Capítulo 3: Secuestrada.

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Pasarían horas hasta que Diego volvió.

- Lo siento –comencé a llorar –Siento todo lo que pasó. No debería haberte engañado con él. Lo siento.

- No quiero que lo menciones.

- Lo siento –volví a repetir.

- Veo que has tenido tiempo para pensar. ¿Quieres agua?

- Sí, por favor –me moría de sed.

Se acercó a mí y me dio agua.

- ¿Sabes? Lo más difícil para mí ha sido mantenerme alejado, estos últimos meses, de ti. Pero te tengo una sorpresa –sonrió.

- ¿Una sorpresa? –lo miré sin entender.

- Sí, te lo enseñaré cuando estés preparada.

- Estoy preparada –me apresuré a decir.

- No, preciosa –se levantó –Aún no.

- Diego no te vayas –grité -¡Diego! No me dejes...

Comencé a llorar en cuanto apagó la luz. De nuevo sola, en medio de la oscuridad. ¿Me estarían buscando? ¿Me encontrarían? Ni yo misma sabía dónde estaba...

Estaba cansada, tenía frío, sed y hambre. Tenía mucha hambre. El tiempo se me hacía eterno hasta que él volvía. Me dolían las manos y todo el cuerpo. Sentía que iba a morir allí mismo.

Vi una luz y abrí los ojos despacio. Diego se acercó a mí y me desató las manos. No tenía fuerzas para intentar escapar. Mis ojos estaban cansados y me costaba mantenerlos abiertos. Sentí como me cogió en brazos y caminó conmigo.

Lo siguiente que recuerdo fue despertarme en una habitación poco iluminada. Miré mis muñecas. Tenían la señal de las esposas con una línea roja y con sangre. Pero no estaban atadas.

Me levanté despacio. Todo a mí alrededor daba vueltas. Busqué una ventana, sin éxito. Sólo encontré una puerta. Con cuidado, intenté abrirla, despacio, muy lentamente. ¿Estaría Diego esperándome al otro lado?

Me encontré en medio de una habitación, sin ventanas con varias puertas. Estaba nerviosa, muy nerviosa. Fui abriendo las puertas, una por una, despacio. Ninguna salida. Sólo quedaba una puerta de metal. ¿Sería la salida? ¿Podría escapar de allí?

Me acerqué lentamente. Mi corazón latía muy rápido. Intenté abrirla, sin éxito. Era la única puerta cerrada. Empecé a golpear la puerta mientras gritaba y lloraba.

Miré a mí alrededor. Parecía una pequeña casita. Tenía cocina, una sala, un baño y dos dormitorios.

Me senté en el sofá, abrazada a mis piernas, y comencé a llorar.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que sentí abrirse la puerta de metal. Al mirar vi aparecer la figura de Diego.

- Buenos días –me sonrió –Veo que has estado conociendo nuestra casita.

- ¿Vamos a vivir aquí? –miré a mi alrededor.

- Sí –cerró la puerta y vino hacia mí –Traigo algo para desayunar.

Se acercó y yo quedé paralizada. Me dio un beso en la mejilla y fue a la cocina. Soltó una bolsa que traía, encima de una mesita, y empezó a sacar su contenido. Dos cafés y unos dulces.

Mi barriga rugió en cuanto vi los dulces.

- ¿Quieres? –me sonrió.

- Sí –contesté tímidamente.

Hasta que la muerte nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora