Un día el Padre de Ivy le entregó un sobre que alguien le había enviado a Ivy, el cual adentro tenía escrito algo muy cursi, lo que no sabía Ivy era que durante todo el verano ella estaría recibiendo sobres todos los días.
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—Mierda, la práctica de tenis. —Recordé y rápidamente me levanté de mi cama para ponerme lo primero que encontré en mi clóset. En cuanto terminé de vestirme, bajé corriendo las escaleras, ignorando por completo el hecho de que mi padre estaba discutiendo con alguien. Tomé mi raqueta y salí corriendo de mi casa, olvidando desayunar por completo.
Al llegar a la cancha de tenis, comencé a practicar, aunque de vez en cuando mi mirada se desviaba hacia el parque cercano. Al finalizar la práctica, la vi sentada en una banca del parque junto a un chico. "Seguro es su novio", murmuré para mí misma.
De repente, escuché a alguien gritar "¡Cuidado!" y, al girarme, sentí un golpe en la cara. Resultó que los que jugaban fútbol al lado de la cancha de tenis habían pateado la pelota con fuerza, y esta fue a dar directamente en mi rostro.
Al levantarme del suelo, sentí un líquido cálido deslizarse por mi nariz. Lo toqué y, efectivamente, era sangre. De inmediato, todos los que presenciaron la escena se acercaron a preguntarme si estaba bien, y aunque me dolía la nariz, solo respondía que sí. La coach de tenis llegó con unas cuantas servilletas y algunos curitas, y me acompañó hasta la banca, que estaba justo al lado de la chica de la fiesta. Se sentó conmigo mientras sostenía una servilleta en mi nariz.
—¿Todo bien, Ivy? —preguntó, a lo que asentí.
—Sí, no fue un golpe muy fuerte. —Al terminar de decir esto, ella me miró con confusión y respondió: —No me refiero a eso, hoy luciste muy distraída.
Me dio vergüenza y solo asentí diciendo que estaba bien. Ella se levantó de la banca y se fue sin decir una palabra más.
Me quedé pensando en lo que había pasado y en la vergüenza que sentía en ese momento. Entonces, escuché una voz muy reconocible que me saludó.
—Hola. —Giré para ver si era quien yo creía y, efectivamente, era ella.
—Oh, hola. —Sonreí, y ella respondió: —Se ve que tienes mala suerte.
Al escuchar esto, solo solté un «¿Disculpa?» y ella rió suavemente.
—Pues no todos los días un balón te golpea en la cara, y no es como si hubieras estado en la cancha de fútbol para que fuera más fácil que el balón golpeara justamente tu cara. —Ella rió al recordar la escena y yo solo quería que la tierra me tragara.
—¿Y vienes aquí muy seguido? —me preguntó, ignorando por completo lo que acababa de decir.
—Se podría decir que sí, practico tenis aquí. —Miré de reojo al que parecía ser su hermano y le di una sonrisa incómoda antes de volver a la conversación con la chica.
—¿En serio? Yo soy malísima en los deportes, a mí lo que se me da es la pintura y el dibujo. —Me reí al escuchar su comentario y recordé que no sabía su nombre, así que decidí preguntárselo.