III

20 2 0
                                    

"Cuando La Campana Suene, Amado, Por Tu Cuenta Estarás."

Despertó lentamente, percibiendo el suave roce de alguien acariciándole el cabello. Su cuerpo entero dolía tras el agotador trayecto de la tarde, agravado por la incómoda postura en la que se había quedado dormida: sentada en el suelo, con la cabeza apoyada en el colchón, una mano bajo su mejilla y la otra cerca de Evander.

Enobaria se giró para encontrarse con la mano de su amigo enredada en su cabello, jugueteando con él de forma delicada.

—Hola —saludó él, con naturalidad y calma—. ¿Qué estás haciendo?

—¿Qué estás haciendo? —repitió ella—. Casi te mueres, ¿y eso es lo primero que dices?

Al sentir la mano de Evander en su brazo, su primer impulso fue apartarlo. Sin embargo, después de unos cinco segundos de reflexión, decidió permitir que la sostuviera. La amenaza de un casi asesinato no era suficiente para crear una distancia incómoda entre ambos.

Tomando asiento en la cama, extendió una mano para apartarle el cabello y sentir su frente. La piel estaba cálida, tal vez demasiado; podría tener fiebre. A pesar de que Enobaria volvió a entrar en pánico, mantuvo la compostura, como solía hacer casi siempre.

—Pensé que estabas muerto —expresó en tono suave, un matiz que solo él podía extraer de ella—. Pero ahora estás a salvo, y eso es lo que importa.

—Tres hombres me acorralaron en un callejón. Querían... —Sus palabras quedaron suspendidas en el aire mientras intentaba recordar. Tocó su cuello con una mano y suspiró amargamente—. Se llevaron el collar de mi abuelo. Ela me lo dio cuando él murió. Luché contra ellos, en serio, Aria; te prometo que lo hice.

Al hablar más rápido, le costaba respirar. Todos esos años de entrenamiento resultaron inútiles; ni siquiera pudo defenderse. Enobaria buscó sus manos y las colocó sobre su pecho, entrelazando sus dedos con los suyos para ayudarle a tomar respiraciones profundas y reducir su ritmo cardíaco.

—Sé que lo hiciste —aseguró ella, intentando calmarlo—. Simplemente eran más que tú, eso es todo.

—Creo que uno de ellos tenía un cuchillo, y yo... —Intentó mirar hacia arriba, pero el dolor limitaba su movimiento. Fue suficiente para que Evander echara un vistazo a su torso vendado—. Bueno, genial, ¡me apuñalaron! ¡Apuñalado y robado, qué maravilloso día para estar vivo!

Enobaria se encontró sin palabras y optó por permanecer en silencio, manteniendo sus manos entrelazadas con las de Evander. Era la primera vez que rompía su regla de "No toqueteos", pero no le incomodaba la cercanía de su amigo. Sintió la sangre subiendo a sus mejillas, y la sensación resultaba un tanto patética.

—Mañana es la cosecha, y, mierda, estoy completamente arruinado —recordó Evander de repente—. ¿Qué voy a hacer? He perdido mi única oportunidad.

—Hallaremos una solución —respondió ella.

—No, ya está; ¿no puedes verlo? —preguntó él, casi gritando. Aunque tenía razón. Estaba gravemente herido y necesitaba atención médica inaccesible para su familia. Ofrecerse como voluntario sería como sellar su destino con un pequeño letrero en su frente que dijera: "Material para matadero".

—Nos ocuparemos de eso mañana; solo descansemos, ¿de acuerdo? —interrumpió Enobaria antes de que comenzara su berrinche.

Él intentó resistirse, pero el cansancio no le dio mucho tiempo para ello. Ella suspiró, mirando por la ventana, consciente de que sus castillos se desmoronaban. Evander, al observarla, sintió la urgencia de llorar al entender que su vida soñada se esfumaba rápidamente. Todo estaba perdido, excepto por el calor que brotaba en su pecho cuando sentía las manos de ella sobre su piel.

DIENTES.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora