banco en el colegio. Y del tipo de muchacho que usa anteojos de sol cuando es de noche. Ahora lo único que quedaba de su antigua pulcritud era su ropa. Que siempre parecía estar sin una sola arruga.

En cambio desde el punto de vista de él, vio a una chica morena con el pelo del mismo tono de su piel. Su cara de indiferencia con el mundo trataba de dar la sensación de ser una tipa inalcanzable y misteriosa. Pero el chico solamente se pregunta si es posible mantener tanta cara de culo por tanto tiempo.

Los dos chicos juntos podrían tener una muy buena dinámica. La chica se encargaría de leer la palma de su mano, el tarot y leer el horóscopo. Mientras que el rol del chico sería intentar derrumbarle todas sus ilusiones y creencias que pensaba que no eran más que estupideces. El horóscopo parecía mimar mucho a escorpio y odiar a géminis y no le parecía nada justo.

Supieron sentarse juntos el año pasado en tercero, así que ya se conocían bastante bien. La muchacha estudiaba para el diez y subrayaba con fibrones hasta de colores que no conocía ni Cristo. No importaba si se perdía en el dictado del profesor o no terminaba de escribir antes de que borren el pizarrón (cosa que extrañamente nunca le pasaba). En cambio el muchacho, se conformaba con la nota más baja para aprobar y subrayaba todo con azul, que es el mismo color con el que escribía.

Podríamos seguir con varios aspectos de cada uno en el colegio. Como sus cartucheras y los útiles que hay dentro de ellas, sus carpetas y que tan ordenadas estén y etcétera. Pero ahora deben preocuparse por encontrar lo más rápido posible el código de barras de un producto para no quedar como unos tarados. Y de pensar aún más rápido con los precios y el vuelto.

Además no valdría la pena ilusionarse con una nueva amistad con ella. Porque él no consideraba que Marla lo vaya a tomar en serio si quiera. Pensaba que ella solamente iba a tirar toda su bronca en él. Cagarse en él como hace todo el mundo.

«Marla, si otra vez voy a tener dos intercambios verbales con vos en todo el día para que me insultes, mejor no saques tu puta cara de tu celular». El celular del muchacho se lo rompió supadre.

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