1- Emrys

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La venganza no resarcirá los daños, pero ¿qué más podía hacer con tanta ira acumulada? Nadie conocía el motivo de mis actos, quizás porque no habían querido verlos, pero siempre hubo un porqué. Siempre hubo alguien por quien hacer todo lo que hacía. Me han tachado de mentiroso, de traidor y de cosas mucho peores. Me han juzgado, castigado y torturado. Me han convertido en un monstruo a los ojos del mundo.

— Quiero ir con mamá.

Apreté los dientes por tal de mantener la boca cerrada y abracé más fuerte a mi hija. Sus lágrimas abrían las grietas en mi alma. Tampoco ayudaba ver a mis otros dos hijos enjaulados. Era incapaz de comprender qué peligro suponían unos niños de cinco años y escuchar sus lamentos me enfurecía.

—Rigans te gustará —susurré a su oído tras varias respiraciones profundas—. Hay palacios con tejados de plata y oro.

—Me da igual. Quiero a mamá y que saquen a mis hermanos de la jaula.

El único que se atrevió a mostrar una pizca de culpabilidad fue Brendan. Los demás caminaban varios pasos por delante con un ojo puesto en nosotros para cerciorarse de que los tres niños llegaban hasta el rey. Les movía el orgullo por el trabajo bien hecho, el trabajo de alejar a mis hijos de su madre y de su hogar.

—Sacadlos —exigí.

—Olvídate —respondió Raiden sin molestarse en mirarnos siquiera.

—Son niños —gruñí.

—Son monstruos, Emrys. Se quedan en la jaula.

Frené en seco dispuesto a soltar a Neyra en el suelo. Su mano voló hacia el hacha mientras la otra ceñía su cinturón.

—Sácalos, Yuven —pidió Brendan—. Emrys tiene razón. Sólo son niños.

—No, Brendan —negó Raiden—. Son un lobo que lleva todo el camino gruñendo, una serpiente que no para de destilar veneno y una niña rara con puntas de acero en las orejas y marcas extrañas en la cara.

El llanto que provocó en Neyra terminó de enfurecerme. Entonces sí la dejé en el suelo y ella se sentó con las manos en la cara. Sus sollozos me desgarraban por dentro mientras arrancaba la jodida jaula de las manos de Yuven y la abría. Raiden no tardó en apuntarme con el hacha.

—Mátame si quieres, Raiden, pero no vas a insultar de nuevo a mis hijos.

Ulmer fue el primero en salir a mostrar sus afilados dientes a Raiden. Los ojos dorados de ambos brillaban aterrorizados, pero Ulmer siempre había sido el más protector de los tres. Su pelaje blanco se había erizado tanto que los mechones dorados del lomo dibujaban un rayo. La misma línea dorada cruzaba desde la frente hasta la cola escamosa de su hermano Gwenek y ahora se estiraba y plegaba en el zigzagueo que trazaba sobre la tierra hasta alcanzar a su hermana.

—Ulmer.

Su mirada se suavizó poco al posarse en mí. Me bastó un gesto para que fuera también junto a Neyra. Los dos recuperaron su forma humana para abrazarla, lo que encogió mi alma como una soga. Ullanda no se podía hacer una idea de las consecuencias que tendrían sus decisiones.

—Los tres están marcados —señaló Yuven.

Eran tres niños diferentes, pero niños igualmente. Tenían las orejas más puntiagudas que su madre y con espirales de acero que se retorcían en sus hélices como exóticos pendientes. La marca dorada de la mejilla derecha parecía formar nudos o enredaderas. Eran dos marcas visibles y distintivas de ellos, aunque no por ello terroríficas.

—Te has encariñado demasiado de ellos, Emrys. ¿Ya olvidaste lo que le sucedió a tu primera hija?

Le pegué tal puñetazo a Raiden que hasta olvidó el hacha colgada de su cinturón. Brendan le había quitado el arma antes de que pudiera echar mano de ella. Los ojos ahora negros de Ulmer se clavaron en Raiden. Los de Gwenek eran dos tormentas eléctricas que se intensificaban conforme caminaba hasta nosotros.

La Profecía de la BasinéadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora