Capítulo 8: Te lo suplico...

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Lo meses iban pasando y el vientre de Aline iban creciendo con él, al igual que el amor.

-¿Cómo están las cosas por Rio?-preguntó Aline poniendo el altavoz de su teléfono. -Extraño mi ciudad.

-El Rio sigue maravilloso, ¿no es lo qué decimos siempre de nuestra ciudad maravillosa? -contestó Matilde que había regresado a Brasil para conseguir trabajo y cuidar de sus hijos. -¿Cómo estás tú cariño, y la princesita?

Aline pasó la mano por su pancita de siete meses y sonrió con ilusión. Mientras hablaba con Matilde ella doblaba un par de pijamitas que había comprado para su bebé. Todo lo que tenía su princesita ocupaba una pequeña parte dentro de un cajón de la cómoda. Era muy poco, pero Aline lo había comprado con mucho cariño y lo guardaba con todo su amor.

-Ella está bien, ya no me deja dormir porque es un pequeño huracán que no sabe estar quieto. Pero según mi doctora crece saludable, que es lo más importante. -contó Aline pasando la mano por su barriga para sentir las patadas de su bebé.

-Siento mucho no estar ahí contigo. -lamentó Matilde. -Seguramente todo esto debe estar siendo muy duro para ti. Cuidar de Augusto y trabajar con el embarazo tan avanzado.

-Estamos bien Matilde, no te preocupes por nosotros. -aseguró Aline para calmar el corazón de la enfermera.

Aline sabía que eso no era del todo cierto. Cada vez era más difícil para ella cuidar de la pequeña familia en su estado.

La muchacha se vio obligada a abandonar su departamento en el centro de la ciudad, para alquilar uno muy pequeño en la periferia. Con la ayuda de una vecina encontró trabajo como camarera en una cafetería. El sueldo era una miseria, pero era suficiente para pagar el alquiler y poner algo de comida en la mesa.

El dinero que Aline había guardado era exclusivamente para la medicación y los cuidados de su padre, pero ese dinero también se estaba acabando y Aline comenzaba a angustiarse.

-Tengo irme al trabajo ahora Mati, dile a los niños que mañana os haré una videollamada. Me muero de ganas de verlos, deben estar enormes. -se despidió Aline segura de que no había logrado convencer a la enfermera de que todo iba bien para ellos, pero no le quedaba más opción. No había tiempo para llorar.

-Cuídate todo lo que puedas mi niña. Recuerda que ese cuerpo ya no es solo tuyo, y que tu embarazo ya está muy avanzado. -pidió Matilde preocupada, aunque sabía que para Aline su hija era su mayor prioridad.

Después de colgar la llamada, Aline terminó de colocar el sofá dónde dormía. Pues el departamento disponía apenas de una habitación estrecha en donde estaba Augusto.

El timbre de la puerta sonó y Aline corrió para abrirla, después de ponerse el uniforme rosa de camarera que cada vez le quedaba más apretado.

-¡Ya voy! -avisó atando su delantal, luego abrió la puerta para recibir a su vecina. -¡Hola, señora Linn!

-Buenos días querida, espero no haber tardado mucho. Mi hijo no quería desayunar esta mañana, me ha dado guerra. -se disculpó la vecina que era una madre de un joven que se había quedado tetrapléjico.

-No se preocupe, señora Linn. -respondió Aline agarrando su bolso para salir. -Ya es demasiado lo que hace por nosotros, espero poder pagarle por ayudarme a cuidar de mi padre.

-No te preocupes querida. Sabes que no me puedo mover de aquí por mi hijo...y bueno, tengo tiempo para cuidar también de tu padre. Tú sí que tienes demasiado con esa pancita. -replicó la mujer acariciando la tripa de Aline.

Aline se despidió de su padre como todas las mañanas, dejando a su lado una foto de la última ecografía que le habían hecho a su bebé.

Bajo los escalones del edificio, pero cuando llegó al portal, suspiró con cansancio mirando hacia las escaleras.

¿Hasta dónde llega el amor? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora