Capítulo 2: Menuda sorpresa.

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Laura tenía razón. Debíamos sentarnos para hablar y aclarar todo. Definir nuestra relación y pensar qué haríamos cuando los bebes nacieran.

A la mañana siguiente, me vestí y, me fui a clases. Fui a la sala de profesores y me bebí un zumo de naranja.

-¿Estás en la escuela? –me preguntó Pablo al contestar al teléfono.

-Sí, ¿dónde estás?

-Llego un poco tarde, nos vemos en el descanso –y colgó.

¿Habría pasado algo? No había llegado tarde nunca a clases, desde que lo conocía.

En la hora del descanso nos encontramos en la cafetería.

-Tengo muchísima hambre –le dije al llegar y darle un beso -¿Qué te ha pasado hoy?

-Nada importante –ambos nos sentamos –No hagas planes para el sábado, ¿vale?

-¿Por qué?

-Porque quiero que lo pasemos juntos. Estaba pensando en salir a pasear, cenar fuera y eso.

-Vale –me emocionó la idea -¿Alguna idea de cómo debo ir vestida?

-Siempre vas guapísima –me besó.

Por suerte, el resto de la semana pasó rápido y llegó el sábado. No sabía a dónde me iba a llevar, así que terminé poniéndome un vestido negro, unos tacones bajos del mismo color y mi bolso a juego. Como hacía bastante frío fuera, cogí mi abrigo gris.

Salí a la calle, un aire frío me rozó la mejilla haciendo que me estremeciera. Busqué con la mirada y no encontré el coche de Pablo. Debería estar llegando. Busqué, en el bolso, mi móvil, pero justo cuando iba a llamarlo alguien me agarró por detrás, tapándome la boca con algo húmedo.

Lo siguiente que recuerdo fue despertar en una completa oscuridad. Sentí un dolor de cabeza que no me dejaba recordar nada. Tenía algo en la boca, cuando intenté quitármelo, sentí que mis manos estaban atadas a algo frío. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?

De pronto, una luz se encendió, dejándome ciega por un momento. No veía con claridad. La cabeza me daba vueltas. Una figura alta se acercó a mí.

- Por fin despiertas, mi amor.

Abrí los ojos como platos al reconocer esa voz. Diego. Sentí mi corazón latir muy deprisa. Miré a mí alrededor y vi que estaba en una especie de baño. Mis manos estaban esposadas al tubo del lavabo. El suelo estaba frío y me dolía la cabeza.

Se acercó a mí y me quitó una especie de pañuelo que tenía en la boca.

- Suéltame, Diego –le rogué.

- ¿Para qué? –me miró enfurecido -¿Para qué corras con él? –comenzó a reír a carcajadas –Eres mía, Sara –me acarició la mejilla.

- No soy tuya –lo miré cansada –Hace bastante que ya no somos nada.

- Me engañaste –se levantó de golpe –Te acostaste con él y me dejaste por él. ¿Cómo puedo perdonarte eso? –me miró a los ojos y vi tristeza en su cara –Pero te amo. Pronto nos olvidaremos de todo esto y volveremos a ser feliz.

- No, Diego, yo no te amo...

Se dio la vuelta y vi como apretó las manos formando un puño.

- No lo dices enserio –dijo sin mirarme.

- Diego, por favor, suéltame. Me duelen las manos –me quejé.

- Si no eres mía, no serás de nadie.

- ¿Qué quieres decir? –mi corazón empezó a latir deprisa.

Pero él no contestó. Empezó a caminar hacía la única puerta que veía.

- Diego, por favor –le rogué.

- Respuesta errónea –me sonrió, apagó la luz y cerró la puerta de golpe.

- ¡Diego! –grité -¡Suéltame! ¡Diego! ¡Diego!

Por más que grité y grité, la puerta no volvió a abrirse. No sé cuánto tiempo pasó hasta que escuché la puerta. De nuevo, la luz me cegó.

- Te traigo agua y algo de comer. ¿Tienes hambre?

- Diego, por favor, suéltame. No me gusta éste juego.

- No es ningún juego, mi amor. Te golpeaste en la cabeza y olvidaste las cosas importantes. Me olvidaste a mí. Pero tendré paciencia. Sé que volverás a recordar el gran amor que sentíamos el uno por el otro.

- Diego, te estás haciendo daño al pensar esas cosas, y me estás haciendo daño a mí también...

- ¿Tienes sed?

- Sí.

- Sabes que nunca he querido hacerte daño –puso la botella de agua delante de mí, en el suelo.

- Desátame, por favor –rogué.

- ¿Para qué intentes escarparte? –me miró con desconfianza.

- Si estoy atada no puedo coger la botella.

Entonces se acercó y me dio agua él mismo.

- ¿Tienes hambre?

- ¿Qué es lo que quieres? –pregunté.

- A ti.

- Diego yo...

- Shhhh –puso su dedo sobre mi boca –No sigas por ahí, no me gustaría tener que irme antes de tiempo.

- Es la verdad, por favor, entiéndelo. No te merezco. Mereces a alguien mejor.

- No, no, no –se puso de pie -¡NO! Parece que aún no lo has entendido.

Fue hacia la puerta, apagó la luz y cerró de golpe.

Yo grité y grité, pero no sirvió de nada. Intenté pensar qué podía hacer. Diego parecía como loco. Temí por mi vida, y por la de mis bebés. ¡Mis bebés! Hasta ahora no había pensando en eso. Diego no sabía de mi embarazo. No sabía cómo iba a reaccionar cuando lo supiera. Tenía que intentar salir de allí antes de que eso pasara. Pero, ¿cómo?

Hasta que la muerte nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora