INTRODUCCIÓN

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Santo cielo, tengo apenas 23 años y me siento toda una señora, vieja y con hijos, buscando ofertas de pañales. ¿En qué me convertí? Extraño mis tardes perdiendo el tiempo, viendo series coreanas en Netflix, ya me hace falta tomarme el tiempo de tirarme en el suelo sin hacer nada, tan solo viendo el techo. Daría lo que fuera por estar bien cuajada en estos momentos y no buscando calzones retenedores de caca para bebés.

Cuajada...

Sonreí, dejando un paquete de Pampers que está carísimo, por cierto, en su lugar. Han pasado 5 años y yo sigo usando las palabras que él siempre usaba. Me gustaban hasta sus expresiones al hablar, me pegaba todas sus palaras y hasta ahora no dejó de usarlas.

No puede ser, ya no debería pensar en él, seguramente el también ya hizo su vida. Ya ha de haber pasado página, quizás hasta se olvidó de... mí.

Ya, Agustina. Ya.

Lo pasado con el tiempo se va quedando olvidado. Aunque lo bueno vivido, jamás se queda en el olvido.

—Tía, ¿Ya encontraste los pañales?

Bajé un poquito mi mirada para encontrarme con el engendro de 4 años que me llama tía. Se parece tanto a su papá en aspecto físico, que saco lo atractivo, pero se parece tanto a su mamá en la forma de ser, que le multiplica la belleza al 1000%. Le acaricié el cachete, sonriéndole.

—Todavía no, ¿Sabías que comprar pañales sale carísimo?

Negó con la cabeza. —No, no sabía.

—Pues toma el consejo que te voy a dar. ¡No tengas hijos!

—Pero... ¿Tía?

—¿Qué?

—¿Vos vas a seguir tu propio consejo?

—Amén, ya no quiero gastar más en pañales.

—¡Gusiiiiiiiiiiiii!

Y ahí viene el Santo tormento de todos mis días. Me giré en la dirección en donde provenía su voz. Ah y no viene solo, viene con mi pequeño bello tormento, el bodoque tan bonito que salió hermosa con los genes de ese orangután tormentoso.

Al menos Alex no es feo, lo que tiene de desastroso lo tiene de atractivo. Se paró delante de mí, la bodoque me estiró los bracitos para que la cargué. La tomé en mis brazos. La felicidad que está bebé me transmite es indescriptible. Vi a Alex, mientras me acomodaba a Fallon en mi costado, mientras la sigo chineando.

—¿Qué?

—¿Encontraste los pañales?

Puta madre, que no es tan fácil. —No.

—Te viniste a buscarlos hace como 20 min.

Lo vi feo. —Buscar pañales es más difícil de lo que parece.

Se rio. —Ya sé, por eso te pedí que los buscarás vos.

—Soy muy joven para andar buscando pañales, Alex.

—Pero lo haces por el amor de tu vida.

Puse la mirada en blanco. —Yo no tengo "amor de mi vida".

Se hizo el sentido. —¿Y yo que soy?

Tomé el primer paquete de pañales que tenía a la mano y se lo tiré en el pecho. —El papá de Fallon.

Empecé a caminar, tomando a Willy de la mano, mientras cargo a Fallon. Me di cuenta que Alex me viene siguiendo. Puedo sentir sus pasotes de orangután atrás de mí.

—¿Y eso no es lo mismo?

¿Y ahora? ¿De qué habla? —¿Qué cosa?

—¿No es lo mismo ser el papá de Fallon que ser el amor de tu vida?

Llegué a la caja, obligando a Alex a pagar los pañales. Mientras la cajera cobraba el dinero desde el aparatito de la tarjeta, me reí con ironía. Alex se giró hacia a mí y la cajera solo nos veía, mientras masticaba chicle.

—Obvio no, Alex. No es lo mismo.

Le agradecimos a la cajera media vez tuvimos los pañales. Empezamos a caminar hacia la salida de la Torre. Alex me tomó del brazo, viéndome mientras fingía tristeza. —Lastimas mis sentimientos, Agustina.

—No te vas a morir por eso, orangután.

Vi que Alex me quería decir algo más, pero Willy lo interrumpió. Gracias a Dios, ya no quería seguirle el tema a Alex.

—Tío, quiero un helado.

—Io tamben. —Fallon apenas está aprendiendo a hablar.

Alex les sonrió a los dos. —Vamos por un helado, entonces. —Le extendió sus brazos a Fallon. —Vengache con papi, mi amor.

Me reí, Alex puede ser de todo, pero no es mal papá y tampoco mal esposo. Desde que se caso ha cambiado, para bien y agradezco eso, bastante, Fallon merece una familia feliz y unos padres que se quieran.

Media vez Fallon estuvo en sus brazos, me vio a mí con una sonrisa. —¿Querés un helado?

Negué con la cabeza. —No, gracias. Voy a ir por el regalo. ¿Cuánto puedo gastar?

—Ah, es verdad, el regalo. —Sacó su tarjeta de la billetera y me la dio. —No hay límite, gasta lo que sea con tal de que sea un buen regalo.

Lo confirmo, es buen esposo. —¿Seguro?

—Que sí, Agus.

Asentí. —Entonces voy a comprarlo. —Antes de darme la vuelta, lo amenacé con la mirada. —Por favor, cuida bien a los niños.

Asintió, otra vez. —Ajá.

Empecé a caminar, pero oí su voz diciéndome, "Espérate", lo cual hizo que me detuviera. —¿Y ahora qué?

Sonrió como angelito. —¿Cuáles son las flores favoritas de mi esposa?

Él debería saberlo, pero ni modo. —Los tulipanes rosados, esos son.

Dios brincos con todo y Fallon en los brazos, parece un niño chiquito. —El amor de tu vida te lo agradece.

Y lo vi alejarse con los niños...

Suspiré, entrando a Eshop a comprar el regalo. ¿Cuántas veces se lo tengo que decir? Él no es el amor de mi vida, ya se lo he dicho millones de veces y no lo entiende.

El único amor de mi vida, o quien yo creí que lo era, hace 5 años que no lo veo.

Y dudo volver a verlo. 

Rumbos PerdidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora