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PARTE UNO: ASCENDER

"Fuego y Cenizas."

A Enobaria nunca le gustaron realmente los días de verano. El calor del sol le hacía sentir la piel pesada, sudorosa y sucia en todo momento. Además, era propensa a cambios drásticos de humor, y el clima cálido solo empeoraba esa situación. Lo único que disfrutaba de esos días de Julio eran Los Juegos del Hambre, una competencia anual de supervivencia que tenía lugar en Panem, el país en donde vivía. Panem estaba dividido en doce distritos, y el Capitolio, que gobernaba todo el país, y orquestaba Los Juegos.

Enobaria anhelaba participar en esa competencia, luchar brutalmente contra otras veintitrés personas en una arena por la posibilidad de ganar la vida de sus sueños: lujos, poder y dinero. ¡Oh, el dinero! Más de lo que podría saber cómo contar. Con diecisiete años, le quedaba un último año para ofrecerse como voluntaria para Los Juegos. En el Distrito 2, su hogar, era normal hacerlo, mientras que en los otros distritos confiaban en lanzar nombres escritos en papel dentro de una urna y seleccionar a alguien al azar. Cualquier hombre o mujer entre las edades de doce y dieciocho años tenía la oportunidad de participar en Los Juegos del Hambre, y dado que Enobaria estaba dentro de ese rango de edad, era todo en lo que podía pensar.

Y se preparó para ello, dedicando días enteros e incontables horas de entrenamiento. La alcaldía proporcionaba a sus jóvenes las herramientas necesarias para prepararse para Los Juegos del Hambre, a través de un Centro de Entrenamiento cuyo lema rezaba: "Por el Honor y la Gloria de Panem, Hoy y Siempre". Ganar la competencia no solo significaba un honor para el participante, sino para todo el distrito.

Su padre siempre le recordaba lo determinada que era, y ciertamente, el hombre tenía razón. Cuando una idea se le metía en la cabeza, no se detenía hasta lograr su objetivo. Era un tanto obsesiva en algunas ocasiones. Recientemente, la ausencia de su padre se hacía más notoria que nunca, sobre todo porque solían disfrutar juntos viendo Los Juegos, anotando estrategias y cosas que podrían serle útiles cuando llegara el momento de su propia participación.

Además, él la guiaba en su entrenamiento físico, aportando su experiencia militar como Agente de la Paz. Sin embargo, cuatro meses atrás, su padre fue trasladado al Distrito 7 y Enobaria no había podido ponerse en contacto con él desde entonces. Ella solo esperaba que él pudiera regresar a casa a tiempo para verla en la arena el año entrante.

Como cualquier día, Enobaria se encontraba terminando su rutina en el Centro de Entrenamiento; el gimnasio estaba en el subsuelo, y a Enobaria le molestaba de sobremanera el hecho de que no tuviera ventanas. Se sentía atrapada, como un animal dentro de una jaula. Lo curioso es que odiaba la brillante luz del sol de verano y también odiaba estar en la oscuridad. Nadie entendía los pensamientos conflictivos dentro de su cabeza, nadie más que ella misma. Bueno, casi nadie.

—¿No sabes lo que es un día libre, verdad, Aria? —preguntó Evander, lanza en mano, clavándole la espalda con el lado de madera del arma.

—¡Quítate de encima! —respondió en tono firme, aunque no estaba enojada. Y, por supuesto, él sabía que ella estaba bromeando. —¿Cuándo conseguirás una vida?

—Después de ganar Los Juegos —dijo él—. La vida de un vencedor o una vida molestándote, esas son mis únicas dos opciones.

Evander Katsaros, la única persona que podía hablarle así sin resultar apuñalado y el único ser humano que la llamaba "Aria".

—Ya compórtate —se rió, y su hermosa sonrisa le iluminó el rostro.

Enobaria era encantadora y no tenía problemas para socializar con sus compañeros de clase en la escuela o en el Centro de Entrenamiento, pero Evander era la única persona a la que realmente apreciaba o, al menos, no quería golpear.

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