Con mucho cuidado Dai comenzó a abrir el cuerpo de lo que todavía podía identificarse como un hombre. El escalpelo brillaba frío bajo la luz de la luna. Shin vio a Dai cubrirse la nariz y la boca con el antebrazo cuando la caja torácica del cadáver se abrió como un libro. Los tejidos estaban tan blandos que eran incapaces de sostener su forma. Las costillas quedaron expuestas pálidas, casi limpias de toda carne. Dai se vio obligado a hacer una pausa para no vomitar producto del fuerte olor que desprendía el cuerpo.Shin se quedó quieto, hincado detrás de los arbustos. Tan inmóvil que a la luz de los astros parecía una escultura de piedra. Hasta su respiración parecía haberse ralentizado. Aunque lo que estaba presenciando era por lo bajo sórdido, era incapaz de apartar la mirada. No se perdía detalle del meticuloso proceso por el cual Dai extraía las entrañas del cadáver que a ratos soltaba unos liquidos o eso parecía a la vista de Shin. Uno a uno los órganos iban quedando formados en el suelo y cuando Dai los extrajo todos los puso haciendo un círculo entorno a él.
Bajo la luna soplaba una brisa de estación. De pronto se detuvo. El sonido de los insectos nocturnos se interrumpió. Todo el lugar pareció quedar en animación suspendida. Totalmente estático. La atmósferas se volvió inquietante. Shin comenzó a sentirse observado desde todas partes. Despacio se levantó mirando de reojo a su derecha y luego a su izquierda. No había nada ahí. Ni un sonido o movimiento, sin embargo, tenía el presentimiento de que no estaba solo en ese lugar. Un sudor frío comenzó a cubrir su frente y a empapar su espalda. Como si estuvieras siendo acechado por un depredador invisible el muchacho se sintió obligado a pegar la espalda al tronco de un árbol detrás de él. Sintiendo la áspera corteza bajo sus manos Shin miró sobre las ramas. Ahí arriba puedo ver la luna a través del escaso follaje. De alguna forma eso le resultó todavía más inquietante. Su respiración comenzó a alterarse. Entreabrió la boca para regularizar su aliento, pero el sonido que eso provocó se le hizo estrepitoso.
Por un momento, por largos minutos, se olvidó de la presencia de Dai y de lo que este estaba haciendo. El murmullo de la voz de ese individuo lo hizo mirar al frente para ver como de los órganos surgían centenares de larvas u hormigas. No estaba seguro y no podía distinguir que eran esas cosas que se arrastraban por el suelo, como una masa viviente, hacia un corazón que Dai sostenía en su mano mientras recitaba unos versos oscuros en una lengua que no parecía provenir de este mundo, pero que pese a ello se escuchaba antigua cual si fuera el vestigio de algunas civilización previa la historia. Esa letanía tenebrosa y esas criaturas como plaga causaron en Shin una sensación de asco que le comprimió las entrañas haciéndolo vomitar. Trató de evitarlo cubriendo su boca con su mano, pero solo termino por ensuciarla con el contenido de sus entrañas. Un líquido amargo le escurrió por la nariz y la boca cuando no pudo sacar nada más de lo consumido ese día.
Un cuervo canto fuerte sobre las ramas del árbol y abrió vuelo. El sonido de sus alas se oyó pesado. Shin miró arriba de forma instintiva sin ver otra cosa que una alas oscuras seguidas de más alas oscuras. No había un cuervo, sino una bandada que huía hacia alguna parte. Pero Shin no recordaba que esos pájaros estuvieran ahí. Rápido se puso de pie como si hubiera temido que esas aves lo atacarán. Dió unos pasos de espaldas, luego buscó a Dai con la mirada. No estaba junto al cadáver y este parecía haber desaparecido. El aire se volvió más viciado, la cabeza le dio vueltas y el trino de un cuervo lo hizo temblar. No podía soportar más esa presión. Parecía que estaba atrapado en una burbuja de aire que en lugar de estallar se estaba comprimiendo y en el proceso aplastándolo. Esperando poder huir intentó echarse a correr, pero no pudo.
–¿Qué estás haciendo aquí?– le preguntó una voz que no reconoció, pero que sonó tan desprovista de humanidad que lo hizo temblar de los pies a la cabeza.
La cabeza de Shin se giro a tras y a su izquierda tan lentamente que las vértebras de su cuello bien podrían haber sido los oxidados engranajes de un reloj. El que estaba ahí era Dai. Era su cuerpo, su semblante, pero sus ojos parecían dos piedras de amatistas por lo fríos y muertos que estaban. Por un momento Shin creyó que él estaba flotando, aunque no bajó la mirada a sus pies. No pudo. Sus ojos quedaron fijos en lo que él estaba sujetando en su mano. Esa cosa...esa horrible cosa estaba hecha de almas. Almas deformadas y en agonía. Shin lo hubiera podido jurar. Siendo incapaz de moverse y sintiendo esa inconmensurable sensación de peligro, el muchacho solo pudo gritar antes de que todo se volviera negro entorno a él.
