El ensillable y su hermanito.

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A menos de un año que se había establecido ya era temido el nombre de Máximo Franco e inmensa su riqueza, obligando a clientes y tratantes que le hicieran su voluntad y la diesen por legal fue logrando esto; despachado había ya a todos los caciques locales y atendía diligente los designios de su hermano mayor con cuya venia se amparaba.
Con amplias dádivas y gusto procuraba convertirse en el padrino de cuanta niña podía, preferentemente de primera comunión para que estuviesen más pronto; ya cuando cumplían los quince pasaba con gran pompa a recogerlas de con sus padres y les apadrinaba ahora sí  la primera comunión de la rajada junto con su fiesta. Y si acaso la ahijada no aparecía o no le parecía, se llevaba a la comadre o a la hermana de ésta y al regresarla le cobraba la maquila al varón de la casa por el disgusto recibido.
Aunque tenía sus preferencias una vez llegaban a sus sentidos los matices y naturales notas a verija todas se le hacían iguales, sólo existía una cosa que le nublaba el juicio por entero: cierto raro contraste entre una piel uniformemente tostada con el cabello y los ojos claros; encerrado todo en afinadas facciones, habría sido capaz de dejarse hasta ensartar y matar por algo así.
De tanto en tanto recorría en coche los pueblos buscando a cuanto músico pudiese hallar para subirlo a un camión de redilas, y si por casualidad salía al paso alguna criatura de buen ver también ordenaba subir a la desdichada. Estando de vuelta montaba en caballo y recorría las calles con su séquito y la música detrás, sin antes apearse entraban el alguna cantina la que mantendrían tomada por varios días hasta dejarla en dantesco estado y pagando con el respeto a la vida del dueño.
Tal era el hermano con quien contaba don Salvador Franco para liquidar cualquier asunto si era muy delicado o tosco. Amigo de otro apacible garañón y flamante ungido del balanceo priísta, el presidente de la república Lic. Adolfo López Mateos. De tan distinguido camote obtenía amplia sombra y esperanza “Chavalo", como era llamado por él.
Su íntimo habíale prometido al cada vez más creciente Salvador la pretensión  a la silla grande, pero el uno briago con entusiasmo de más y el otro con instrucción pertinente de menos olvidaban que en el partido no se podía ser sucedido por otro del mismo plumaje, so riesgo de tremendas consecuencias en uno y otro ámbito.
Al el tiempo de contados sucesos el veterano general De la Torre guardaba cada vez mayor antipatía por lo que obraban estos fuereños de pronto engrandecidos en aquellos lugares. Mandamás en tiempo de Cárdenas por su estrecha amistad con éste, venida por haberle salvado el pellejo durante los años de la bola, De la Torre no solo se mostraba irritado por haberle caído tales gallos a su corral donde disfrutaba de los honores del militar en retiro; era también su alto sentido castrense aunado a sus años lo que le volvía insoportable el proceder de aquellas gentes. Así que resolvió discretamente ponerse a la acción y a la espera; mandó mover y contactar personas, se informó de quienes eran sus detestados con una precisión que ellos mismos no habrían logrado, se reunió con el alto sector político donde aún se le trataba con respeto y allá encontró validos para una causa que pronto logró hacerse  institucional.

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