Parte 8

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Lady Elizabeth se sentó en la silla, con emoción y nerviosismo. Abrió el libro, y vio el título: "El cantar de mio Cid", una obra maestra de la literatura medieval española, que narraba las hazañas del héroe nacional, Rodrigo Díaz de Vivar. Era el libro que le había regalado su hermano, con admiración y cariño. Ella lo leyó, con atención y fascinación. Quería aprender del Cid, que era un caballero valiente y leal, que luchaba por su honor y su patria, que se enfrentaba a sus enemigos y a sus adversidades. Quería ser como el Cid, que era un esposo fiel y amoroso, que respetaba y amaba a su mujer, que la defendía y la honraba. Quería tener un Cid, que la hiciera feliz y orgullosa, que la comprendiera y la apoyara, que la quisiera y la deseara.

Lady Elizabeth cogió la pluma, con decisión y esperanza. Escribió una carta, dirigida a su madre, a quien echaba de menos y quería mucho. Le contó su situación, con sinceridad y tristeza. Le dijo que se había casado con el laird Duncan MacLeod, con resignación y disgusto. Le dijo que no lo amaba, que no lo quería, que no lo soportaba. Le dijo que estaba infeliz, que estaba sola, que estaba desesperada. Le pidió consejo, le pidió ayuda, le pidió perdón. Le mandó un beso, le mandó un abrazo, le mandó un adiós.

Lady Elizabeth encendió la vela, con ilusión y fantasía. Vio la luz, que iluminaba la habitación, que creaba sombras, que jugaba con los colores. Vio el fuego, que calentaba el ambiente, que consumía la cera, que bailaba con el aire. Vio la llama, que le recordaba a su hogar, que le recordaba a su vida, que le recordaba a su sueño. Quería ver la luz, que le diera esperanza, que le diera alegría, que le diera amor. Quería sentir el fuego, que le diera pasión, que le diera placer, que le diera calor. Quería seguir la llama, que le mostrara el camino, que le mostrara la verdad, que le mostrara el destino.

La Rosa y el CardoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora