Uno

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Llevabas una hora esperando por tu novio en ese restaurante. No te sorprendía su retraso, y como ya estabas acostumbrada a eso, decidiste ir hacia el lugar donde suponías que aún estaba.

No podías esconder tu molestia y la seriedad en tu rostro era imperturbable. Subiste el volumen de la música en tus audífonos hasta el tope mientras caminabas a paso rápido por la avenida que te llevaba al gimnasio de Tokyo. Una vez fuera, lo llamaste.

—¿Aló, Rosie? —preguntó con la respiración agitada.

—Otra vez lo olvidaste, ¿cierto? —preguntaste con la voz llena de tristeza.

—¡No lo olvide, cariño! —respondió él con rapidez—. Es solo que me encontré con Shōyō en el gimnasio y nos quedamos practicando un rato más... Lo siento, se me pasó la hora.

Hiciste una mueca de tristeza mientras te sentabas en un banco de madera en la entrada del gimnasio. A veces no entendías por qué seguías soportando ese tipo de actitudes, sabías que tu novio desde hace dos años te amaba, tú lo amabas a él. Pero siempre tuviste claro que para él siempre habría algo que sería más importante y eso sería el vóley.

—Bueno, ya da igual... —dijiste con voz desganada—. Estoy fuera del gimnasio, te espero para ir al hotel.

—Me daré una ducha rápida y salgo de inmediato.

La noche había llegado, en una semana comenzaría el torneo mundial y como tu novio era el mejor colocador del equipo, ambos viajaron desde Miyagi hasta Tokio para que él representara a su equipo. Tenías una lágrima atorada en la garganta, estabas cansada. Te sentías abatida e insignificante pero no querías demostrarlo frente a él para no causarle problemas antes de una instancia tan importante.

Te miraste en el reflejo del celular y limpiaste la lágrima que se escapaba por el rabillo de tu ojo. Aclaraste tu garganta y guardaste tus audífonos esperando que él llegara.

Veinte minutos se convirtieron en treinta, luego cuarenta... la molestia en ti era evidente. Y no era para menos, ¿Cuánto tiempo más él pensaba que lo ibas a esperar?

Estabas por irte del lugar, esperaste por un taxi, pero para tu mala fortuna el gimnasio quedaba en una zona lejana donde prácticamente no existía locomoción pública. Comenzaba a hacer frío, el viento golpeaba tus piernas, fue un mal día para usar una falda y tu chaqueta de cuero poco te protegía de las bajas temperaturas. Odiaste a tu novio en ese momento, te preguntabas hasta cuando permitirías que situaciones como esa siguieran pasando.

—Ni siquiera debería haber venido a Japón por él... soy una tonta —murmuraste para ti misma, como una especie de castigo por aguantar las mismas situaciones una, otra y otra vez.

Estabas en eso cuando un auto se detuvo justo frente a ti. Al bajar la ventanilla para hablarte pudiste ver que el conductor era un chico de manos o menos tu edad, unos veintitantos, ojos marrón claro y cabello de un tono similar. Algo en su primera impresión te sentó como una patada en el culo, tenía un aire de superioridad que lo hacía ver como un príncipe o una de esas mierdas que odiabas.

—¿Necesitas algo? —hablaste intentando neutralizar tu acento extranjero de la mejor forma.

—Creo que la que necesita algo eres tú —respondió, inclinándose para abrir la puerta del copiloto de su BMW 125—. No vas a encontrar un taxi aquí a esta hora ni aunque pases toda la noche esperando...

—Te lo agradezco, pero no necesito ayuda —dijiste con seriedad. Pero justo al terminar de soltar esa última palabra, las gotas de lluvia comenzaron a golpear el piso. Lo pensaste por diez segundos, luego rodaste los ojos e hiciste lo que cualquier persona racional haría—. Está bien, pero no intentes nada raro, te lo advierto.

Illicit Affairs; Tōru OikawaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora