Liberación

18 2 0
                                    

—Patrick, puede cambiar de...

Esas fueron las últimas palabras, incompletas, de Alice, antes de morir desangrada. El inspector Patrick la había encontrado al abrir la puerta de la sala de reuniones de la policía. El cielo teñido de negro hacía más difícil reconocer al intruso, sobre todo después de que las tinieblas, súbitamente, envolvieran el cuartel por completo.

La amenaza a la que se enfrentaba no era de este mundo. Patrick sabía eso por el mar de sangre afuera de la sala y los gritos que escuchó mientras se apresuraba a llegar a la habitación. Sentado en una esquina, pistola en mano y apuntando a la puerta con cerrojo, decidió esperar. Miró a su reloj. Eran las 9:00 de la noche.

El primer golpe lo dieron a las 9:30. No se oyó nada del otro lado. El inspector respiraba tranquilo, aunque el olor putrefacto del cadáver se empezaba a sentir. Sin moverse, recordó su ingreso a la policía, cuando era cadete. Él y Alice, del mismo rango en ese entonces, entablaron una amistad inmediata. Su nostalgia fue interrumpida por un portazo. 10:00 pm. Más golpes a la puerta y... siguió el silencio.

Patrick miró el cuerpo inmóvil de su amada. No había cumplido con su deber, ni siquiera el de policía. No pudo protegerla, a pesar de que lo prometió en su primera cita, en el mirador más alto de la ciudad. Sus cabellos rubios ahora eran de rojo vivo. Sus ojos lo miraban suavemente, como si lo perdonara por su miseria. Volvió a la realidad. Fijó su mirada a la puerta y enderezó su arma.

11:00 pm. La puerta volvió a sonar, pero esta vez se escuchó una voz familiar.

  —¡Amor, sal ya! Te he estado esperando.

El hombre agudizó sus sentidos. No... Era la voz inconfundible de Alice, pero no era ella, de eso estaba seguro.

  —Dijiste que estarías siempre conmigo...

Se tapó los oídos, soltando el arma. Su teléfono se había quedado sin batería. No tenía escapatoria, ni tampoco le quedaban ganas de seguir viviendo... No sin ella. Finalmente, cedió y abrió la puerta. La silueta de su amada lo recibió, le dio un abrazo y clavó sus garras en su espalda. Luego, lo tumbó junto con el otro cadáver y se dispuso a comer: sus suaves manos se convirtieron en garras ensangrentadas, su cara se abrió de par en par, mostrando los dientes en medio. 

Sin embargo, Patrick estaba tranquilo. No se oyó grito alguno, ya que cuando alguien pierde la esperanza, la muerte es solo un formalismo.

Entre las tinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora