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A medida que los días se deslizaban en el gris trasfondo de las calles urbanas, me veía obligado a adaptarme a un entorno hostil que, inicialmente, me resultaba completamente ajeno. Cada jornada era una travesía por el infierno cotidiano, enfrentándome a la repetición constante de una realidad indiferente. Las comidas se volvían una monotonía insípida, pero a medida que el tiempo avanzaba, descubrí que mi capacidad de adaptación era más resiliente de lo que hubiera imaginado.

En mis primeros días en las calles, la desesperación me llevó a merodear los alrededores de teatros y escenarios musicales, buscando un respiro en la cultura que, paradójicamente, se me negaba. A mis escasos diez años, había sido testigo de más vicisitudes que muchos adultos en toda una vida. Mientras ellos gozaban de la seguridad de sus existencias, la mía pendía de un hilo, sostenida únicamente por la esperanza de no sucumbir al hambre o al implacable frío nocturno.

Aunque cada día se asemejaba a una batalla para sobrevivir, con el tiempo dejé de dormir en las calles y comencé a refugiarme en garajes y tiendas abandonadas. Oculto en las sombras, aprovechaba la oscuridad para extraer un sustento de lugares que a simple vista parecían inalcanzables. Habían pasado cuatro años desde que este estilo de vida se convirtió en mi rutina diaria. Ningún día estaba destinado a ser un instante para mí mismo; todos estaban dedicados a la lucha constante por la supervivencia. Hubiera deseado la muerte antes que este prolongado tormento, pero, de alguna manera, encontré un destello de oportunidad para mejorar mi situación.

Fue mientras exploraba el puerto en busca de herramientas que mi atención se posó en un grupo de hombres que destacaban entre la multitud: eran soldados. Observé con admiración sus uniformes impecables, su firmeza militar y la precisión en cada uno de sus movimientos. Me acerqué sigilosamente, sintiendo una curiosidad abrumadora, hasta que mis ojos se posaron en una caja repleta de balas y armamento. La idea de apropiarme de ese tesoro y venderlo para ganar algo de dinero cruzó mi mente, pero la realidad de mi apariencia de niño migrante me hizo reconsiderar. En cambio, opté por ofrecerme como transportista para las cajas, sugiriendo la posibilidad de llevarlas de un puerto a otro. Para mi sorpresa, aceptaron mi propuesta. ¿Quién desconfiaría de un pequeño niño?

Así inició mi singular empleo con el ejército de la marina de guerra. Mi cuerpo menudo se convertía en el responsable de cargar cajas de municiones más grandes que yo mismo. Sin embargo, lo significativo no residía en el peso físico, sino en la compensación financiera que conseguía. Cada día, mis manos se cubrían de nuevas cicatrices, pero nada de eso me desalentaba. Mi único objetivo era sobrevivir y aprender de aquellos que llevaban uniformes militares. Observaba sus rituales, participando en la limpieza meticulosa de sus armas y escuchando sus conversaciones tácticas. Mi comprensión sobre armas y estrategias de guerra se expandía de manera exponencial.

Aprendí a respetar la precisión y a adoptar la disciplina, intentando ser un aprendiz ejemplar a pesar de mi corta edad. En ocasiones, aprovechaba la oportunidad para cargar rifles de las cajas y dispararlos contra blancos improvisados como botellas y cartones. El sonido ensordecedor de los disparos me otorgaba un fugaz sentido de poder y control sobre mi propia existencia, aunque solo fuera por breves instantes. Ese acto se convirtió en mi refugio, el consuelo tras una ardua jornada.

Mis deseos anhelaban despertar de este mal sueño, una realidad que parecía tan surrealista. La pérdida abrupta de todo lo que alguna vez conocí continuaba siendo un golpe constante, como un eco del pasado que resonaba en mi presente. Sin embargo, cerré heridas aunque no cicatrizaron por completo, sabiendo que en cualquier momento podrían abrirse de nuevo. A pesar de todo, continué luchando. Las adversidades me habían forjado en un superviviente resistente, y ahora, aquí estaba, trabajando en estrecha colaboración con el ejército de la marina de guerra. La vida me había llevado por un camino inesperado, pero cada cicatriz y experiencia se tejieron en la compleja trama de mi existencia, moldeándome en un individuo que, a pesar de todo, persistía en su lucha por la supervivencia.

Silencio NuloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora