Ella trae el estilo de la melancolía (Capítulo 1)

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Cuando el avión de papel entró por la ventana, Naruto terminaba de calentar ramen en el microondas.

Se deslizó lentamente, casi demasiado, como si tuviera vida propia y eligiera mostrarse en toda su elegancia y sencillez a su destinatario. Después de todo, no era un papel cualquiera. Era su papel. Y ella podía hacer lo que quisiera con el papel: doblarlo, estirarlo, segmentarlo, acumularlo con otros papeles y doblarlo de nuevo en fuertes ángulos que, formados en una sucesión interminable de capas, lo hacían más duro que el metal; curvarlo en suaves pliegues que podían acariciar la piel y danzar en el aire como flores de cerezo en caída libre.

El papel era, simplemente, una extensión de ella.

En un suave y curvo descenso, el avioncito aterrizó sobre el mostrador y se quedó allí, inmóvil, como si se hubiera convertido de nuevo en un objeto inanimado, inerte. Como si ella, desde otro lugar, hubiera despojado al avión de su voluntad.

Se preguntó si realmente existía una conexión entre el papel y ella. Es decir, naturalmente el papel estaba influenciado por su chakra, pero ¿había algo más? Tal vez el papel sintiera algo por ella, aunque sólo fuera un poco. Los sonidos, la temperatura, el viento, la presencia de otras personas.

El microondas dio la alarma de haber terminado. Naruto no lo abrió. Siguió mirando el avión.

Estiró el brazo cubierto de vendas y lo tomó con sus dedos.

Lo abrió:

Parque Este

Un banco

Bajo el arce rojo

Volvió a leerla.

Y una tercera vez.

Lo leyó automáticamente en la voz de ella. Esa voz fría y pausada con una delicada inflexión femenina. Ella podía convertir en poesía todo lo que decía y escribía. El mensaje llevaba impresa la austeridad de palabras que la caracterizaba. Un parque, un banco y un arce. También habría sombra, ramas, hojas rojas -tanto arriba como abajo- y el frescor del otoño.

Acabó el ramen en menos de cinco minutos. Cualquiera se habría atragantado, pero después de años de cultivar la habilidad específica de engullir aquel plato en diversas situaciones y emociones, no había sentido ninguna molestia.

Naruto no tardó en llegar al Parque Este de la aldea. Era grande, pero él conocía el lugar al que había sido convocado. Caminó primero por los sinuosos senderos que le mostraban de un lado a otro a los niños jugando con sus padres bajo la luz del crepúsculo. Luego se apartó del camino de tierra y se adentró en la hierba baja y descolorida. El otoño daba paso lentamente al invierno, y con cada día que pasaba disminuía el verde de la aldea. Había oído que Kumo era muy hermosa durante el invierno, con sus casas altas en las montañas, cubiertas de tejados de nieve, y sus interiores acogedores, caldeados por las gruesas paredes de madera y los hogares que tenían todas las casas. Pero Konoha no era así. La primavera y el verano era la época en la que brillaba con sus cielos despejados, sus interminables hojas, sus interminables sombras frescas recortadas en el suelo contra la luz del sol.

Aislado del resto del parque, solo, vio el gran arce. Parecía una llama, como las que nacen de las velas, perfecta en su forma de gota. El árbol destacaba entre las cenizas marchitas en la distancia. Y bajo su gran copa, tan solitario como el propio árbol, había un banco de madera oscura, y sentada en él estaba Konan. Su aspecto era el de siempre: tranquila, erguida, sin apoyar el cuerpo en el respaldo del banco, con las piernas juntas y las manos juntas, una encima de la otra, mirando la hojarasca que rodeaba sus pies. Llevaba su sobretodo habitual, el que se había hecho después de que decidiera dejar de usar el de las nubes rojas. No lo había tirado. Él sabía, más que nadie, que sería la última pertenencia que ella abandonaría. La guardaba con celo en su pequeño departamento, en un cajón dedicado exclusivamente a ella, donde permanecía limpia, doblada y perfumada.

Momentos de Lluvia y Tristeza (Moments of Rain and Sorrow)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora