La señora de la mansión - Saga Rojo y Blanco 2 | Subiendo capítulos

Capítulo 3

Miré, y volví a mirar, y durante un largo instante, continué mirando, renuente a asimilar la realidad. Era como si una pesadilla recurrente cobrase vida, como si la imagen soñada tiempo atrás se materializase ante mí. Pero era inútil negarlo: allí estaba él, fijando en mí su mirada penetrante y adornando su rostro con la sarcástica sonrisa de siempre, como si fuera nuestro primer encuentro. Como si no me conociera, como si nada. Posé una mano sobre mi pecho y desvié la vista, incapaz de soportar la intensidad de aquel cinismo que me asfixiaba.

—¿Estás bien? —la voz de Callum fue mi ancla a la cordura.

—Sí... ehm... —agitada, sacudí la cabeza—. No sé qué me ocurrió, pero ya estoy bien.

Para entonces, Kyril ya se había aproximado lo suficiente como para sentir la presión de su presencia entre nosotros. Al elevar la mirada y encontrar la suya, observé su rostro escrutador sobre mí. Intercambiaba la vista entre Callum y yo, en silencio, aunque era evidente que debatía internamente qué hacíamos allí, juntos.

—Señor Petrakis, no he tenido aún la ocasión de presentarme, mi nombre es...

—Soy perfectamente consciente de quién es, detective Callum Martin. Hemos hablado, si recuerda.

¡Joder! ¿Quién era este hombre? ¿Qué le había hecho aquella víbora a Kyril? Me negaba a aceptar que él hubiese vuelto a ser el petulante, arrogante y despótico hombre que todos creían conocer. Pero yo había conocido a otro Kyril, el que me amaba, el dulce, el gentil, el cariñoso, el atento. No a este extraño que tenía delante. Era como volver al primer día en la mansión.

—Bien, entonces, mejor obviemos las presentaciones —replicó Callum con firmeza—. Imagino que tampoco será necesario explicar la presencia de la señorita Meyer, a quien usted ya bien conoce.

Kyril esbozó una mueca de fingida sorpresa.

—No exageraría tanto, detective Martin. Decir que nos conocemos "bien", la señorita Meyer —su mirada me rozó apenas un instante, pero en ella pude sentir la punzada de su desprecio— y yo, es darle demasiado crédito a lo nuestro. De hecho, tuvimos un breve episodio en relación con esta casa. Tal vez no esté al tanto, pero hace unos meses decidí ponerla a la venta y la señorita aquí presente fue la asesora en las negociaciones, ¿no es cierto?

Ahora ambos me miraban, y yo, paralizada, me encontraba incapaz de articular palabra alguna. Era como si una soga me estrangulara el cuello, queriendo desatar el nudo que me oprimía, pero hallándome totalmente incapaz. Callum, al verme desconcertada, volvió a tomar cartas en el asunto y decidió controlar la conversación, lo que agradecí internamente.

—En tal caso, tal vez sería oportuno discutir ciertos asuntos. Tengo algunas inquietudes en las que estoy seguro de que usted podría arrojar luz.

—No estaría yo tan convencido, la verdad. Hasta hace poco, yo mismo me encontraba al margen de todos los pormenores que me ha revelado acerca de su investigación. Y, por supuesto, quiero expresarle mi más sincera solidaridad respecto al asunto y, también —se giró hacia mí—, manifestarle mi pesar por lo de sus amigos, señorita Meyer. Imagino que debe estar siendo un trago muy amargo para usted.

Si con la mirada pudiera haberlo fulminado, sin duda lo habría hecho. Esperaría toda esa sarta de palabras de su mujer, exmujer o lo que diablos fuese —nunca mejor dicho—, pero no de él. Sin embargo, allí estaba Kyril, desempeñando la mejor de sus representaciones, como el consumado actor que siempre había sido. Me atormentaba la pregunta, dolorosa y punzante: ¿Acaso todo el tiempo que compartimos juntos había sido también un engaño, una farsa?

—Dado que todos los acontecimientos tuvieron lugar en esta su morada, señor Petrakis... —la arrogancia en su tono despertó mi osadía y repliqué—, temo que, aunque no esté usted plenamente informado, es probable que pueda contribuir con más datos de interés. De no ser así, seguro que su estimada y gentil consorte tendría algo que añadir en su lugar.