Capitulo 11

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—Y ¿dónde estamos? —preguntó Santiago.

Él observó a su alrededor y vio que hacía bastante sol. Pudo ver a gente asiática y en todas partes letras del idioma nipón, además de casas con diseños típicos de esta nación.

—¿Japón? —se cuestionó Santiago.

—Sí, ¿no es lindo? Siempre quise venir —comentó Juliana.

—¿Querías venir al lugar más raro del mundo? —cuestionó Santiago.

—Más contestón este —dijo Juliana.—¡Mejor vamos!

Juliana le pidió a Santiago que la siguiera. Los dos caminaron por las calles niponas sin rumbo aparente hasta que llegaron a una calle solitaria con una vista espectacular.

 Los dos caminaron por las calles niponas sin rumbo aparente hasta que llegaron a una calle solitaria con una vista espectacular

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—¿No es hermoso? —Habló Juliana maravillada.

—¿El monte Fuji? —Contestó Santiago desconcertado.—Pues sí, aunque también es de temer.

Juliana lo miró de reojo con cierta intriga.

—Olé usted, que cosas habla. Si la vista está espectacular —le respondió Juliana frustrada.—Ojalá tener mi celular para tomarle fotos.

—Toma fotos con tus ojos, que queden como bonitos recuerdos —murmuró Santiago.

—¿Qué? —preguntó Juliana con desagrado.

—Nada —respondió nervioso Santiago.

Hubo un silencio algo incómodo durante unos segundos.

—Tengo hambre, ¿comemos sushi? —sugirió Juliana.

—Sí —contestó Santiago pensativo—, pero no tenemos dinero.

—Yo sí tengo, Jacob me regaló como 300 —habló Juliana.

—Eso ni nos alcanza para el chicle —contestó Santiago, aún pensativo.

—¡300 dólares! —recalcó Juliana exaltada—. ¡Usted sí es como bobo!

—Pero es que usted tampoco aclara —respondió Santiago.

—Era algo obvio —contestó Juliana hostil.

Después de una pequeña discusión que perdió Santiago por quedarse callado al no saber qué más decirle, los dos buscaron un restaurante, el cual no tardaron en encontrar. Luego de un rato intentando dar a entender lo que iban a pedir al mesero, los dos tuvieron un momento de silencio incómodo mientras miraban alrededor. Juliana decidió mirar a Santiago levantando una ceja, a lo que él respondió de igual manera al gesto de ella.

—¿Por qué te pones rojo? —preguntó Juliana.

—¿Me puse rojo? —preguntó Santiago apenado y con un temblor en su voz.

—Sí, bueno, casi siempre te pones así cuando hablas conmigo —contestó Juliana calmada.

Santiago tragó saliva por la pena que sentía.

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