𝔽𝕠𝕧𝕚𝕥 𝕞𝕖 𝕖𝕥 𝕖𝕘𝕠 𝕕𝕠𝕣𝕞𝕚𝕧𝕚.

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El privilegio de vivir no te fue otorgado, en su lugar, te dejaron descansar en la calma de un sueño eterno, dejando atrás todo tu sufrimiento.

Que difícil es afrontarlo, reconocí al instante no estar preparada para aceptarlo. Aún dolía, era extraño; llegar y verte, buscarte y no encontrar más que una habitación vacía, solamente con fantasmas que repetían miles de veces las mismas escenas de cada película en mi mente, de cada recuerdo sobre ti. Saber que estabas ahí era, al parecer, un privilegio del que no me daba cuenta.

Al no haber herida abierta nadie logró notarlo pero, cómo me daba vueltas una y otra vez por la mente, la idea de no escucharte ni una sola vez más.

Comprender que ya no estarías para charlar o simplemente sentarnos a tomar café, admirando el brillo de un cielo despejado, me consumía lentamente, llevandome al infierno mismo, dejándome pendiendo del fino hilo que separa la cordura de la locura. La tristeza se convirtió en mi mayor destreza.

No quería entrar, tal vez no quería afrontar todo lo que viene después de ti. No viene con un manual para seguir al pie de la letra la vida, no estaba preparada para tal batalla; ni mental, ni físicamente.

Aún extraño cada sonrisa, cada palabra, cada lugar de tu habitación. Aún suena en mi mente tu voz; tu rostro aparece por las noches, en lo profundo de mi sueño pronunciando mi nombre, dándome una sensación de calma y melancolía, con esa familiaridad a la que me he adaptado una vez tu partida. El único sitio en el que recibo un abrazo amable en todo el día.

𝓒𝓪𝓻𝓽𝓪𝓼 𝓭𝓮 𝓪𝓶𝓸𝓻 𝓪 𝓾𝓷 𝓼𝓾𝓮ñ𝓸 𝓹𝓮𝓻𝓭𝓲𝓭𝓸Donde viven las historias. Descúbrelo ahora