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Las calles de Cárdava estaban llenas de guirnaldas de flores y hojas silvestres. La gran plaza desgastada, dónde tres semanas antes habían estado los comerciantes ambulantes, se encontraba llena de puestos de feria que cada familia fabricó. Todo detalle emanaba un encanto modesto y acogedor en honor al Festival de la Cosecha.

Edith, que recién recién llegaba,  podía sentir el olor del guisado de la señora Tere, que junto a su marido criaba vacas y algunos cerdos. El puesto de calabazas de Axel estaba bastante céntrico y mostraba las calabazas más grandes que Edith había visto en algún tiempo, tal y como había asegurado su amigo. La señora Loris, cuya familia era criadora de ovejas, vendía en su puesto una lana extraordinariamente suave que otras señoras del pueblo compraban para tejer los abrigos de los nietos. El puesto de verduras de Elowen, un vecino pocos años mayor que Edith, con el que tenía una relación un tanto especial, mostraba canastas de verduras frescas que resaltaban con su verdor.

No era la mejor de las cosechas, pero sí bastante productiva. Cárdava se sostenía por lo poco que podía producir la tierra y, año tras año, la maldición hacía el cielo más oscuro, el sol menos potente y le robaba vida a la tierra. Era cuestión de tiempo que azotara al pueblo con toda su fuerza, solo quedaba esperar que estuviesen preparados cuando eso sucediese. O que los nigromantes del rey encuentren antes el remedio.

—Estoy seguro, y que los dioses no me dejen equivocarme, que tu belleza resalta en este Festival.

Edith se volteó, y aunque sabía de quién se trataba, se sorprendió al ver al joven. Estaba tan atractivo como siempre; bronceado de las horas pasadas al sol surcando la tierra, por lo cual también resaltaban los músculos de sus brazos. El pelo negro agudizaba los ojos avellana y lo tenía tan largo que tapaba el inicio de las puntiagudas orejas.

—Elowen. Me has asustado.

—¿Qué tal te encuentras? —sonrió ante la cara de sorpresa de la chica.

—Mucho mejor, ya solo queda la cicatriz —llevó la mano a su abdomen, recordando el origen de la herida—. El ungüento de tu madre me ayudó muchísimo.

No podía quitarle los ojos de encima. La túnica colorida, a diferencia de la suya que era negra, resaltaba la tez bronceada del chico y le daba un toque de lo más alegre a su porte.

—Me alegra escuchar eso. Su puesto de medicinas naturales está por allá —señaló al este de la gran plaza—, por si se lo quieres decir tú misma. No para de decirme de cuánto aprendes con ella y que yo también debería aprender el arte de la medicina —ambis rieron.

—Más tarde paso por allí.

—Sabes, es una pena que no hayas podido montar tu puesto de combate. Admito que muchos queríamos verte blandir esa espada. Aunque, si lo pienso bien, eso me dió la oportunidad de verte con esta preciosa túnica —le colocó un mechón de cabello detrás de la oreja—. Estás hermosa, Edith.

Sonrió con timidez mientras agradecía. Desvió la mirada de los ojos avellana que la observaban con demasiada intensidad y no demoró en cambiar el tema.

—No cabe duda que este ha sido un año bastante fructífero a diferencia de los anteriores. Me alegra mucho que la cosecha haya sido abundante.

—Por suerte para todos, de lo contrario no tuviéramos qué comer.

—¡Elowen! —llamó la atención Elías, el primo del aludido, que llegaba corriendo— Menudo puesto de tiro al blanco que ha montado Héctor junto a Daphina. ¡No me cabe duda de que este Festival será el mejor celebrado en muchísimo tiempo!

Edith no demoró en interesarse. Se alegraba por Héctor, que a pesar de todo logró hacer un puesto a último momento. Preguntó par de detalles, pero Elías no reveló mucho alegando que se debía ver para disfrutar de verdad.

La maldición de Valoria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora