Bajo la lluvia nos mantenemos (Capítulo 5)

6 1 0
                                    

—Oí que no eras muy dedicado a la casa.

Konan entró en el monoambiente impecablemente ordenado. Su voz le sonó extraña a Naruto. Aparte de la suya, ninguna otra solía llegar al interior de aquel solitario espacio rectangular; de vez en cuando, la voz de Kakashi se escuchaba desde la ventana, pero nunca la de una mujer.

Mientras notaba el ligero vértigo de tener una visita como aquella, vio a Konan llevarse la mano a la cremallera y abrirse el sobretodo de espaldas a él. Con un gesto natural, como el de cualquier persona que se quita un abrigo, Konan se despojó de la tela negra que la cubría y la colgó en el perchero que estaba adosado a una de las paredes. Debajo llevaba una sencilla camiseta de azul oscuro. Contra la tela de la camiseta contrastaba la palidez de sus brazos. En las piernas llevaba medias del mismo color. Era delgada, casi adolescente, como si no hubiera envejecido después de que su cuerpo hubiera alcanzado el punto álgido de su vitalidad. Sólo el temple de su mirada delataba los años que se había acercado a la muerte. Treinta y uno. Once más de los que él había recorrido. Konan se giró con las manos en las caderas e inspeccionó el apartamento de lado a lado. De vez en cuando, cuando sus ojos saltaban de un lugar a otro, palpitaban sus largas pestañas.

—Está muy bien —dijo.

—Siéntate, por favor —dijo Naruto, rompiendo el hechizo—. Voy a preparar la cena.

—No —respondió Konan, mirándolo—, déjamelo a mí.

Naruto guardó silencio un momento.

—¿Estás segura? No tengo ningún problema en prepararla, de verdad.

—Claro.

Como si entendieran un pacto implícito, ambos caminaron hacia la cocina del fondo, pasando por la mesa de centro, el sofá y las librerías. Naruto abrió la nevera y sacó algunas verduras. Luego abrió la alacena, tomó un paquete de fideos, sacó una tabla de cortar del escurridor y se la pasó a Konan. Abrió uno de los cajones que había bajo la mesada, cogió un cuchillo de cocina y empezó a cortar las verduras.

—Si quieres, puedes poner agua a hervir.

Naruto aceptó encantado. No quería quedarse sentado sin hacer nada. Al menos haciendo eso habría una ligera sensación de que lo estaban haciendo juntos.

Después de colocar la olla tapada en la estufa a fuego alto, Naruto se puso de espaldas a la mesada con las palmas de las manos apoyadas. Con un pie cruzado sobre el otro, observó a Konan cortando las verduras. Lo hacía sin problemas, con facilidad. Y de pronto una extraña sensación se apoderó de él al verla en medio de un acto tan cotidiano.Había tenido una ligera impresión al verla con las manos apoyadas en las caderas evaluando el estado del apartamento: Konan, la mayor parte del tiempo, daba una sensación de inhumanidad. No es que no fuera humana, precisamente, pero había algo en ella que se parecía más a un personaje de una gran historia que a un ser humano. Era fría, estoica, casi ecuánime ante las vicisitudes de la vida. Solía ser sombría y dura, aunque eso se suavizó en los dos últimos años. Pero era sobre todo la forma en que se comportaba; la postura de su cuerpo, la forma en que caminaba, la forma en que miraba, la inflexión de su voz cuando hablaba, los movimientos con los que manipulaba los objetos en sus finas manos. Todo, todo lo que hacía parecía ejecutado con deliberada lentitud, sin ningún rastro de artificialidad, como si se tratara de una verdadera representación de lo que se considera bello en la actuación humana. Nunca una rascarse, nunca un bostezar, ni retorcer el cuello porque lo tenía entumecido, ni secarse el sudor con la mano, ni resoplar, ni chasquear, ni quejarse. Y verla allí, absorta en la mesa, con los finos mechones de su cabello cayendo en cascada alrededor de su pálido rostro, cortando hábilmente las cebollas, los rábanos y las zanahorias, había producido una imagen inexplicablemente cálida en Naruto. Esto también era ella. Por supuesto que lo era, pero verlo era completamente diferente. Moría de ganas por verla abrir una lata de cerveza. No podía imaginar juntos el sonido del metal rompiéndose con el burbujeo de su interior y los labios de Konan posándose sobre el aluminio.

Momentos de Lluvia y Tristeza (Moments of Rain and Sorrow)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora