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—Buenos días, Edith. Imagino que debes tener bastante trabajo estos días cuando no te he visto merodeando por ahí.

Edith volteó para ver al chico alto de sonrisa amable. El viejo Nathan le había comentado que preguntó por ella en la mañana, por lo que esperaba su visita.

—Hola, Axel. La verdad es que sí, Nathan regresó de Dracoria con demasiados encargos. No he parado en toda la semana de hacer espadas. Y todavía tengo que hacer un juego de cuchillos bastante particular, creo que me pasaré todo un día en ellos —puso nuevamente la hoja en la forja y se sentó junto a su amigo, quitando antes los pies de Axel del otro sillón.

—Pronto se celebrará el Día de la Cosecha. Haré una exposición de calabazas impresionante, este año han crecido como hacía mucho no lo hacían.

Todos los años por el día del solsticio de verano en Cárdava se celebraba el Día de la Cosecha. Consistía en un pequeño festival dónde todas las familias hacían un puesto para exponer los mejores productos que brindaron sus campos.

—Me parece genial. Hablaré con Héctor, debemos preparar la danza de las espadas de este año.

—¡Aún recuerdo la del año pasado! Creo que fue el mejor momento de todo el festival —dijo con entusiasmo y Edith no pudo evitar fijarse en como sus ojos aceitunas brillaban y se achinaban cada vez que sonreía.

—Sí estuvo impresionante —coincidió—. Lástima que Cárdava esté tan alejado de La Academia, sería genial poder perfeccionar el arte de las armas. Héctor cree que si trabaja lo suficiente este año, puede permitirse una visita en el invierno.

—Somos el pueblo más escondido de toda Valoria, rodeados de bosque por todos lados, bastante hemos logrado por nosotros mismos —el chico se encogió de hombros.

—Tenemos suerte de que aún el pueblo sea ruta de los comerciantes ambulantes.

—¡Oh, no veo la hora de que lleguen! He estado reuniendo para comprar uno de esos maravillosos dulces que traen, me merezco una recompensa de tanto trabajar la tierra este año.

—Oh, Axel eres peor que un niño pequeño —ambos rieron y la vista del castaño cayó en la espada envainada que colgaba en el fondo de la fragua, junto a la vieja que Edith usaba siempre.

—¿Me vas a dejar ver tu espada nueva? —se puso de pie con intensión de ir a buscarla, pero Edith se lo impidió atravesándose en su camino.

—¡No! Será una sorpresa para el día de la Cosecha. ¡Ahora largo! —lo condujo a empujones hacia la puerta—. Tengo que terminar estas espadas cuánto antes y me distraes demasiado.

—¡Toma unas vacaciones, mujer! —rió y se marchó, haciendo un ademán con la mano como despedida. Edith suspiró, la energía de su amigo a veces la abrumaba.

...

Los músculos se quejaban. Hacía tiempo que no tenía tanto trabajo y para su desgracia ya quedaba poco material.

La fabricación de su espada fue una pérdida de dinero considerable. Aunque el último mes las ventas habían aumentado, sabía que la compra de material acabaría con todas las ganancias y la visita del viejo Nathan al ocaso no hizo más que confirmarlo.

—Edith, hija siento pedirte esto de nuevo... —dijo el herrero me tiempo después de sentarse junto a Edith frente a la forja.

—Sé lo que me vas a pedir, maestro. Pensé que ya no sería necesario, pero entiendo que si sube la demanda la inversión tiene que subir también.

La maldición de Valoria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora