Capítulo V

5 2 3
                                    

Fue esa misma noche cuando heroína y señor de Egara comenzaron a cartearse. Romero no quería aceptar el trabajo de administradora de bienes, ni su amor, aunque sí una amistad viendo lo muchísimo que tenían en común, como la afición por la mitología y los zorros.

—Sí, quiero que nos ayudemos mutuamente en nuestras desdichas —le dijo Carmel en uno de sus habituales encuentros—. Pero sin obligación de ningún tipo.

Sus hijos estaban cerca, en el jardín del castillo donde ambos jugaban a los dados.

—Con vos y vuestros hijos nada es por obligación. Os agradezco que me los hayáis presentado.

—Eso ha sido idea de mi hermana Houria. —Carmel sonrió parando el juego por un rato y le ofreció un saquito de nueces para compartir. Ella estaba venciendo todas las tiradas a pesar de que su gesto se mostraba tan serio como siempre.

—¿Ella es la pequeña? Sé que una de vuestras hermanas reza en la zona mezquita de Sant Miquel.

—Es la mediana. Solo la mayor y yo, el tercero, fuimos bautizados como cristianos. Y los cuatro queremos a nuestro padre y añoramos a nuestra madre con la misma intensidad.

—¿De verdad ella era bruja? Quiero decir, no era una criatura mágica como mi madre, tuvo que aprender de alguna manera.

—De eso nunca me habló, había tanto secretismo que nuestras conversaciones fueron cortas. Solo mis dos personas de máxima confianza lo sabéis.

El recién nombrado apareció para ocuparse de Joaquimet y acompañar a Elisenda y Ponça a sus clases de costura, así que Romero aprovechó para llevar por primera vez a su amigo a un lugar que adoraba desde pequeña.

Atravesaron la ciudad hasta ir más allá de los campos de cultivo del sur, ante la atenta mirada de los ciudadanos que los adoraban y ya no les pedían explicaciones sobre sus idas y venidas.

—Descubrí este rincón cuando venía a observar las nubes o escribir a solas —explicó apartando un montón de arena que cubría otro igual de piedras—. El paisaje es muy relajante, pero lo mejor está aquí debajo: un tesoro.

—¿Un tesoro?

—Sí, mirad vos mismo, solamente hay que apartar los guijarros y levantar una tabla.

Carmel obedeció y cuando vio la orfebrería de oro revestida de rubíes y perlas, se quedó sin respiración.

—¡Virgen Santa! —cogió los objetos y los acarició con cuidado—. Es una auténtica corona votiva.

—No sé qué es eso.

—Es una ofrenda de nuestra cultura. —Colocó cada parte del objeto sobre el suelo árido y ambos lo contemplaron—. Los nobles visigodos las encargaban para regalarlas a una iglesia importante a cambio de la protección divina de su territorio.

—Vaya, eso no me lo esperaba. Siempre creía que era el botín olvidado de un ladrón.

—¿Cuánto tiempo hace que lo encontraste?

— Yo tenía unos ocho o nueve años.

—No me cuadra con ninguna ofrenda que conozca del condado de mis padres. —cogió de nuevo una de las cruces adornadas y sonrió con la ilusión renaciendo en su corazón—. Esta desmontada en varias piezas y es demasiado bonita para estar escondida, Romero. ¿Por qué no aprovechamos nuestra fama para regalarla a la Seo de Egara?

—Ya sabéis que odio ser un referente. Haz tú la ofrenda, yo prefiero mantenerme al margen, por favor.

—Como prefieras. ¿Querrás al menos acompañarnos a Ahmed y a mí mientras la reconstruimos?

—Eso sí me parece buena idea. —Sonrío después de mucho tiempo—. ¿Ahmed sabe también sobre artesanía visigoda?

—Por supuesto, y podrá arreglar las joyas estropeadas. Conoce la técnica para tallarlas en forma circular, fue así cómo consiguió su puesto de trabajo para mí. Mira, uno de los elementos colgantes tiene forma de zorro. —Ambos miraron el animal dorado—. Algún día te hablaré de una raza de humanos mágicos que solo la familia de mi madre conocía.

—Estoy deseando saber más. —Romero se sintió feliz tomando la figurita en sus manos—. ¿Qué puedo ofreceros a cambio?

—No quiero nada a cambio. Tu amistad es ya la mejor recompensa.

Romero (Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora