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Gotham era el más nimio de los reino, diminuto cual gema. Estaba situado en una lengua de tierra, entre las estribaciones del monte Atalaya y el mar. Su Gobernante, Bruce Wayne, era uno de esos hombres bendecidos por los dioses, a pesar de no ser una deidad, ni mucho menos poseer algún poder especifico, era inteligente, apuesto, valiente y superior a todos los Gobernantes en lo tocante a su piedad. Como recompensa por todo ello, las divinidades le habian ofrecido como esposa a Talia Al'Ghul, lo cual se consideraba uno de los mayores honores posibles. Al fin y al cabo, ¿qué mortal no deseaba acostarse con una diosa y tener un hijo con ella? La sangre divina purificaba nuestra raza lodosa, capaz de forjar héroes solo con barro y arena. Además, Talia en concreto traía consigo una garantía aún mayor: los sacerdotes habían predicho que aquel hijo que naciera de su vientre superaría en mucho al padre, con lo cual el linaje de Bruce estaba asegurado. No obstante, como todo regalo de los dioses, habían un inconveniente: Talia estaba maldispuesta.

Todos habían oído hablar de la violación de Talia. Los dioses habían conducido a Bruce hasta el lugar secreto de la playa donde le gustaba estar y le había avisado de que no perdiera el tiempo con insinuaciones ni probaturas, despúes de todo, ella nunca consentiría en desposar a un mortal. Entonces sucedió lo innegable, Bruce la atrapó y la retuvo hasta que ambos acabaron exhaustos, sin aliento y desplomados en la arena. La sangre de las heridas provocadas por Talia se había mezclado con la de la doncellez perdida que salía de entre los muslos de Talia. Ya no importaba, una desfloración ataba tanto como unos votos matrimoniales.

Los dioses la obligaron a prometer que permacería junto a su esposo mortal durante al menos un año. Pero la diosa era una mujer escurridiza logrando escapar a días proximos a entregar a su único hijo. Talia estaba segura que en Gotham iban a usar al niño como una especie de dios menor que debía cumplir con una especie de "tregua" o "alianza" por lo que decidió arrojarlo de cabeza al mar. Cuando concluyó el término de su condena salió corriendo al palacio en donde se entregó por cargos mayores como la muerte del "niño prodigio".

Pero Jonathan estaba seguro que nada de eso tenía sentido, si fuera así, hubieran encontrado los restos del niño en el mar, era imposible que desapareciera como la arena llevaba por las olas. ¿Cómo los dioses iban a permitir que el futuro de un héroe que superaría al propio padre terminará así?

— Aquí.

Indicó Alfred, en los días que se había estaba recuperando estaba seguro que se trataba de un sirviente. Jonathan suponía que habían dos opciones: iban a matarlo o iban a entregarlo. Se había dado cuenta que eran un tipo de mercenarios de clase baja, y el lugar donde se encontraban las paredes tenían húmedad al igual que la tierra debajo de sus pies descalzos. "Pobres" fue el pensamiento de su cabeza mientras se obligaba a respirar correctamente, no era nada comparado a Metrópolis pero sin duda, era mucho mejor que los calabozos. Aún recordaba como la familia del muchacho exigía de inmediato su exilio o su muerte, eran gente influyente y el difunto, era su primogénito; todos conociamos las reglas y nos aferrabamos a ella para evitar desmanes que siempre rondaba demasiados cerca, mucho más su padre, Clark Kent tenía un gran sentido de la justicia. Por eso se mostró de acuerdo en lo del exilio. No tenía padres ni familia ni herencia, en aquellos días, Jon prefería la muerte. Pero no se molestaba en que el pensamiento de victimismo lo invadiera, aún recordaba a su madre y sus tantos regaños que antes tanto evitaba, ahora deseaba escucharlos, aunque sea un momento para escuchar la dulce voz de aquella mujer que se fatigaba tanto por su vida. Estaba de acuerdo de que si no fuera por sus acciones despreocupadas, estuviera comiendo un gran banquete en el palacio en vez de estar peleando diariamente por un poco de pan y agua para remojar sus labios.

Al entrar, lo encontro tumbado de espaldas sobre un banco lleno de cojines. Balanceaba su espada por encima suyo, buscando su esplendor o tal vez estaba observando su reflejo. Jonathan tragó saliva, no sabía si no lo había escuchado o simplemente había optado por simular que no lo había hecho. Jon comprendió que ese iba a ser su lugar allí, hasta ese momento había sido un príncipe al que se esperaba en la sala de reuniones, en las tardes de apuestas incluso en lugares primitivos en donde se anunciaba su llegada. Ahora era insignificante.

La canción de Damian [Jondami/Damijon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora