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Uno de los primeros días buenos del verano, Damian había propuesto ir a la playa luego de la contienda con unos hombres que intentaban robar al pueblo cercano, necesitaban relajarse despúes de una jornada de músculos abatidos. Se sentaron en una de las tablas que habia sido arrastradas por la marea hasta la arena, y se tumbaron ahí para disfrutar del sol en lo alto y del aire cálido imperante a su alrededor. Damian se removía y sus pies acabaron descansando sobre los de Jonathan. Los tenía fríos y rosados despúes de haber andado por la arena y estaban muy suaves tras haber pasado mucho tiempo en el campamento durante el invierno. Dami tarareaba algo, el fragmento de una canción que había tocado hace poco, era un estilo suave para calmar a los viajeros heridos que se enteraban del "chamán" que tenía el pueblo, aunque Jonathan no podía evitar notar que esa atribución, cada vez más cansaba la vitalidad del mayor. Drenaba demasiada energía, y nadie se preocupaba por eso. Jon se acercó hacia él, y contempló la ternura de sus facciones, sin los granos y las manchas o cicatrices de batalla que afligian algunos de los hombres. Un escultor de mano firme había definido sus rasgos: ninguno estaba torcido ni descuidado ni era demasiado grande. Todo era de la mayor precisión, como si fuera obra del mejor tallista. Y aún así, el efecto resultante no era rudo. Jonathan seguía estupefacto por la belleza del hombre a su lado. Solía recordar a las jovenes damas de Metrópolis pero ninguna se comparaba a Damian. Como casi siempre, Damian atrapó a Jonathan observando causando una sonrisa tímida en los labios del menor.



— ¿Qué?


— Nada.



Lo olfateo. Percibió el aceite de granada y sándalo usado para los pies, el olor a salitre de su sudor reciente y la fragancia a flores despúes de haber atravesado un campo de jacintos, cuyo efluvio los había impregnado los tobillos. Y bajo todos esos aromas estaba el suyo propio, ese con el que solía levantarse y acostarse. Jon no era capaz de describirlo, pues era dulce, pero no demasiado, fuerte, pero no lo bastante. Era un olor almendrado, mas esa aproximación seguía sin hacerle justicia. Su piel olía igual a veces, despúes de que hubieran forcejeado en el entrenamiento. Estaba acostumbrado a ese aroma. Pero en ese instante, lo sentía desde su interior. Como si quisiera impregnarse de el.

Bajo su mano para apoyarse. Los músculos de sus brazos ligeramente curvados aparecían y desaparecían cuando se movían. Sus ojos verdes escrutaron los suyos, como si buscara algun tesoro en ellos, pero Jon sabía que lo único que encontraria sería su propio reflejo como el mayor tesoro. Se le acelero el pulso por el pensamiento, pues le había mirado antes miles y miles de veces pero había algo distinto en aquella mirada de una intensidad desconocida, ¿él también le miraba así? Tenía la boca seca y oía el sonido de la garganta cada vez que tragaba saliva. Damian le observaba con aspecto de estar esperando algo.

Y...

Se acercó a él gracias a un movimiento mínimo que se le antojó como si le hubieran tirado por una catarata. No entendía lo que hacía pero tampoco se sentía arrepentido. Jon se inclinó hacia adelante y sus labios se rozaron con los contrarios. Eran como el cuerpo carnoso de las abejas: suaves, redondeados y rebosantes de polen. Saboreo aquel beso, caliente y dulce como la miel de un postre. Sintió el temblor en el estómago y una gota cálida de placer se extendio por su piel. "Más." Se sorprendió por la intensidad de su deseo y la velocidad con la que floreció. Los labios de Damian tiraban los suyos con suavidad, mientras su mano descansaba sobre los pomulos ajenos, privandolo de libertad por unos segundos. Se aparto de Dami con un respingo. Dispuso de un momento, solo un instante, para ver su rostro aureolado por la luz vespertina y sus labios ligeramente entreabiertos, todavía con el gesto a medio formar de un beso.

Damian puso los ojos como platos a causa de la sorpresa. Mientras que Jon, estaba horrorizado. ¿Qué había hecho? No le dio el tiempo a disculparse. ¿Realmente eso deseaba? Sabía que Damian estaba escaneando sus expresiones faciales como solía hacer diariamente. Cuando decidió decir algo. Dami se puso de pie y se alejó andando hacia atrás con un rostro impenetrable y avergonzado que le impidió verbalizar explicación alguna. El guerrero más hábil de la tropa se dió media vuelta y empezó a correr por la playa hasta desaparecer. La ausencia había dejado helado a el ex-príncipe. Notó la piel tirante y tenía el rostro candente y rojo como una llamarada. "Amados dioses, que no me odie" imploró. Tendría que haberselo mejor antes de haber formulado semejante petición. En tanto revuelo, no se había dado cuenta que al levantarse de la tabla para perseguirlo. La roca debajo de la tabla, estaba rota.













La canción de Damian [Jondami/Damijon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora