"Tendrás que pasar más tiempo con mi hija, Leon. " Aseguró el presidente Graham, tomando por sorpresa al apuesto agente. Al percatarse de la expresión confusa en las juveniles facciones, el mayor sonrió, apoyando una de sus manos sobre el hombro del...
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Esto es una locura.
Y vaya que era consciente de ello; sin embargo, la suavidad de sus labios, la delicadeza de aquel contacto, su cercanía y su embriagante aroma simplemente me tenían hechizado.
Ashley soltó un pequeño suspiro, finalmente separándose para mirarme, tal vez en busca de mi reacción. Sus ojos brillaban de una forma encantadora y el rubor en sus mejillas le daban un aspecto tan adorable, que quería asegurarme de mantenerlas así, un poco más de tiempo.
—Mierda... —susurré, reforzando mi agarre a su cintura—. Creo que he cometido un grave error.
—¿Qué? —Un rastro de sorpresa se apoderó de sus facciones, así como un ápice de tristeza—. ¿Por qué lo dices...?
—Porque debí dejar que aquel incompetente continuara siendo tu guardaespaldas —Sonreí, tirando de ella para acercarla más a mí—. Así yo podría seguir salvándote... Y recibir a cambio esta clase de recompensas.
La ví sonreír mientras sus dedos delineaban mis mejillas, para luego sujetarse con fuerza a mis hombros.
—Entonces... ¿Estamos bien? —preguntó en medio de un tímido susurro, yo asentí.
—Lo estamos.
—¿Estás seguro?
—Por supuesto —afirmé, deslizando una suave caricia por su mentón—. Aunque, con otro beso, yo estaría de maravilla.
Ashley sonrió, acunó mi rostro entre sus manos y volvió a besarme. Aunque, esta vez, no tardé ni un segundo en corresponder.
Sabía que aquello no era más que una locura, un desahogo por parte de ambos luego de todo el infierno que vivimos juntos. Ashley me necesitaba, su padre lo había dejado muy claro y yo... Comenzaba a darme cuenta de que esa necesidad era mutua y no precisamente por la compañía que nos brindábamos.
—Leon... —ronroneó sobre mis labios, provocando que mis entrañas se tensaran—. ¿Ahora como pretendes que pueda dejar de besarte?
—¿En qué momento he dicho que quiero que te detengas?
—Pues... Yo... —susurró y entonces fui yo quien tomó la iniciativa, besándola con un poco más de intensidad.
Odiaba reconocerlo, pero desde la primera vez que vi sus labios, quise averiguar por mi propia cuenta su textura, su sabor y para mi jodida perdición... Acababa de descubrir que eran simplemente deliciosos.
