Capítulo 2: "Las cadenas de Ladón"

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"—...¡Rue! ¡Ya voy!
Cuando llego al claro, ella está en el suelo, atrapada por una red. Tiene el tiempo justo de sacar la mano a través de la malla y gritar mi nombre antes de que la atraviese la lanza."

—Los juegos del Hambre, Suzanne Collins

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La penumbra que solía estar presente en todos los pasillos de Malfoy’s Manor siempre le habían hecho sentir una incomodidad perpetua, como si las almas corruptas de sus antepasados y de las almas que perecieron bajo sus varitas lo siguieran en cada paso que daba por los acolchonados suelos, como si su lugar dentro de la casa ancestral de la familia no terminara de encajar del todo, lo cual su madre le había dicho que era absurdo tener ese sentimiento porque él era Draco Lucius Malfoy.

Era hijo de Lucius Malfoy y nieto de Abraxas Malfoy. El era el heredero y algún día sería el patriarca de la familia Malfoy.

Un estruendo se escuchó en las afueras de la mansión haciéndolo brincar del susto, le gustaba las temporadas de lluvias siempre y cuando estas no estuvieran acompañadas con relámpagos. Gran Bretaña estaba pasando por su peor temporada de lluvias torrenciales, el periódico el Profeta anunció que el ministerio había recomendado a los ciudadanos que vivían en campos adquirieran amuletos contra los deslaves y quienes no, que adquirieran contra inundaciones.

Siguió caminando por los oscuros pasillos, sujetando con fuerza la almohada que tenía en mano, le hubiera gustado tener a su dragón de peluche con él para darle algo de valentía, pero no quería arriesgarse a que su padre lo encontrara con él y lo destrozara como a los otros, porque un Malfoy no debería andar por ahí con algo tan infantil como eso. En un momento en que la lluvia pareció aminorar escucho voces provenientes de la planta baja, ahora tenía sentido porque no había encontrado a sus padres en su recamara, se replanteo seriamente si bajar en busca de su madre o no, pero con los fuertes estruendos de la naturaleza azotando su ventana sabía que necesitaría la dulce melodía de su madre para volver a dormir y necesitaba dormir temprano si no quisiera llegar tarde a su clase de piano al día siguiente.

Dejo que las voces lo guiaran, tomando la ruta que usaba cuando de visitaba la cocina; escondido tras una pared falsa con un cuadro de su tatarabuela, la infame Morgause Malfoy, había un pasillo más angosto que daba a unas escaleras, iluminadas por antorchas que los elfos siempre colocaban para él. Al abrir la puerta de la planta baja las voces ahora eran más ruidosas, escuchaba risas estridentes, murmullos y un lejano sonido ahogado, dejo la almohada atrás mientras se adentraba más por el pasillo hasta el salón de baile.

Pensó por un momento en adentrarse en el salón completamente, pero sabía que su padre no apreciaría para nada la interrupción si había invitados, mucho menos si estaba vestido con algo menos elegante que una túnica de gala, así que se quedó escondido detrás de una mesita que contenía un florero de camelias desde donde tenía una perfecta visión de las puertas abiertas del salón de baile y la vista que recibió le hizo querer gritar de terror.

Habían varias personas, todas con capuchas negras y mascaras rusticas adornando sus rostros, habían pequeños grupos y unos cuantos dispersos, pero una mayoría estaba formando un círculo perfecto en el centro de la pista, ninguno podía diferenciarse uno del otro, con excepción de uno, sentado en el sillón predilecto de su padre donde nadie más que él podía sentarse, había un hombre que claramente no era su progenitor, no llevaba capucha ni mascara pero tenía unas largas serpientes albinas enroscadas en su cuello, desde su posición no podía ver sus facciones pero lograba identificar una piel muy pálida de un tono griseaseo aunque tal vez era un efecto de la poca luz en la habitación.

Pero incluso desde donde estaba algo en su interior revoleteo, su madre le había mencionado que aquel sentimiento era su sentido de autoconservación advirtiéndole algo, un instinto de peligro, el mismo instinto que le advirtió cuando uno de los pavorreales de su padre intento atacarle. Se acento más cuando una persona fue arrojada en medio del perfecto circulo, parecía una mujer vestida solo con ropas andrajosas, su cabello pelirrojo estaba revuelto, sus manos atadas con cuerdas apretadas y había un paño tapando su boca.

Había cosas que su mente joven nunca olvidaba, los conocimientos que su padre le enseñaba personalmente a punta de correctivos y cuando una persona era amable con él. Así que en cuanto la bruja levantó la cabeza la reconoció, una sangre sucia de nombre Zahra Harrison, la había visto rondando en el ministerio ocasionalmente, famosa por sus propagandas e ideas anti puristas que solían adornar los titulares del profeta, sus padres, tíos y abuelos la habían tachado de blasfema. Draco no entendió, en su inocencia, que tenia de malo hablar acerca de lo que ella creía, pero sabiamente nunca dijo nada.

Una vez había tenido el gusto de hablar con ella cuando se separó de su padre en el ministerio, la bruja tenía la voz más amable y cálida posible, que por un momento le recordó a su madre, ella le ofreció una paleta para tranquilizarlo y tomó su mano en espera de que llegara su padre para reclamarlo. Su padre le golpeo la mano que sostuvo la de la bruja con una fusta hasta sangrar para eliminar la suciedad de que había en ella, Draco sabía que las manos de la bruja estaban limpias, así que no entendió porque su padre lo golpeo para quitarle una suciedad que no estaba.

Cuando uno de los encapuchados le quito el paño su voz resonó por toda la mansión. Ya no estaba esa voz con ese tono cálido y amable, era diferente, roto, desesperado. Las lágrimas que había retenido en sus ojos se derramaron sin poder evitarlo.

—¡Por favor! -Suplico con voz quebrada-, ¡Tengo hijos!, ¡Ellos me necesitan!, ¡Prometo no volver a decir nada!, ¡Prometo renunciar a mi ma…!

Cuando el hombre en el sillón de su padre levanto su varita en su dirección dejo de suplicar, sus palabras se volvieron en gritos inentendibles bañados en dolor que se entrelazaron con los alaridos alegres de los encapuchados y quiso vomitar. Draco observo como el cuerpo de la mujer se contorsionaba casi inhumanamente, como si sus huesos fueran de gelatina y pudieran moldearse fácilmente, en algunos puntos donde los huesos sobresalían su piel se rompía exponiendo la blancura de ellos y salpicando excesivamente los suelos con su sangre. Todos reían, ella gritaba y él ya no pudo evitar vomitar.

Una fuerte arcada de asco sacudió su cuerpo tembloroso haciéndolo tropezar hacia atrás tirando consigo el jarrón con las camelias. El estruendo detuvo las risas de los encapuchados, pero no los gritos de la mujer. Todas esas mascaras que no le permitían ver a quienes estaban tras ellos voltearon en su dirección, pero no pudo verlos correctamente, solo podía seguir mirando a la bruja que solo un mes atrás le había secado las lágrimas, misma que ahora le devolvía la mirada, algo cruzo en sus ojos que le hizo cambiar momentáneamente su expresión del mas puro dolor, era algo diferente que no supo identificar pero fue tan efímero que se desvaneció cuando intento hablar y esta vez sus gritos se remplazaron por grandes chorros de saliva combinados con sangre.

Algo se interpuso entre él y la visión de la mujer, cuando levanto la vista sintiéndose algo aturdido encontró a un encapuchado, pero sin mascara, por instinto se hecho hacia atrás huyendo de él, tropezando con el agua y encajándose la cerámica del florero roto en los pies. Draco solo quería correr hacia su habitación y abrazar con fuerza a su peluche Ladón. El pánico que tenía por los relámpagos no se comparaba en nada con el pánico que estaba sintiendo ahora, ni siquiera cuando el encapuchado se descubrió como su madre, su amada madre que le cantaba con voz dulce para dormir, la misma que estaba siendo participe de tremendo acto grotesco.

—Mi dragón… —Susurró su madre—

Pero no le hizo caso, siguió retrocediendo aun cuando el dolor de los vidrios rotos persistía en sus pies. Tuvo que acercarse más y sostenerlo por sus hombros para que se detuviera, tenia en su rostro una expresión extraña que en su aturdimiento no logro identificar, quiso alejarse más de su toque, pero su madre mantuvo sus manos fuertemente apretadas en sus hombros.

—¡Oh!, querida Narcisa, porque no traes al pequeño Draco con nosotros —Se escucho una voz fría a espaldas de su madre interrumpiendo cualquier cosa que estaba a punto de decir-

La vio ponerse rígida y sintió el apretón con más fuerza. Termino de dar los pasos que los separaban y lo alzo en brazos, a pesar del rechazo que sentía por tocarla en ese momento, se aferró a ella escondiendo su cabeza en su cuello, abrazándola con fuerza y arrugando su bonito vestido negro en el proceso.

—Mi señor, mi hijo debe tener sueño, ¿si me permitiera…? —Preguntó con un leve temblor en su voz que antes nunca había escuchado, pero fue interrumpido por el hombre—

—¿Me estas desobedeciendo, Narcisa? —La voz de él pareció endurecerse un poco más y desencadeno que su madre comenzara a temblar junto a él.

Draco no quería reunirse con aquel hombre, pero por la expresión de su madre supo que poco podía hacer. Sin embargo, su madre no se movió de inmediato después de la clara advertencia, se quedó dándoles la espalda a todos mientras lo abrazaba con fuerza y acariciaba su espalda con toques tranquilos.

—¡Narcisa…!

Comenzaron a moverse en cuanto escucharon la voz baja de su padre. Si había algo que su madre nunca hacia era desobedecer a su padre. Sintió una mano temblorosa en su cabeza y una presión para que la mantuviera escondida en su cuello.

—Me disculpo por mi falta de educación, mi señor. Mi hijo…

—No quiero escuchar tus excusas, Narcisa —Interrumpió la voz impaciente del hombre— Entrégame al pequeño Draco.

Las ganas de vomitar volvieron a su cuerpo. Cerro los ojos y se aferró más a su madre mientras su llanto ya salía por medio de hipidos fuertes, las palabras ni siquiera le salieron para negarse a ser entregado. Sabía que estaba siendo maleducado, sabía que así no debería comportarse un Malfoy, pero acababa de ver al mago usar su varita para contorsionar a una dulce mujer hasta el punto de reventar su piel con los huesos.

—Tu hijo esta siendo muy maleducado, Lucius…

No basto más que unos segundos para que fuera arrancado por la fuerza de los brazos protectores de su madre, su padre clavo sus manos en sus costillas hasta el punto de que sabía que aparecerían moretones mañana. Fue colocado en el regazo de alguien, pero no se atrevió a abrir los ojos.

—Vamos, pequeño Draco, puedes abrir los ojos, sino lo haces voy a enojarme mucho y tu madre pagara las consecuencias y no quieres eso, ¿verdad? —Susurró en su oído mientras sus uñas se clavaban en la piel de sus muslos. Abrió los ojos y los temblores cesaron— Eso es, buen niño.

Su mirada se encontró con unos ojos rojos carentes de alma, vacíos y un rostro blanquecino que se desfiguraba hasta el punto de que le recordaba a una serpiente. El aire se le escapó de los pulmones, su cuerpo se entumeció y su cabeza se quedó con el único pensamiento de querer gritar con todas fuerzas, pero fue incapaz de emitir un sonido, mucho menos cuando sintió una de las serpientes albinas deslizarse por su espalda.

—Es una alegría tener al pequeño heredero de la familia Malfoy con nosotros esta maravillosa noche, ¿no lo creen, amigos míos? —Grito en alto para todos en el salón quienes respondieron afirmativamente y dentro de su entumecimiento creyó escuchar la risa característica de su tía Bella— Es importante, amigos míos, enseñar nuestras buenas costumbres a nuestros hijos e hijas desde pequeños para que los asquerosos sangre sucias y traidores no puedan corromperlos con sus ideas inmundas —

Todos vitorearon sus palabras, incluyendo su padre, mientras su madre permanecía en silencio, pálida y con un temblor casi imperceptible en sus manos. Quería volver a la seguridad de sus brazos, decirle que se portaría muy bien y no volvería a hacer un berrinche si lo sacaba de las garras del hombre de ojos rojos, pero no quería que su madre sufriera el mismo destino que la amable bruja que aun sangraba y lloriqueaba en el suelo del salón. Una mano grisease tomo con fuerzas sus mejillas, clavando sus uñas y haciéndolo mirar al frente.

—Ella, querido Draco, así como muchos otros, son una plaga para nuestra sociedad, ¡Invaden nuestro mundo!, sus ideas buscan exterminar la pureza mágica de nuestra sangre ¡Quieren compararse con nosotros!, vienen a imponerse con sus sucias ideas del mundo muggle ¡Violan nuestras costumbres!, ¡Corrompen a nuestros hermanos y hermanas!, ¡Quieren que nos comportemos como los asquerosos muggles!, ¡Los mismos que hace siglos nos cazaban y exterminaban!, ¿¡Permitiremos eso!?

Los aullidos de todos contestando negativamente le hizo sentir mareado. Unos silbidos sonaron cerca de su oído, las serpientes comenzaron a bajar en dirección a la bruja y sin previo aviso se lanzaron contra ella, enroscándose sobre su cuerpo, apretando sus extremidades y mordiendo cuanta piel se atravesará, cada serpiente se dio un festín con sus globos oculares que masticaron con gula, sus piernas donde los huesos ya estaban expuestos los utilizaron para afilar sus dientes y saborear los tendones, de sus brazos aun atados decidieron solo consumir los dedos de sus manos hasta dejarlos como muñones sangrientos.

Las cuencas vacías y sangrientas, donde antes había hermosos ojos azules, estaban fijamente en él, como si les reprochara, como si le pidiera ayuda y de repente una de las serpientes salió de la cuenca izquierda.

La mujer ya no gritaba, pero él sí. Draco grito, horrorizado, consternado, enfermo, se lanzó fuera del regazo del hombre y vomito todo lo que su estómago tenía mientras todos seguían riendo.

—¡Draco, despierta!

Entre las risas de todos los encapuchados, la voz de Pansy se hizo paso entre la oscuridad que engullo a todos antes de que la luz le hiciera cerrar los ojos, cuando los volvió a abrir fue recibido por la expresión de preocupación de su amiga, miro hacia todos lados antes de soltar un gran suspiro. No estaba en el salón de baile. No estaba sentado en el regazo del señor tenebroso. No estaba frente al cadáver parcialmente devorado de Zahra Harrison. Esta en su habitación. Estaba a salvo.

—¿Era esa pesadilla otra vez, Draco? —Susurró en apenas un suspiro Pansy mientras le apartaba el cabello del rostro.

—No era una pesadilla, Pansy. Era un recuerdo.

Un recuerdo, porque no tenía seis años, tenía once y hoy llegaba su carta de Hogwarts.

Cerineo Y LadónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora