Dentro llevamos nuestra verdad (Capítulo 8)

7 1 0
                                    

Los dos días siguientes fueron quizás los más maravillosos que ambos tuvieron. Naruto se tomó los días libres en el trabajo y no hubo momento en el que Konan y él estuvieran separados. Podría decirse que todas las emociones contenidas desde el primer día que ella comenzó a vivir en Konoha fueron liberadas en ese breve tiempo. Despertaban abrazados; Konan se acurrucaba contra Naruto, intercambiaban besos y caricias, abrazos y sonrisas. Durante el día salían a pasear por el parque del este, cocinaban, conversaban; de vez en cuando, cuando una de las paredes del apartamento se veía cómoda, se besaban; y esos dos días, esos largos y placenteros días, fueron coronados con noches y mañanas de amor que jamás olvidarían.

La tercera mañana, sin embargo, fue diferente.

Naruto abrió los ojos. El sol que entraba por los huecos de la cortina iba acompañado de la fragancia de Konan. Ella tenía el olor del cerezo, seco y dulce. Naruto la despertó con suaves besos en su delgado hombro. Cuando ella se dio la vuelta, aparecieron la sonrisa y los párpados aún cerrados. Konan hundió la cabeza bajo el mentón de Naruto y se acurrucó, arrimando la manta.

—Cinco minutos más...

Le encantaba tenerla con él. Verla, sentirla. Aparte de su personalidad, de su belleza, Naruto admitía para sí mismo que la edad de Konan era algo que la hacía aún más increíble e inflamaba la locura que sentía por ella. "Cuando eres joven", dijo una vez Jiraiya, "las mujeres que son mayores que tú son las mejores. Ya llegará el momento en que lo entiendas, mocoso".

Rió entre dientes, tratando de no molestar a Konan. Pero no, obviamente eso no era importante. Konan era Konan por mucho más que eso.

Hoy era el último día. Aquel pensamiento no sepultó su espíritu como esperaba; era triste, pero había sabido ser valiente, y Konan también lo era. Las cosas estaban sucediendo como debían, y así sería desde el primer día que llegó a Konoha. Ahora no tenía nada de lo que quejarse. Se sentía ligero, liberado, como la sensación que tienes cuando terminas un libro y cierras la contratapa. Podía dejarlo pasar, por el momento. Miles de días lo esperaban, días que dependían de él para ser grises o vivos, aburridos o emocionantes, secos o llenos de experiencias y buenos momentos.

Besó a Konan en la frente, y se quedó mirándola, apoyándose con el codo. La acarició, desde la cima de su pelo, pasando por su cuello, su hombro, su brazo, su cintura, hasta llegar a sus piernas. Cuando la corriente reanudó su camino, Konan entreabrió los ojos y lo miró con una luz llena de ternura y calidez. Se sentó con él; la sábana se deslizó sobre su cuerpo desnudo, y pronto se encontró abrazada a Naruto, besándolo. A él le llegó el anhelo genuino y honesto del deambular de las manos de ella. Cómo lo acariciaban, cómo lo tocaban, cómo lo abrazaban. Konan tenía el don único de no necesitar palabras para hablar; eran las manos, eran los ojos, era un pequeño levantamiento de las cejas, un sutil movimiento de la cabeza, una misteriosa cadencia de las caderas, lo que transmitía la verdad en su interior. Naruto aprendió, de tanto observarla, a hacer lo mismo. Nunca se había expresado con tanta honestidad, con tanta tranquilidad, como con Konan. Supo, en la quietud de la habitación, que tal vez algo así nunca podría repetirse. Era algo demasiado especial para que le ocurriera a alguien más.

Pronto se vistieron y fueron a la cocina. Desayunaron. Konan se bañó y se cambió la ropa de casa que le había prestado Naruto y se puso el abrigo. En ese momento, sonó la puerta. Naruto fue a abrirla y apareció Kakashi.

—Buenos días, Naruto. —Asomó la cabeza e intercambió una inclinación de cabeza con Konan. —La custodia de Ame ha llegado y nos acompañará en el viaje. Se determinó que Naruto y yo también te acompañaremos a la frontera del País del Fuego con el Pais de la Lluvia, si no te molesta.

Momentos de Lluvia y Tristeza (Moments of Rain and Sorrow)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora