Ansiedad

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Las innumerables luces la cegaban. Apretaba sus desordenados cabellos y repiqueteaba sobre el suelo constantemente. Intentaba apartar la vista de la puerta de Emergencias, pero siempre terminaba encontrándose con aquella puerta al más allá.

Lo dejó en la sala, al lado del televisor. Se fue a trabajar como era habitual. Al volver se asomó para ver si seguía allí pero no estaba. Subió las escaleras, golpeando las puertas para ver si se encontraba, empero no aparecía. Bajó a la cocina, luego fue hacia el baño, al ático, al sótano...

El único lugar que no había revisado era el patio trasero. Debía estar en ese lugar. Entró en la sala y volteó hacia las persianas, aunque no vió a nadie. Las abrió y procedió a buscarlo. Finalmente dio con su paradero. Su marido yacía echado en el césped, apoyado en la pared que separa el patio del interior. Su boca rebosaba de espuma y su piel tenía manchas rosadas. Ella se acercó a él y lloró por un tiempo... Hasta que escuchó las sirenas de la ambulancia.

Pues esas no eran lágrimas de tristeza. Había ingerido el veneno que dejó en la repisa al lado del televisor, pero la dosis no fue suficiente para matarlo inmediatamente. Ahora solo le quedaba rezar.

Su diluido maquillaje revelaba las marcas del abuso que terminaría pronto. Cruzaba los dedos, para que al fin la dejara en paz. De pronto, salió una enfermera, se acercó a ella y le dijo:

  —Señora, lamento decirle que su esposo ha fallecido...

Ese fue el día más feliz de su vida.

Entre las tinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora