¿Podrías, por favor, llevarme a casa? (2000's)

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Sí, ya sé, la canción es de los 80, no de los 2000 jajaja :P

Carolina Ochoa creía que a los veinticuatro años moriría.

La superstición la dominó desde que era muy pequeña. Aunque su padre le decía que las coincidencias no existían, porque en el universo todo era aleatorio, Carolina creía que su vida estaba condicionada por alguna clase de ser astral o magia ajena a su entendimiento. Su madre, en cambio, la incentivaba a creer en Dios, en un plan y en que la vida sería hermosa si se le tenía confianza y se le rezaba cuanto fuese necesario.

«—Dios tiene una razón de ser para cada uno de nosotros, nena —le decía su mamá.»

Y quién sabe de dónde, Carolina, a través de sus años en la primaria, se tragaba cualquier creencia de lo más extraña. Cuando cumplió siete años, por ejemplo, abrió una revista y leyó su horóscopo. Adoraba el horóscopo; se identificaba como tauro, y amaba ser tauro.

«Tauro: es tu época de renovación, un nuevo año para ti —describía la revista—. Pero ten cuidado, porque serán días en los que el Universo te pondrá a prueba. Desgraciadamente vendrá un periodo de tragedia. Estarás sumida en una tristeza que amenazará tu vida. Sin embargo, si abres bien tu corazón, podrás superarlo.»

Carolina nunca entendió a qué se refería aquel texto con «periodo de tragedia». Pensó en que su madre moriría, pues en algún punto de su curso un profesor había hablado sobre que los padres no eran para siempre y cómo los niños debían ser agradecidos todos los días. Y su mamá, por pura casualidad, comenzó a estornudar fuerte a la mañana siguiente.

—Influenza —dijo el doctor en la puerta de la casa. Tanto el señor Ochoa como su hija habían aguardado en el sofá—. Tendrá que descansar en cama un buen tiempo. De hecho, usted tomó una sabia decisión de no llevarla al médico, sino traerme. De haberla llevado, hubiese conseguido que muchas más personas se contagiaran. Bien hecho, señor Ochoa, es usted ejemplar.

Los hombres se estrecharon las manos y el doctor repitió como cinco veces las indicaciones para evitar que ellos también se resfriaran. Distancia, prudencia y mucho lavado de manos, entre otros preceptos.

Lo que sucedió durante las siguientes semanas fue tal y como lo había dictado el horóscopo. A fin de cuentas las vacunas hicieron lo suyo, nadie se contagió y mamá se curó; pero para Carolina estaba claro que la revista había acertado. Cualquier cosa que viniese allí podría cumplirse, pensaba, por lo que prescindió de leerla un tiempo prolongado.

Aun así, la ansiedad la acompañó un bien tiempo de su vida. De vez en cuando se interesaba por el horóscopo, y creía que las fortunas ahí descritas se cumplían en mayor o menor medida.

Un día, en su adolescencia, ya a finales de los noventa, Carolina fue con sus amigos a una feria que se realizaba todos los años en su pequeña ciudad. Hubo juegos divertidos y demás tonterías en las que si gastabas una buena cantidad de dinero te llevabas un simple juguete. Carolina pronto se sintió poco atraída, así que vagó por el sitio hasta que halló algo de su interés.

Frente a ella estaba una vidente. Incluso la mujer que atendía el juego iba disfrazada como una gitana, con su bola de cristal al centro de la mesa y todo. Era un cliché, tal y como se veía en las caricaturas de sábado por la mañana. Su amiga la encontró enseguida y comentó aquello sobre la quiromántica, pero Carolina quiso entrar de igual manera.

Su amiga participó primero. Estiró su mano y la mujer fingió que leía grandes acontecimientos en su palma.

—Te casarás con un hombre peligroso. Cuidado. Al inicio será romántico y bienhechor. Pero en cuanto su máscara caiga al suelo, quedará revelada su verdadera naturaleza. —La muchacha reía de nervios con las aparentes ocurrencias de la «gitana». Muy por dentro creía que era posible—. Si yo fuera tú, tomaría el matrimonio muy en serio.

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