2. Alimentar

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Abrir los ojos después de tantos años, se convierte en un evento casi traumático para alguien como Keisuke Baji. Primero, parpadea un par de veces para adecuarse al entorno; al segundo siguiente, comienza a toser debido a la acumulación de polvo y la resequedad de su garganta. Ni hablar del esfuerzo sobrehumano —incluso si ya no cuenta como uno— que aplica al intentar levantarse para salir del maldito ataúd que lo ha mantenido cautivo por quién sabe cuánto tiempo. Su condición física es lamentable en todo sentido, es un milagro que su vestimenta se mantenga intacta tras haber pasado una buena temporada entre humedad y podredumbre; la piel de sus brazos, por otro lado, tiene una apariencia notablemente más pálida a raíz de la falta de alimento.

No es novedad que cada extremidad cruja conforme se yergue, su espalda también lo hace en cuanto se inclina hacia atrás. Incluso una momia se mantendría mejor conservada de lo que está él en este instante, y eso, de verdad es decir mucho.

Ahora que comprende de manera global la situación por la que atraviesa, duda ser capaz de derrotar a algún enemigo implicado en su liberación. Sin embargo, una cosa es segura: no permitirá que lo vuelvan a capturar.

Se tambalea escaleras arriba, guiado por sus impulsos primitivos. La sed de sangre que experimenta es tan grande, que cualquier leve rastro de calidez lo atrae como una polilla a la luz. El viento mantiene en el ambiente un olor peculiar, lo alborota y llena sus pulmones de él. Comer. Sangre. Vitalidad.

El olor que flota alrededor está plagado de ella, del aroma de la vida, la frescura y la pureza que solo es posible encontrar en la juventud. Los colmillos reaccionan y un estremecimiento recorre su cuerpo. Fantasear con probar la sangre de un humano joven, le sirve de motivación para continuar dando un paso tras otro hasta dar con la salida. Para entonces, el rastro se ha vuelto débil, y reparar en los muros y detalles en ellos le provoca flashazos del pasado.

El ardor en la garganta es nada comparado con la furia que le invade al reconocer ciertos elementos; el deterioro es considerable, pero, no hay forma de que esté equivocado. Los recuerdos vienen a él de la misma manera en la que las olas golpean la costa: Kisaki, el autor intelectual de todas y cada una de sus desgracias, en compañía de Hanma Shuji, un peligro para la sociedad de aquel entonces. No olvida sus rostros llenos de regocijo mientras Kisaki se encargaba de recitar el hechizo de contención, la oscuridad en la que fue sumergido contra su propia voluntad y la impotencia que todavía carga a cuestas.

Desea con todas sus fuerzas que estén allá afuera, en alguna parte del vasto mundo, porque eso le daría la oportunidad de acabar con ellos con sus propias manos. La venganza es un plato que se come frío, y el odio es un sentimiento que se ha asentado durante el tiempo que estuvo encerrado. Aunque, si su liberación está ligada a ese par, significa que tendrá que verlos pronto. Por mucho que le pegue en el orgullo, admite que no está en condiciones de librar una batalla contra dos grandes brujos. Primero lo primero: alimentarse.

Mientras se esfuerza por trasladarse hacia el exterior, apoyado en las paredes cubiertas de moho y telarañas, piensa en los suyos. Es posible que nadie esté al tanto de lo que le ocurrió, pero no duda de que deben haberlo buscado. Quizá, con un poco de suerte, al día de hoy continúen haciéndolo. Desde luego, también está el otro extremo del lazo, o sea, que hayan sido exterminados y él sea el último de su "especie".

No, se niega a perder la esperanza. Quiere saber cómo y dónde están. ¿Qué hay de Kazutora? ¿Creerá que lo abandonó igual que su padre? ¿Qué sucedió aquella noche con Mikey y el resto?

Se lleva la mano al pecho para aferrarse al collar que, por fortuna, todavía cuelga de su cuello. Demasiadas preguntas para un cuerpo que reclama sangre.

Afuera, el viento arrastra consigo un sinfín de olores entremezclados que confunden sus sentidos. No logra concentrarse en ubicar solo el aroma del humano que abrió el ataúd, lo intenta en varias ocasiones, con la barbilla elevada al cielo y los ojos cerrados. Nada. El único aroma más intenso proviene de ganado cercano, varios metros al norte, para ser exactos. Keisuke chasquea la lengua, porque alimentarse de animales en general ha sido, de hecho, la base de su dieta desde que nació, pero nunca ha estado de acuerdo con priorizar la vida de los humanos por encima del resto de las especies. Es decir, ¿qué han hecho los humanos por el mundo u otras formas de vida? Absolutamente nada positivo.

Eternal | BajiFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora