Esa mañana desperté temprano, sumido en la penumbra de un cuarto oscuro y húmedo. El frío se aferraba a mis huesos, recordándome la cruda realidad de mi situación. Eran apenas las 4 de la madrugada, y ya debía prepararme para enfrentar otro día en este infierno en el que había caído. ¿Cómo había llegado un joven militar como yo a este lugar? La pregunta resonaba en mi mente una y otra vez, pero no encontraba una respuesta satisfactoria. Me levanté con pesadez, dejando que el agua de la ducha me arrastrara por un breve instante lejos de este sórdido mundo.
Una vez limpio y vestido con la ropa que me habían proporcionado, fui conducido por un hombre desconocido hacia lo que parecía ser el trasfondo de una fábrica abandonada. Allí, entre sombras y susurros, me encontré con un grupo heterogéneo de mujeres y niñas, todas en la misma situación desesperada que yo. Un hombre me indicó que recibiera las últimas instrucciones de una joven de apenas quince años que se acercó a mí con una sonrisa forzada.
—Hola, ¿cuál es tu nombre? —preguntó con amabilidad.
—Eso no importa —respondí bruscamente—. Dime ya las instrucciones para que me vaya más rápido.
Mi irritación era palpable. No me gustaba la idea de tener que relacionarme con mujeres en este entorno tan sórdido. Antes de que ella pudiera decir una palabra más, la interrumpí con impaciencia.
—Dije habla rápido, ¿o no entiendes? No quiero seguir hablando contigo —le espeté, alejándome sin siquiera mirarla a los ojos.
Suspiré, frustrado por la situación en la que me encontraba. A regañadientes, seguí las instrucciones que me habían dado y me dirigí hacia la esquina más cercana, ignorando por completo a la joven que me había dado las indicaciones. Me mantuve allí, en silencio, observando a mi alrededor con cautela mientras esperaba a que pasara mi primer "cliente".
Pasaron las horas, lentas como si el tiempo se hubiera detenido por completo. Finalmente, apareció un hombre que parecía tener dinero. Me acerqué a él con cautela, observando cada movimiento con atención. Cuando estuvo lo suficientemente distraído, aproveché la oportunidad para robarle la billetera y el celular. El hombre ni siquiera se dio cuenta de lo que había sucedido, y yo me recosté contra la pared, tratando de pasar desapercibido entre las sombras.
De repente, alguien me agarró por la playera y me sacudió con fuerza. Era el jefe del grupo de trata de personas, el mismo hombre que me había reclutado a la fuerza en este negocio sucio.
—¡Tenías solo un trabajo, niñato! —rugió, lleno de furia.
—Eso es lo que estoy haciendo, calamar... —respondí, desafiante, usando el apodo que todos le conocían.
—¿Cómo me dijiste, maldito niño?
—Calamar...
Sin previo aviso, me arrojó al suelo y comenzó a pisotear mis piernas con brutalidad. Sentí el dolor agudo recorrer mi cuerpo, pero me negué a mostrar debilidad ante él. No estaba dispuesto a dejar que me humillara de nuevo. Cuando me ordenó que vaciara mis bolsillos, sentí una oleada de pánico recorrerme. No podía permitir que descubriera lo que había hecho.
—No sé de qué estás hablando —mascullé, intentando ocultar mi nerviosismo.
—¡Dije que vacíes tus bolsillos, enfermo!
La palabra "enfermo" resonó en mi cabeza como un eco retorcido de la verdad que estaba tratando de negar. No, no estaba enfermo. No como él decía. Pero la realidad era cruel y despiadada, y yo no podía escapar de ella.
—¡Yo no soy ningún enfermo! —exclamé, empujándolo con todas mis fuerzas.
La ira me consumió por completo, y seguí golpeándolo sin cesar en la cabeza, hasta que su cuerpo yacía inerte en el suelo, muerto. El miedo me invadió al darme cuenta de lo que acababa de hacer, pero no podía permitirme ser atrapado. Me levanté de un salto y corrí sin mirar atrás, con la mirada de los espectadores grabada en mi mente como un recordatorio constante de mi propia desesperación.
Finalmente, encontré refugio en una bodega abandonada, donde esperé en silencio a que la calma volviera a mi mente agitada. La lluvia golpeaba con fuerza el techo de metal, como si quisiera arrastrarme de nuevo hacia el abismo del que acababa de escapar. Pero yo no podía permitirlo. Había sobrevivido a otro día en este mundo oscuro y corrupto, y no iba a dejarme vencer tan fácilmente.
Con el amanecer, me dirigí hacia el lugar donde había visto los apartamentos en venta. A pesar de todo, sabía que necesitaba un lugar donde refugiarme y comenzar de nuevo. La ciudad se extendía ante mí, indiferente y ajena a mi sufrimiento. La lluvia persistente parecía reflejar mi propio desamparo, pero no me detuve, en ese momento la ciudad era tranquila y serena, pero no lo iba a ser más desde ese día, aunque yo no lo sabía. Con paso decidido, me dirigí hacia la agencia inmobiliaria, decidido a comenzar una nueva vida en este lugar.
El agente inmobiliario me recibió con una sonrisa profesional, ajeno a las sombras que se cernían sobre mí. Le entregué el dinero que había logrado rescatar de mi último encuentro, y él me entregó la llave de un modesto apartamento en el tercer piso. El número 113 brillaba en el metal, como una promesa de seguridad en medio de la oscuridad.
["Central, unidad en el sitio. Se constata situación en el apartamento 113. Necesitamos equipo forense para la evaluación, ambulancia no requerida"]
Subí las escaleras con pesadez, sintiendo el peso de mis decisiones sobre mis hombros. El apartamento era pequeño, pero acogedor. La cocina se abría hacia la sala de estar en un espacio compacto, mientras que el dormitorio y el baño se encontraban en un rincón apartado. No era lujoso, pero era todo lo que necesitaba en este momento de mi vida.
Dejé caer mi maleta en el suelo y cerré la puerta detrás de mí, sintiendo un atisbo de alivio al estar finalmente solo. Me dirigí al dormitorio y me dejé caer en el colchón, exhausto por todo lo que había pasado. Me despojé de la ropa, la única posesión que me quedaba ya que esos malditos me habían robado todo, y me sumergí en la oscuridad del cuarto.
Las horas pasaron lentamente mientras me debatía entre el sueño y la vigilia. Mis pensamientos se agolpaban en mi mente, una mezcla confusa de miedo, rabia y determinación. ¿Qué sería de mí en este nuevo comienzo? ¿Podría encontrar la redención en medio de tanta oscuridad?
Finalmente, el cansancio me venció y me sumergí en un sueño inquieto, plagado de pesadillas y recuerdos dolorosos. El tiempo se desvaneció en un torbellino de imágenes y emociones, hasta que finalmente me encontré en un lugar tranquilo y sereno.
No moriré, no lo haré, se que me dijieron que me quedan 2 años, pero yo sé que no moriré, conozco bien a la vida y como funciona, no moriré.
Mientras estaba dormido podía escuchar pasos fuera del departamento, sabía que eran los ayudantes del calamar que me estaban buscando, no me encontrarán, nunca lo harán, me quedé pensando en las cosas que robe y que las oculte en un cajon de mi habitación.
Con 16 años estaba solo en la vida, tratando de vivir, o sobrevivir, sin familia, pero al menos vivo, esperando que está sea la oportunidad que me dé un nuevo comienzo, una nueva vida.
Me falta un corte de pelo? Yo creo que sí, lo tengo muy largo, aunque no como lo tenía antes aún así, nunca cuide mi apariencia física ni lo haría, solo quería que me deje de molestar el cabello en la nuca...
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Silencio Nulo
Non-FictionEugene Haden, un enigmático hombre de 48 años, habita un apartamento solitario en el corazón de una ciudad poco transitada y peligrosa. Su semblante, generalmente sereno y callado, oculta un mundo interior intrigante y misterioso. En la superficie...