II - ¿Por qué?

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El silencio se comía el sonido de los pasos sobre  las tablas, mientras el torso desnudo de Augusto se retorcía de manera artística, con golpes emotivos y apasionados.

— ¡Elena, Elena, Elena!... ¿cuánto más hace falta que haga para ser partícipe del sueño que te acompaña con el ocaso y del roció que humedece tu cabello en el alba?... Sos el refugio irrefutable de mi lucha interna, aquella que me calma cuando siento estallar… — Sus gestos eran profundos y miraba en la nada a Elena, dedicaba cada palabra a ese ser imaginario que un dramaturgo creó, su actuación era emotiva y las palabras sonaban tan sinceras como gotas de agua muriendo en charcos oscuros — ¡Viviré, para siempre contigo estaré! ¡Te daré lo que el mundo no esté dispuesto a darte!... siempre… desapareceré tu desaliento… mi pasión es tu vida. La eternidad será poco para nosotros amada mía — Su vos era potente y se entrecortaba por la emoción, sentía cada fonema gesticulado, sufría imaginando la escena y viendo como despedía a su amada compañera. 

— ¿Qué se supone que hace Señor Santacrose?... es muy difícil para usted seguir las líneas o es ¿que no es capaz de aprenderse unos cuantos párrafos? — Humillado se sintió Francesco, al descubrir que el joven actor había cambiado líneas de su obra y creado una mejor sensación ante los demás miembros del equipo. Apretó su puño, no permitiría que el muchacho arrogante destruyera el trabajo de meses de sacrificio.

— “¡Enemigos de la paz, rebeldes súbditos! ¡Con sangre ciudadana habéis manchado las espadas! ¿No oís? Hombre no sois, sino bestias cuyo encono quiere apagar su fuego con la sangre de vuestras propias venas. Arrojad, bajo pena de tormento de las manos sangrientas las espadas y oíd a vuestro Príncipe que sufre…” — declamó en son arrogante y continuó las líneas de la soberbia obra de Shakespeare. Al notar lo encolerizado que estaba su tutor de teatro, cesó el habla e hizo una reverencia de respeto para denigrar aún más a su preceptor — Se las líneas de todos los personajes que usted caro signore plasmó en los cuadernillos, sin embargo, me parecen carentes de sensibilidad emocional y de estilo, así que me tomé el trabajo de mejorarlo un poco amato maestro — El dramaturgo sudaba frio y el resto del equipo solo murmuraba mientras Augusto buscaba entre sus cosas el cuadernillo con las correcciones que le hizo a la obra para la cual audicionaba. Una vez lo halló lo miró y desistió de la idea de entregarlo a Francesco, había sido demasiado lastimero para el ego de su maestro la muestra de superioridad que él mostro en las tablas.

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La audición había demorado más de lo pensado, era tarde para entrar a clase así que prefirió caminar un poco por el parque cercano a campus. Estaba solitario y una brisa tibia y constante hacia rugir las hojas de los árboles. Se recostó en un tronco, bajo una sombra entrecortada que variaba con el movimiento ondulatorio del viento. Pensaba sí estuvo mal ridiculizar al hombre que le había instruido los principios básicos sobre la actuación… “¿Cuándo se había convertido en alguien tan mediocre Francesco?, con una obra tan simple solo obtendría reveses con los críticos” pensó para sí mientras arrullaba con la palma de la mano izquierda una delicada flor recién caída del árbol que lo protegía, era triste ver como se marchitaba rápidamente al tener contacto con él, sonrío amargamente — A veces olvido que no soy normal, al final el poder y la belleza son armas peligrosas — musitó mientras una lagrima furtiva rodaba por su inmaculado cutis y moría en la hierba que al absorberla poco a poco se secó — Hacedor de muerte soy… — Estuvo horas divagando y cuestionándose sobre su existencia, hasta que algo externo lo trajo de regreso.

— ¿Te puedo hacer compañía?  — Y antes que le respondieran se sentó al lado de Augusto, el solo la miró con indiferencia, era muy mona, llevaba uniforme de bachillerato y el cabello arreglado con dos moños, rostro redondo con ojos achinados pero muy llamativos, oscuros — Me  llamo Lucia, aunque me dicen Lucy — Pelo los dientes y extendió la mano.

Alma fríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora