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Bajo el lienzo de una noche iluminada por la luna de Maine, Ada Wong y Leon Kennedy se encontraron en una cala tranquila, escondidos del mundo. El aire llevaba el fresco aroma del pino, y la lejana calma de las olas sirvió como una suave sinfonía para su encuentro clandestino. La noche estaba llena de secretos y el agua, reflejando el brillo plateado de la luna, los llamaba.

León, con su típico comportamiento estoico suavizado por el brillo ambiental, le tendió una mano a Ada. Con un brillo de picardía en sus ojos, aceptó la invitación y se adentraron en el fresco abrazo del océano. El agua, una extensión oscura bajo el cielo nocturno, brillaba con el reflejo de las estrellas mientras nadaban, siendo las únicas ondas las creadas por sus movimientos.

Mientras navegaban a través de las suaves olas, el peso de sus respectivas responsabilidades se desvaneció. La risa de Ada resonó en el silencio, un sonido a la vez raro y encantador. La noche pareció envolverlos en un capullo de serenidad, como si el universo conspirara para regalarles ese momento de respiro robado.

Sus siluetas danzaban bajo la luna, creando un retrato de fugaz serenidad. En la tranquila calma del océano, León y Ada compartieron confidencias susurradas, sus palabras llevadas por la suave brisa. La vulnerabilidad de la noche les permitió deshacerse de la armadura que llevaban ante el peligro, revelando las complejidades de su humanidad compartida.

A medida que avanzaba la noche, se encontraron flotando uno al lado del otro, contemplando el lienzo celestial de arriba. Las constelaciones pintaron historias de mitos antiguos, un telón de fondo para la narrativa que estaban elaborando en este capítulo efímero de sus vidas.

Con el entendimiento compartido de que el amanecer traería el regreso a sus respectivos deberes, León y Ada nadaron de regreso a la orilla. El agua se pegaba a su piel, un recordatorio del baile íntimo que habían compartido bajo el cielo iluminado por la luna de Maine. Mientras emergían del océano, la noche susurraba sus secretos, prometiendo mantener su escapada acuática clandestina grabada en la memoria de las estrellas y las olas que fueron testigos de esta fugaz y mágica noche.

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Mientras tomaba un sorbo de su café, León no podía deshacerse de la nostalgia agridulce que persistía en los rincones de su mente

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Mientras tomaba un sorbo de su café, León no podía deshacerse de la nostalgia agridulce que persistía en los rincones de su mente. Maine había sido alguna vez un lugar de alegría y amor, un retiro para Ada que ahora se sentía contaminado por la oscura sombra del bioterrorismo. Miró la fotografía que había sobre la mesita de noche, una instantánea de tiempos más felices que parecía un sueño lejano.

La maleta de León yacía abierta sobre la cama, y ​​él eligió meticulosamente su atuendo para el día, cada pieza desencadenaba una cascada de recuerdos. Los gemelos que Ada le había regalado en su aniversario, la corbata que solía ajustarse juguetonamente antes de reuniones importantes: cada artículo contenía una parte de su historia compartida.

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