Capitulo 1

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Frente a la majestuosa puerta de roble noble, una pintura de dos gatos jugando se exhibía con serenidad. El protector de cristal, actuando como espejo a cierta distancia, le permitía limpiarse las legañas que no había tenido tiempo de quitarse al despertar y descubrir el hermoso cadáver. Al entrar en la sala, la puerta se cerró con un estruendo deliberado, un eco que resonó con una intención oscura. Avanzó sin titubear, ajeno a las miradas desanimadas y ligeramente decepcionadas que lo seguían. La silla en la que se sentó estaba helada, al igual que las expresiones de los presentes, un sonido glacial que amenazaba con romper el orden mortalmente silencioso.

Había pasado ya un tiempo desde que intuyó que este momento llegaría, pero aún así, esperó el veredicto del martillo. Cuando vio al abogado presentar su diario como evidencia, su mente viajó a aquella fatídica mañana de septiembre, el día en que conoció a Dios.

El cielo despejado, barrido por la brisa que jugaba con las nubes, dejaba que el sol atravesara la ventana del aula, deslumbrándolo sin provocarle realmente ningún desasosiego. Observaba a sus compañeros conversar, los murmullos provenientes de todos los rincones rebotando en las paredes en un eco interminable. Para distraerse, recurrió a su método infalible, aquel que le permitía respirar con calma y hacer que sus latidos menguaran. Pasó un rato, hasta que...

—¿Qué escribes? —preguntó una voz femenina, vibrante de curiosidad.

Santiago, ensimismado en la pantalla de su aplicación de notas, se sobresaltó. Al levantar la vista, sus ojos se encontraron con los de Allison. La sorpresa le iluminó el rostro, se mordió el labio inferior y sus dedos tamborilearon nerviosos contra el borde de su cuaderno.

—Nada —respondió, pero ante el ceño ligeramente fruncido de Allison, suspiró y agregó—: A veces escribo cosas de mi día, nada interesante.

Allison arqueó una ceja y luego esbozó una sonrisa amplia. Se acomodó a su lado en el banco y extendió una mano, abierta, esperando el celular. Santiago, tras un breve titubeo en el que sus ojos danzaron entre la pantalla y el rostro expectante de Allison, se lo entregó.

—¿Estos poemas son parte de tu día? —Allison le lanzó una mirada juguetona, con una sonrisa torcida.

Santiago sintió un calor repentino en las mejillas. Sus ojos parpadearon rápidamente mientras buscaba una respuesta adecuada. Tragó saliva y, finalmente, asintió, sin levantar mucho la mirada, su boca curvándose en una sonrisa vacilante.

—Están lindos —dijo Allison, inclinándose hacia él, su voz suavizándose—. ¿Te importaría si te encargo un poema de amor?

La pregunta lo descolocó; sus ojos se abrieron un poco más y su boca quedó entreabierta. Un hormigueo le recorrió la nuca y sus manos comenzaron a jugar con el borde de la mesa. La mirada brillante de Allison, tan llena de expectativa, hizo que Santiago tragara saliva de nuevo. Finalmente, asintió, con una sonrisa que intentaba ocultar su nerviosismo.

—¡Aaaaw! —exclamó Allison, su rostro iluminado por una sonrisa radiante—. Sabía que podía confiar en ti, eres un buen amigo.

Después de lanzarle una última mirada cálida, Allison se levantó del banco y salió del salón. Santiago la siguió con la mirada, notando cómo el cabello de Allison, teñido de un rojo cereza vibrante, bailaba con cada paso que daba. Cuando ella desapareció, su mente se llenó de pensamientos confusos, y su entrecejo se frunció en una expresión de incertidumbre.

Los cinco minutos de transición entre clases pasaron volando. El sonido del timbre sacó a Santiago de sus pensamientos, obligándolo a concentrarse en la última clase del día. La tarea de escribir sobre sí mismo lo dejó rascándose la cabeza, tamborileando con los dedos en la mesa. Miró la página en blanco y sus labios se apretaron en una fina línea.

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