La fuente de Ióravus (80's)

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La abuela Melith llenó de historias la cabeza de Jaren desde que era un niño. Cada noche, antes de ir a dormir, Melith le contaba de la antigua tierra de Qu'ona y de cómo los salvajes que vivían allá despedazaban a sus víctimas. También le narraba antiguas leyendas de aquella región, como que existía una fuente que curaba todas las enfermedades y que rompía todos los maleficios.

—Su agua es capaz de devolverle la visión a un ciego y la cordura a un loco —contaba la anciana—. Sin embargo, solo se abastece cada treinta años. Es tiempo suficiente para que un hombre nazca, envejezca y muera, sin ver una gota más. Y hay de aquel que la encuentre, porque no cualquiera puede hacerlo.

Aunque Jaren ya tenía la edad para comprender la complejidad del universo, creció creyendo que lo que le decía su abuela era real. «¿Qué tantos secretos esconde el legendario planeta de Kalthus?», se preguntaba más grande.

Jaren, desde luego, no los conoció todos cuando comenzó a interesarse por la admiración femenina y la aprobación de Darmux, su padre. Se rodeó de anécdotas exageradas para escuchar los gimoteos de sus primas y aprendió a decir «sí, señor» a todo. Además, como era el único heredero al trono, para continuar con la dinastía de los Rosengore, no quiso más que complacer a su abolengo. A decir verdad, a él no le importaba gobernar Wawawa; su única meta era recibir besos y aplausos.

Un día como tantos en los que se divertía pisando las faldas de sus primas, Jaren sintió una punzada en el corazón y vio cómo de su piel emanaba una luz purpúrea. No entendía qué le ocurría, así que se aproximó a su padre y le detalló la situación.

¡Craso error!

El hombre perdió la cabeza y le soltó un bofetón.

—¡Los dioses te han maldecido! —gritó—. Has desperdiciado tu vida en excesos y despilfarros.

Allí estaba uno de los tantos secretos que debió haber investigado hace mucho, pensó. Pues resultaba que una de las creencias en Wawawa era que, si andabas por ahí, de taberna en taberna y mezclándote con quien sea, los dioses te maldecirían con una enfermedad que te mataba en unos cuantos meses. Le llamaban el Gowl. Jaren creía que su único pecado era fanfarronear con las jovencitas y holgazanear. Aun así, se dijo, tal vez el ocio fue suficiente para ser castigado.

Darmux lo expulsó del castillo, naturalmente, de modo que debió dejar la capital y caminar hacia lo incierto. Con apenas un fardo colgando de su hombro, Jaren se desplazó por días a lo largo del reino de Wawawa, con miras hacia la tierra de Qu'ona, para...

—¿Quién dijo eso? ¿Quién habla?

Para... Y bien, creo que deberé narrar más suave, o de lo contrario Jaren seguirá escuchándome. Como les decía, el joven huyó hacia aquel país tan solo para buscar la dichosa Fuente de Ióravus. Con algo de suerte la encontraría y se curaría, y de esta manera volvería sano y digno al castillo de los Rosengore.

El viaje le tomó en total una semana, durante la cual tuvo que racionar sus alimentos. Cuando cruzó las fronteras comenzó a subir la temperatura, así como su sufrimiento. De pronto tenía que encorvarse y soportar unos calambres terribles en el pecho, en tanto su piel se encendía como un farol.

Entonces, y también para su mala suerte, una cuadrilla de los salvajes que había mencionado la vieja Melith apareció y lo rodearon. Quedó Jaren solo, en el centro de un círculo que formaban caballos y hombres fortachones. El más robusto parecía ser el líder. Este se presentó como Thurpin Felynat, el rey lurco y gobernante de Qu'ona.

—Y protector de todos los lurcos —dijo Thurpin con voz severa, y luego, con un acento divertido, añadió—: Veo que estás muy lejos de tu hogar, nirio bonito. —Los nirios eran la raza que Darmux protegía en Wawawa.

Hotel Paradise (La Carrera Queer) ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora