Capítulo 1: Entre Sombras y Susurros

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Era una mañana fría de otoño cuando Elena se encontró frente a la imponente mansión de los Mendoza, oculta tras altos muros y rodeada de jardines exquisitamente cuidados. Las hojas doradas crujían bajo sus pies mientras avanzaba hacia la entrada principal, nerviosa pero determinada. Su primo, Javier, le había conseguido aquel trabajo como limpiadora en la residencia de Don Mendoza, un apellido que resonaba en los rincones más oscuros de la ciudad.

Elena, de 25 años, llevaba consigo la carga de responsabilidad de cuidar de sus hermanos pequeños. El pasado de Elena estaba marcado por sombras que aún proyectan su influencia en su presente. La madre de Elena había enfrentado un tormento constante a manos de un padre alcohólico y maltratador. Los días se teñían de miedo y desesperación, mientras la madre luchaba por proteger a sus hijos de un hombre cuyo único refugio estaba en la botella.

La tragedia alcanzó su punto más oscuro cuando, en un giro devastador, el padre de Elena se sumió en la desesperación absoluta y decidió quitarse la vida. La madre, ya fracturada por años de abuso, no pudo soportar la carga emocional y física que la vida le había impuesto. Su espíritu se quebró, y poco después del funesto acto de su esposo, la madre dejó este mundo, dejando a Elena y a sus hermanos pequeños huérfanos y vulnerables.

Este cruel giro del destino dejó cicatrices indelebles en el alma de Elena, forjando en ella una determinación férrea para proteger a sus hermanos y ofrecerles un futuro distinto al oscuro pasado que los había marcado. Cada paso que daba hacia la mansión de los Mendoza era una afirmación de su resistencia ante las sombras que habían oscurecido su historia familiar.

La vida no le había dado muchas opciones, y cuando Javier le ofreció la oportunidad de trabajar para los Mendoza, sabía que no podía rechazarla. No importaba que las sombras que envolvían a la familia fueran más densas de lo que ella podía imaginar.

Al cruzar las puertas de hierro forjado, se encontró con un vestíbulo lujoso y opulento. Los ecos de sus propios pasos resonaban en las altas paredes, haciendo que se sintiera aún más pequeña e intrusa en aquel mundo desconocido. Mientras se ajustaba el uniforme de limpieza, intentaba recordarse a sí misma que solo estaba allí para ganar el sustento necesario para sus hermanos.

—¡Elena! —una voz profunda la sobresaltó, y se giró para encontrarse con la figura imponente de Javier, quien se acercaba con una sonrisa astuta.

—Javier, ¿qué haces aquí? —preguntó Elena, nerviosa por la posibilidad de que su primo estuviera mezclado aún más en los asuntos turbios de los Mendoza.

—Solo vine a asegurarme de que te sintieras como en casa. Además, quería presentarte a alguien importante. Él te espera en la biblioteca —respondió Javier, señalando hacia una puerta doble al final del pasillo.

Elena asintió, apretando las manos con fuerza. Mientras avanzaba por el pasillo, los murmullos de los sirvientes y el eco de la actividad en la mansión la envolvían. Al llegar a la biblioteca, abrió la puerta con cautela y se encontró con un hombre sentado en un imponente sillón de cuero.

Don Mendoza, el hombre cuyas decisiones influían en los destinos de muchos en la ciudad, la observaba con ojos penetrantes que parecían leer mucho más de lo que Elena estaba dispuesta a revelar.

Mendoza, el narcotraficante más influyente de Estados Unidos, poseía una presencia magnética que desafiaba las leyes de la gravedad. Con tan solo treinta años, su mirada intensa revelaba una sabiduría forjada en las llamas de la vida y los oscuros recovecos de la cárcel. Su piel estaba decorada con intrincados tatuajes que narraban historias de poder y resistencia, como si cada marca contara una parte de su ascenso al pináculo del mundo criminal.

Entre Éxtasis y Siluetas OcultasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora