Parte 4

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Al día siguiente, tanto lady Elizabeth como el laird Duncan MacLeod se prepararon para el viaje que cambiaría sus vidas. Ella salió de su castillo en Northumberland, acompañada por una caravana de soldados, sirvientes y equipaje. Él salió de su castillo en las Highlands, acompañado por una tropa de guerreros, escuderos y caballos. Ambos se dirigieron hacia la frontera entre Escocia e Inglaterra, donde se encontrarían por primera vez. Ambos se sentían nerviosos, ansiosos y temerosos. Ambos se preguntaban cómo sería su futuro esposo o esposa. Ambos se resistían a aceptar su destino. Ambos deseaban escapar de su realidad.

El viaje fue largo y duro. Lady Elizabeth tuvo que soportar el frío, el viento, el polvo y el cansancio. El laird Duncan MacLeod tuvo que enfrentarse al calor, al sol, al sudor y al aburrimiento. Ambos tuvieron que lidiar con los comentarios, las miradas y las bromas de sus acompañantes. Ambos tuvieron que fingir una sonrisa, una cortesía y una paciencia que no sentían. Ambos tuvieron que reprimir sus sentimientos, sus pensamientos y sus sueños. Ambos tuvieron que ser fuertes, valientes y decididos.

El encuentro fue breve y tenso. Lady Elizabeth y el laird Duncan MacLeod se vieron por primera vez en un campo abierto, cerca de un río que marcaba la frontera. Se saludaron con una reverencia y un apretón de manos, sin mirarse a los ojos. Se intercambiaron unas palabras formales y vacías, sin expresar ninguna emoción. Se observaron con disimulo y curiosidad, sin mostrar ninguna impresión. Ella lo vio como un hombre alto y robusto, con el cabello rojo y la barba espesa, con los ojos verdes y la nariz aguileña, con el kilt escocés y la espada al cinto. Él la vio como una mujer delgada y delicada, con el cabello rubio y los ojos azules, con la piel blanca y los labios rosados, con el vestido inglés y el velo en la cabeza. Ambos se sorprendieron al descubrir que el otro no era tan feo ni tan malo como habían imaginado. Ambos se sintieron confundidos al experimentar una extraña atracción que no podían explicar. Ambos se negaron a admitir que el otro les gustaba un poco.

La Rosa y el CardoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora